En las primeras horas de la mañana del domingo del 21 de enero de 2024, un pequeño asteroide atravesó el cielo y explotó en la atmósfera de la Tierra cerca de Berlín, produciendo una brillante —pero por suerte inofensiva— bola de fuego, que fue claramente visible a varios kilómetros de distancia. Este tipo de avistamiento sucede unas cuantas veces al año, pero lo que tiene de importante es que los astrónomos detectaron la llegada del asteroide tres horas antes del impacto. Solo en ocho ocasiones hemos sido capaces de hacer algo así.
El asteroide, denominado 2024 BXI, lo descubrió el “cazador de asteroides” Krisztián Sárneczky, un astrónomo del Observatorio Konkoly en Hungría. Poco después de su descubrimiento, la NASA hizo públicos los cálculos detallando dónde y cuándo impactaría el meteoro: “un pequeño asteroide se desintegrará como una inofensiva bola de fuego al oeste de Berlín, cerca de Nennhausen, poco después de la 1:32 a.m. CET”, publicó en X la NASA en la noche del 20 de enero.

Este no es el primer asteroide descubierto por Sárneczky en los últimos años. También fue el primero en detectar el asteroide 2022 EB5 dos horas antes de que impactara contra la atmósfera terrestre. Claro que no creamos que se trata de algo fácil. Según la Agencia Espacial Europea, no sabemos dónde están el 99% de los asteroides cercanos a la Tierra de menos de 30 metros de diámetro. Por eso es difícil hacer una estimación de cuántos fallan el tiro. Pero si miramos la serie histórica, encontramos que aquellas que han pasado más cerca de nosotros de lo que está la Luna tenemos: en 2023,uno; en 2022, dos; en 2021, otra vez uno, pero 2020 y 2019 fueron especialmente peligrosos: cinco y siete, respectivamente.
También se puede hacer una estimación de cuántos chocan con nosotros. En promedio, asteroides de 4 metros chocan con la Tierra una vez al año (y de esos se estima que hay 500 millones), y de 25 metros, uno cada 100 años. Como veremos, el último de esta clase cayó en 1908 así que...

Incidente en Rusia
Si descubrirlos es algo bastante complicado, peor no los pone si el asteroide llega desde nuestro punto ciego cósmico, dirección al Sol. En la mañana del 15 de febrero de 2013, un meteoro del tamaño de un semirremolque llegó en la dirección del sol naciente y explotó sobre la ciudad de Chelyabinsk (Rusia) creando una bola de fuego. Durante unos segundos fue más brillante que el Sol: la explosión fue 30 veces más energía que la bomba que destruyó Hiroshima, explotando a unos 22 kilómetros del suelo. La explosión destrozó ventanas en más de 7000 edificios, cegó temporalmente a peatones, provocó quemaduras instantáneas por rayos ultravioleta e hirió a más de 1600 personas. Se cree que el meteoro de Chelyabinsk es el objeto espacial natural más grande que ha entrado en la atmósfera de la Tierra en más de 100 años. Y no lo vimos venir.
Pero podemos estar tranquilos: en los próximo mil años es muy probable que nuestro planeta esté a salvo de asteroides del Juicio Final. Eso, al menos, es lo que dice un artículo publicado en junio de 2013 en la revista The Astronomical Journal por el equipo liderado por Oscar Fuentes-Muñoz de la Universidad de Colorado en Boulder.
Los asesinos de ciudades
Sin embargo, los objetos de un tamaño menor a un kilómetro también pueden ser peligrosos: si impactan con la Tierra no arrasarán el planeta pero sí pueden destruir una ciudad. Un ejemplo de este tipo de situaciones lo tenemos en el que cayó en Tunguska, en Siberia, en 1908 y que arrasó 2150 kilómetros cuadrados de bosque: el objeto, que estalló en la atmósfera y del que aún no se sabe si fue un asteroide o un cometa, tenía un diámetro de 60 metros. Si en lugar de la desolada Siberia hubiera caído, por ejemplo, en Madrid, el desastre hubiera sido algo devastador.

Que no sepamos dónde se encuentran la mayoría de estos “city-killers” es preocupante y por eso la NASA quiere catalogar asteroides de más de 140 metros. En la actualidad están catalogados un 40% de estos asteroides: según estimaciones de la NASA, quedan alrededor de 14.000 por encontrar. Según la Agencia Espacial Europea (ESA), rocas del tamaño del meteorito de Chelyabinsk llegan a la Tierra una vez de cada 50 a 100 años.
Ciegos al peligro
Pero no se puede calcular el riesgo de un asteroide que no se puede ver, y hay incontables miles de ellos, incluidos algunos lo suficientemente grandes como para destruir ciudades que se mueven en trayectorias desconocidas. Por eso es tan importante saber de su existencia: de este modo podemos monitorizarlos y, en el caso más extremo, evacuar el lugar del impacto a tiempo. Como dijo la profesora de ciencias planetarias de la universidad de Arizona Amy Mainzer, "el objeto más problemático es aquel que no conoces".

Los más peligrosos son aquellos que orbitan casi por completo por dentro de la órbita de la Tierra, como son el grupo de asteroides Atón. Según Scott Sheppard, científico del Instituto Carnegie "hasta cierto punto nunca lo verías venir porque nunca se ven en el cielo nocturno".
El estudio de asteroides cercanos al Sol plantea un gran desafío. La mayoría de los telescopios espaciales miran hacia el lado nocturno del planeta, evitando tanto el resplandor solar como los daños por radiación. Y si usamos telescopios terrestres, el tiempo disponible para buscarlos es muy pequeño. El Sol tiene que colocarse en una determinada posición debajo del horizonte antes de que puedas abrir el telescopio, y además el cielo tiene que estar lo suficientemente oscuro como para poder tomar imágenes. Esto nos deja una ventana de 30 minutos para buscarlos. Un tiempo muy escaso. Si queremos impedir que el cielo caiga sobre nuestras cabezas, debemos ir al espacio.
La salvación está ahí arriba
La mejor forma de detectar estos pequeños cuerpos es a través del calor que emiten, y eso implica observar en el rango del infrarrojo. De este modo, asteroides que no podemos ver en el rango del visible brillan como brasas en infrarrojos. Actualmente, sólo hay un telescopio espacial infrarrojo que busca activamente asteroides cercanos a la Tierra: el Explorador de Infrarrojos de Campo Amplio (NEOWISE). Se lanzó en 2009 fotografiar el cielo en el infrarrojo, y en 2011 la NASA lo colocó en hibernación. Pero después del incidente de Chelyabinsk lo sacaron de la hibernación, le instalaron un nuevo software y le encargaron una nueva misión: detectar asteroides cercanos a la Tierra potencialmente problemáticos.

El problema es que NEOWISE no puede mirar al Sol, por lo que nuestra única defensa son los telescopios terrestres a la espera de que se lancen telescopios espaciales que puedan vigilar nuestra zona ciega solar. Hay dos en proyecto: el el NEO Surveyor de la NASA, cuyo lanzamiento está previsto para antes de 2028, y el NEOMIR de la ESA, que todavía se encuentra en fase de planificación y no se lanzará antes de 2030.
Hasta entonces, más vale que el cielo nos pille confesados.