Desde hace más de dos milenios, la humanidad ha buscado escuchar la música secreta del cosmos. Pitágoras fue el primero en hablar de la musica universalis: la idea de que los planetas, al moverse en sus órbitas, generan sonidos que conforman una armonía perfecta, inaudible para nuestros oídos pero perceptible para el alma. Esa metáfora, que unía matemáticas, música y filosofía, marcó profundamente el pensamiento occidental y dio lugar a una tradición que inspiró a filósofos, astrónomos y artistas.
A lo largo de los siglos, este concepto se transformó en un puente entre ciencia y espiritualidad. Johannes Kepler, en el siglo XVII, intentó medir las proporciones orbitales como si fueran intervalos musicales, convencido de que la estructura matemática del universo era también una sinfonía divina. Hoy, la física moderna ofrece un eco sorprendente de esa antigua intuición: la helioseismología y la asterosismología han demostrado que estrellas y planetas vibran, y que esas oscilaciones pueden traducirse en frecuencias, casi como si fueran notas cósmicas.
El sonido, la religión y la astrología han estado siempre entrelazados. Desde desde los cánticos gregorianos hasta la música sufí de Marruecos, las culturas han entendido que la vibración conecta lo humano con lo divino. Incluso la teoría de cuerdas, uno de los pilares de la física contemporánea, describe el universo como hecho de diminutas cuerdas que vibran en distintas frecuencias. La metáfora musical nunca ha dejado de acompañar a nuestra búsqueda de sentido.
Hoy, cuando el lenguaje científico y el espiritual parecen hablar dialectos diferentes, algunos autores intentan devolver a la música de las esferas su lugar como puente entre mundos. La astrología, en particular, la retoma como metáfora central: los planetas como arquetipos, cada uno con su tono y energía, componiendo juntos la sinfonía de nuestra existencia.
En esa tradición se inscribe Guía práctica de astrología, un libro de Aubrey Houdeshell, con ilustraciones de Rose Ides, que convierte la carta natal en una partitura viva y propone ejercicios, música y reflexiones para experimentar las energías planetarias en lo cotidiano. A continuación, lo dejamos en exclusiva con un extracto de Guía práctica de astrología, publicado por la editorial Hestia.

Guía práctica de astrología, escrito por Aubrey Houdeshell
Guía práctica de astrología es un compendio astrológico que se sumerge en los cuerpos celestes que componen nuestras cartas natales —y que, por tanto, conforman lo que somos— y honra los diferentes arquetipos, temas y viajes de cada planeta. Cada uno de estos cuerpos astrales desempeña un papel igualmente importante, aunque distinto, en nuestras vidas. Los hilos únicos tejidos por cada planeta se funden en una orquesta cósmica para formar el complejo tejido de la experiencia humana.
Este libro es una oda al concepto filosófico de musica universalis, articulado por primera vez en la antigua Grecia por Pitágoras. Creía que, puesto que los objetos en movimiento producen sonido, los cuerpos planetarios en órbita también debían generar sus propios sonidos o, en este caso, música. Mediante su estudio de la distancia entre los planetas —que encontró concordante con los intervalos de la música— creyó que los sonidos individuales de cada cuerpo se combinarían armoniosamente: formando una música de las esferas. Esta teoría es la menos conocida —pero a menudo considerada la más sublime— de todos los conceptos pitagóricos. Y aunque pueda parecer muy alejada de nuestra comprensión actual de los cuerpos astrológicos, la musica universalis habla en última instancia de la armónica tropical o astrología tropical. También conocida como astrología occidental, es la versión de la astrología que más se practica hoy en día en Estados Unidos y Europa.
En la época en que expuso por primera vez la teoría de una musica universalis, se creía que solo el propio Pitágoras podía oír la música etérea de las esferas celestes. Sin embargo, según Manly P. Hall en su obra Las enseñanzas secretas de todos los tiempos, en realidad fueron los caldeos, una antigua cultura de habla aramea de los siglos ix y x, los primeros «en concebir que los cuerpos celestes se unían en un canto cósmico mientras se movían majestuosamente por el cielo». También se hace referencia a esta hermosa teoría —a veces abiertamente, a veces de forma más sutil— en muchas enseñanzas, escritos y obras de arte diferentes a lo largo de los siglos. Por ejemplo, Job, el protagonista bíblico del primero de los Libros Poéticos del Antiguo Testamento, describe célebremente un momento de la mañana en que las «estrellas» —la forma en que los antiguos se referían a los planetas en aquella época— cantaban juntas.
La musica universalis tiene sus raíces en la idea de Pitágoras de que el Universo entero es un monocordio colosal que se extiende desde lo más alto de los cielos hasta la Tierra, un interesante paralelismo con el Árbol de la Vida cabalístico, un método para trazar la estructura de la Divinidad que se encuentra en el misticismo judío. Pitágoras dividió el Universo en su propia escala diatónica, reflejando la convención musical de dividir una escala en siete partes, que se alineaban perfectamente con los entonces conocidos siete planetas. Las partes de la escala se asignaron según la masa y la velocidad de cada uno de los planetas. Al vagar por el espacio a sus velocidades individuales, se creía que las esferas creaban su propio tono único en el éter.
Pitágoras también postuló que existía una relación fundamental entre cada uno de los cuerpos celestes y las siete vocales sagradas, que también se correspondían con los siete cielos sagrados, una creencia muy extendida entre los antiguos griegos. El primer cielo cantaba el sonido de alfa o A; el segundo era épsilon o E; el tercero era eta, H; el cuarto era iota, I; el quinto era ómicron, O; el sexto era ípsilon, Y, y el séptimo y último cielo era omega o Ω. «Cuando estos siete cielos cantan juntos, producen una armonía perfecta, que asciende como una alabanza eterna al trono del Creador», escribe Hall. Se creía que los numerosos nombres de Dios se formaban a partir de innumerables combinaciones de las siete esferas planetarias.
De hecho, el sonido, la música, la religión y la espiritualidad tienen una relación profundamente entrelazada. El sonido, por ejemplo, desempeña un papel importante en muchos grupos religiosos y culturales. Un ejemplo es la famosa sílaba semilla del Om en el hinduismo. En esa tradición, se considera la más sagrada de todas las entonaciones, el sonido primordial de la creación que contiene la esencia de todo el Universo. Por tanto, representa el sonido de toda la existencia. En la filosofía budista, las sílabas semilla se utilizan para centrar la mente e invocar distintas cualidades espirituales mediante la meditación. También se cree que los siete chakras o centros de energía del cuerpo —¡de nuevo vemos ese número sagrado y una correlación con cada planeta!— se activan según sonidos específicos. Por último, podemos encontrar la práctica de utilizar el sonido para unirse con lo Divino mediante el nada yoga, con nada que significa «sonido» o «vibración» y yoga que significa «integración » o «unión». Esta forma de yoga sugiere que el sonido es la fuerza creativa fundamental del Universo, y que mediante el uso del sonido podemos unirnos con la conciencia Divina de la creación. Recuerda también que en la Biblia cristiana, Dios habla a las cosas para que existan.
Cuando nos fijamos en los grupos religiosos o espirituales, a menudo se considera que la música es un ritual que promueve la ascensión y la unión con la divinidad. A lo largo de la mayor parte de la historia de la humanidad, los textos religiosos se han cantado, en lugar de escribirse. Un gran ejemplo de ello son los grupos sufíes de Marruecos, que tienen cantores místicos especiales y un conjunto de letanías algo enclaustrado conocido como dhikr. Abd al-Qadir, uno de los más influyentes de estos cantores místicos, «desarrolló la concepción de los siete grados dentro del corazón humano y luego propuso siete dhikrs diferentes para corresponder a las necesidades y requisitos espirituales de cada nivel», según describe Earle H. Waugh en Memory, Music, and Religion: Morocco’s Mystical Chanters. Una vez más, ese número especial, el 7, hace su aparición.

Los cantos gregorianos de la Iglesia católica romana también ejemplifican este vínculo esencial entre música y espiritualidad. Estos cantos, una forma de música litúrgica desarrollada en la época medieval y bautizada con el nombre del papa Gregorio I (también conocido como Gregorio el Grande), se transmitían oralmente de generación en generación dentro de las instituciones monásticas y religiosas. Los cantos no se escribieron hasta mucho más tarde, en un esfuerzo por preservar su integridad. Para los católicos, los cantos gregorianos realzan la atmósfera espiritual de la misa. Gracias a su estructura monofónica —lo que significa que constan de una sola línea melódica—, su naturaleza profundamente meditativa inspira la oración, la contemplación, la introspección y la adoración a Dios.
Podemos ver otros ejemplos de música mística en prácticas como el kirtan gurbani, la música devocional del sijismo, los cantos taoístas, los bhajans del hinduismo, las entonaciones específicas realizadas en rituales como la Cruz cabalística y el honkyoku, que son piezas musicales interpretadas por monjes zen errantes japoneses conocidos como komuso. La espiritualidad y la música siempre se han inspirado e influido mutuamente. En el misticismo judío, los cabalistas creen que lo que hacemos aquí en la Tierra afecta a lo que ocurre en el mundo de lo Divino y viceversa, y han descrito esta correspondencia como la resonancia entre dos violines.
El Árbol de la Vida cabalístico representa la estructura tanto de la Divinidad como del Universo. Funciona como un mapa y una potente herramienta para la ascensión espiritual y la conexión con la divinidad. El Árbol de la Vida consta de diez esferas interconectadas, conocidas como sefirot, cada una de las cuales representa diferentes aspectos de la naturaleza y los atributos de Dios. Se cree que la energía Divina emana del Ein Sof —un lugar de infinitud que existe antes de la manifestación— a través de las sefirot, descendiendo en cascada por el Árbol de la Vida en una serie de emanaciones Divinas. Este proceso se compara a menudo con la vibración de las notas musicales, actuando cada sefira como un conducto para la energía y la conciencia Divinas.
La música también es una poderosa herramienta espiritual en la práctica cabalística. Los cabalistas emplean cánticos, cantos e instrumentos musicales para sintonizar con las energías de las sefirot y acercarse a la Divinidad. Entonar los diversos nombres de Dios es una práctica integral de la Cábala, como el ritual cabalístico de la Cruz de autoconsagración, que se emplea antes y después de los rituales y se cree que purifica el espíritu y alinea al practicante con la energía de la Divinidad. Ciertas melodías o patrones musicales se asocian a sefirot específicas y potencian la conexión del practicante con sus atributos correspondientes y le ayudan en su deseo de traspasar el umbral y unirse a la Divinidad. El Zohar, texto cabalístico fundacional, habla a menudo metafóricamente de la armonía de la sinfonía Divina, describiendo la música celestial creada por las sefirot y el canto de alabanzas de los ángeles a Dios. Como exploraremos, existe una correlación directa entre los cuerpos celestes y las esferas místicas del Árbol de la Vida.
Es interesante que la centralidad de la vibración y el sonido se extienda a los campos científicos de vanguardia de la física cuántica y teórica. Por supuesto, la música está fundamentalmente enraizada en la física del sonido. Los científicos estudian las propiedades de las ondas sonoras, como la frecuencia, la amplitud y la longitud de onda, para comprender cómo se producen las notas musicales y cómo las percibe el oído humano. La acústica es otra rama de la física que se ocupa específicamente del estudio del sonido y su comportamiento. Pero en la teoría de cuerdas, como explica el físico teórico y autor de varios libros sobre el tema Dr. Michio Kaku, las partículas subatómicas como los quarks y los neutrinos están formadas por diminutas cuerdas que vibran. Las distintas formas en que vibran estas cuerdas determinan qué tipo de partículas son. Las partículas son las que componen todo el Universo. «No son más que notas musicales en una diminuta goma elástica», afirma. «La física son las armonías, las armonías de las cuerdas que vibran». Las matemáticas y la música comparten un vínculo fundamental, como ya hemos visto a través de los conceptos de Pitágoras. Los intervalos, las octavas, las escalas y las armonías se rigen por proporciones. Las matemáticas desempeñan un papel fundamental en la composición de la música y, por tanto, también están vinculadas a la teoría musical. Obsérvese también que quienes destacan o tienen una afinidad natural por la música son también, a menudo, magníficos matemáticos, debido al vínculo inextricable entre ambos campos.
Así pues, encontramos a lo largo de la historia que la musica universalis representa la intersección de las matemáticas, la ciencia, la astrología, la espiritualidad y la religión. La música, en su esencia, no es más que la mezcla de diferentes sonidos para crear un todo nuevo, más complejo y bello. Estos sonidos, en su esencia, no son más que el producto de vibraciones. Pitágoras estableció la conexión entre los distintos tipos de vibraciones —y, por tanto, de sonidos— que produce cada cuerpo planetario según sus proporciones únicas u órbitas. Al fin y al cabo, fue el propio Pitágoras quien descubrió que el tono de una nota musical se corresponde directamente con la longitud de la cuerda que la produce. Las interrelaciones de estas melodías astrales se entrelazan para componer su propia música, que se cree que afecta directamente a la calidad de la vida en el plano físico aquí en la Tierra.

En el siglo xvi, el eminente astrónomo Johannes Kepler amplió este concepto intentando encontrar las medidas reales de la orquesta celeste. Especialmente fascinado por los armónicos, trató de explorar cómo se relacionaban estas armonías con el movimiento físico de los planetas. Quería vincular las órbitas individuales a las consonancias y disonancias musicales, mediante patrones y correspondencias tangibles entre las proporciones musicales y las posiciones planetarias. En su libro Harmonices Mundi (La armonía del mundo), publicado en 1619, Kepler exploró la idea de la musica universalis con gran detalle. Propuso que las relaciones entre los periodos orbitales de los planetas estaban relacionadas con intervalos musicales, lo que sugería una armonía divina en el cosmos. Al final, sin embargo, Kepler llegó a la conclusión de que la armonía de las esferas no era música que pudiera oírse, aunque sí un lenguaje que el alma sentía y comprendía de forma innata.
La astrología afirma lo mismo.
Al igual que la musica universalis y las prácticas espirituales musicales trascienden fronteras y culturas, la práctica de la astrología está muy extendida y es persistente. Sus raíces se remontan a miles de años. Los primeros indicios de ella proceden de la antigua Mesopotamia, en torno al tercer milenio a. C. Los babilonios fueron de los primeros en desarrollar un enfoque sistemático de la astrología, registrando observaciones celestes y creando el zodiaco basado en las doce constelaciones a lo largo de la eclíptica, la trayectoria lineal que sigue el Sol a través del cielo. También encontramos pruebas de prácticas astrológicas en el antiguo Egipto, China y la India, así como en las antiguas Grecia y Roma, de donde procede la práctica de la astrología helenística.
Durante la época medieval, se produjo un resurgimiento de la astrología. Entre los siglos v y xv, la astrología estuvo estrechamente vinculada a las creencias religiosas y a menudo se consideró una ciencia divina. Los astrólogos seguían los acontecimientos celestes y las posiciones planetarias como mensajes de la divinidad, y el estudio de los cielos se consideraba una forma de conocer el plan de Dios. Muchos de los textos de la época grecorromana fueron traducidos por eruditos durante la Edad de Oro islámica y luego constituyeron recursos para los astrólogos de la Europa medieval. Durante esta época, también asistimos a la aparición de la astrología médica.
En última instancia, experimentamos la astrología a través de los planetas y la música de las esferas. Como todos navegamos por las influencias celestes de los mismos planetas, todos nos enfrentamos a los mismos arquetipos. Los signos zodiacales —donde residen los planetas dentro de nuestras cartas natales individuales— solo influyen en las notas y partituras que cada planeta ha decidido encarnar por el momento. Gracias sobre todo a la influencia del signo ascendente, que determina la forma en que se dispone la partitura musical de los planetas para cada individuo, existen innumerables formas de interpretar la sinfonía única de una persona. No hay dos interpretaciones musicales iguales, aunque estén compuestas por los mismos elementos: los planetas.
La intención de este libro es venerar a cada planeta y sus maravillas únicas, permitiendo que cada una de sus melodías arquetípicas individuales se despliegue en su totalidad, al tiempo que se ilustra el papel que desempeñan en la obra magna cósmica. Comprender los temas y las funciones de cada planeta en nuestra vida nos permite entender la compleja experiencia de ser humano. Aprendiendo los tonos y frecuencias en los que vibra nuestra composición astrológica personal, podemos empezar a reconstruir nuestra propia resonancia orbital, nuestra propia musica universalis.
En mi propia práctica espiritual y astrológica, creo en tomar los conceptos abstractos y nebulosos del mundo esotérico y aplicarlos a mi vida de forma práctica y tangible. El conocimiento y la espiritualidad son elementos cruciales de la existencia humana que deberían estar al alcance de cualquiera que desee enriquecerse. Espero contribuir a facilitar tanto la accesibilidad como la aplicación práctica de la astrología, un tema que ha fascinado e influido en un número increíble de personas, culturas y sectas a lo largo del tiempo.
Los capítulos de este libro profundizarán en los arquetipos astrológicos y los temas respectivos de cada planeta, incluyendo su contexto histórico y sus símbolos. Cada capítulo incluirá también una sección sobre las asociaciones de cada planeta (días de la semana, colores, flora y fauna, etc.) y un pequeño tutorial para trabajar con el planeta: un poco de magia astrológica, por así decirlo. Los capítulos concluirán con algunos ejercicios e interrogantes reflexivos o creativos, además de ofrecer varias piezas musicales, para dotar a este libro de su propia musica universalis. Espero que dediques tiempo a escucharlas cuando explores los distintos planetas y sus energías para aprovechar el poder sagrado del sonido en tu propio viaje. Si escuchas y te comprometes realmente con la música incluida en este libro, podrás cultivar una experiencia tangible y directa de la naturaleza de cada planeta y del libro en su conjunto. No hay nada más esencial para comprender la astrología y cómo se manifiesta en nuestras vidas individuales que las experiencias de primera mano. A medida que avances por la lista de reproducción del libro, observa dónde sientes la música en tu cuerpo. ¿Cómo te hace sentir? ¿Hay determinadas canciones que te gusten más? Quizá ese planeta desempeñe o pueda desempeñar un papel importante en tu viaje.
Espero sinceramente que, al familiarizarte con el timbre único de cada planeta, puedas comprender mejor la canción compuesta de forma única que representa tu alma individual.
