Durante años, la narrativa sobre los orígenes del ser humano moderno se ha centrado en una imagen relativamente lineal: Homo sapiens emerge en África, se expande por el planeta, y en su camino, se cruza con otras especies como los neandertales y los denisovanos. De esos encuentros quedan rastros genéticos en personas fuera de África. Sin embargo, ¿y si el propio continente africano —la cuna de la humanidad— escondiera una historia aún más compleja?
Eso es precisamente lo que sugirió un revelador estudio publicado en la revista Science Advances por los investigadores Arun Durvasula y Sriram Sankararaman, de la Universidad de California en Los Ángeles. Su investigación plantea la existencia de un "linaje fantasma", un grupo de homínidos arcaicos con los que los ancestros de los africanos occidentales modernos se habrían cruzado hace decenas de miles de años. Y lo más sorprendente: este linaje no corresponde ni a neandertales, ni a denisovanos, ni a ninguna especie conocida hasta la fecha.
Un pasado que se resiste a desaparecer
El hallazgo no fue fruto de excavaciones arqueológicas, sino del análisis de los genomas de individuos actuales. Los investigadores aplicaron métodos estadísticos sofisticados a los datos genéticos de cuatro poblaciones africanas actuales —entre ellas la de los Yoruba, en Nigeria— y detectaron un patrón que no encajaba con los modelos evolutivos conocidos. Aproximadamente entre un 2% y un 19% del ADN de estas poblaciones no podía atribuirse a ninguna de las especies humanas arcaicas secuenciadas hasta hoy.
Este ADN "fantasma" parecía provenir de una población arcaica que se separó del linaje humano mucho antes que los neandertales o los denisovanos. Según las estimaciones del estudio, esta separación pudo haber ocurrido hace más de 600.000 años, en algún lugar del África subsahariana.
La dificultad radica en que, a diferencia de Eurasia, donde los fríos climas han permitido conservar restos genéticos durante milenios, en África el calor y la humedad han hecho casi imposible recuperar ADN antiguo de fósiles. Por tanto, los investigadores no pudieron comparar directamente el ADN moderno con el de un homínido africano extinto. En su lugar, desarrollaron un método para identificar segmentos "fuera de lugar" en el genoma humano, una especie de huella digital de hibridación.

Herencias invisibles que modelan quiénes somos
Uno de los aspectos más intrigantes del estudio es que algunos de estos fragmentos de ADN arcaico no sólo han sobrevivido, sino que podrían haber ofrecido ventajas evolutivas. Entre los genes donde se encontró esta huella destaca NF1, un supresor tumoral que aparece en frecuencias inusualmente altas en varias poblaciones africanas. Esto sugiere que algunos fragmentos de este antiguo ADN pudieron haber sido conservados por selección natural.
No es un caso aislado. En otros estudios, como el de la Universidad de Stanford sobre los neandertales, se ha visto cómo la hibridación con especies arcaicas dejó en los humanos modernos defensas inmunológicas valiosas. En el caso de los europeos y asiáticos, fueron genes para combatir virus. En África, aunque con una historia genética diferente, los beneficios adaptativos de estos encuentros también podrían haber sido clave para la supervivencia en entornos complejos y cambiantes.
Pero no todo fue provechoso. Muchos de los fragmentos de ADN arcaico parecen haber sido eliminados con el tiempo, lo que indica que la descendencia entre humanos modernos y estas especies arcaicas era probablemente solo marginalmente viable. Aun así, los rastros persistentes permiten reconstruir capítulos perdidos de nuestra evolución.
¿Quiénes eran estos homínidos desconocidos?
Esa es la gran pregunta. Al no tener restos fósiles ni ADN de referencia, identificar al misterioso homínido es como intentar describir un rostro a partir de una sombra. Algunos científicos han especulado con posibles candidatos. Uno de ellos es Homo heidelbergensis, una especie robusta que vivió en África hasta hace unos 200.000 años y que pudo ser el antepasado común de los neandertales y los humanos modernos.
Otra posibilidad es aún más misteriosa: una población de Homo sapiens arcaicos, aislada durante miles de años en regiones boscosas de África Occidental, con una evolución paralela a la del resto de la especie. De hecho, la arqueología ha encontrado herramientas de piedra en esa región que, a pesar de datar de hace apenas 12.000 años, recuerdan a las utilizadas hace más de 300.000 años. Es como si el tiempo hubiera corrido a un ritmo distinto en esas selvas olvidadas.
Incluso hay restos humanos, como el cráneo hallado en Iwo Eleru (Nigeria), que presentan rasgos arcaicos y modernos al mismo tiempo, y que podrían pertenecer a uno de estos grupos híbridos o aislados.

África: un mosaico genético mucho más complejo
Este estudio, lejos de ser una anécdota, encaja en una narrativa que está cobrando cada vez más fuerza en el ámbito de la paleoantropología: la evolución humana no fue una línea recta, sino una red de caminos entrecruzados. África, lejos de ser un único origen homogéneo del Homo sapiens, fue un continente salpicado de poblaciones diversas que evolucionaron, se aislaron, se mezclaron y desaparecieron en distintos momentos de la historia.
El llamado “modelo de origen único” está dejando paso a una visión más fragmentada: múltiples grupos humanos coexistieron durante miles de años dentro del mismo continente, en un entramado de migraciones, adaptaciones locales y encuentros esporádicos. La imagen se parece más a un tapiz que a un árbol genealógico.
La historia que aún no podemos leer
Este descubrimiento no fue recibido con titulares explosivos en su momento, quizás porque no traía consigo huesos milenarios ni imágenes espectaculares, sino estadísticas, algoritmos y secuencias de ADN. Pero su impacto es profundo. Nos recuerda que nuestra historia está llena de capítulos perdidos, de especies que apenas vislumbramos y de ancestros que todavía susurran desde lo más profundo de nuestros genes.
Hoy, sabemos que personas vivas en África Occidental llevan en su ADN la huella de un antiguo encuentro con una especie desconocida. Un encuentro que no dejó fósiles, pero sí dejó descendientes.
Y eso, sin duda, cambia para siempre nuestra comprensión de lo que significa ser humano.