En los primeros compases de Tu hogar, tus contaminantes, la química y divulgadora científica Clara Inés Alcolado plantea una pregunta que parece inocente pero encierra una enorme carga científica y social: ¿sabemos realmente qué nos rodea dentro de casa? A lo largo del libro, nos sumerge en una mirada crítica y reveladora sobre los productos cotidianos y la química silenciosa que habita en nuestra vida diaria. Ambientadores, cosméticos, plásticos, detergentes, fármacos… todo forma parte de un ecosistema artificial que apenas cuestionamos.
Ahora, un hallazgo reciente y contundente publicado en la revista científica PLOS ONE parece dar un nuevo giro a esta reflexión. Un equipo de investigadores de la Université de Toulouse, liderado por la científica Nadiia Yakovenko, ha demostrado que el aire que respiramos dentro de nuestras casas y coches contiene miles de microplásticos invisibles. No es una metáfora ni una exageración: hablamos de hasta 68.000 partículas al día, según sus cálculos. Y lo más inquietante no es la cantidad, sino su tamaño y la facilidad con la que pueden colarse en lo más profundo de nuestros pulmones.
El enemigo está en el aire… de tu salón
La contaminación por microplásticos ha dejado de ser un problema exclusivamente marino o ambiental. Ya no se trata solo de bolsas flotando en el océano o fragmentos en el estómago de aves. Este nuevo estudio confirma que el aire que respiramos en el salón de nuestra casa o al conducir al trabajo contiene niveles de microplásticos mucho más altos de lo que se había estimado hasta ahora.
El equipo francés midió las concentraciones de partículas plásticas entre 1 y 10 micrómetros, un tamaño extremadamente pequeño —algunas siete veces más finas que un cabello humano— que les permite sortear nuestras defensas naturales e instalarse cómodamente en los pulmones. A esa escala, los microplásticos ya no son simples fragmentos pasivos: pueden atravesar tejidos, transportar aditivos tóxicos y desencadenar reacciones inflamatorias.
Utilizando una técnica de análisis llamada espectroscopía Raman, los investigadores analizaron el aire en tres apartamentos y dos coches, en condiciones reales de uso. La conclusión fue clara: el interior del coche supera incluso al de las viviendas, con concentraciones medias de 2.238 partículas por metro cúbico, frente a las 528 detectadas en los hogares. En algunos casos, durante actividades humanas normales como caminar, ventilar o simplemente moverse, se alcanzaron picos de más de 34.000 partículas por metro cúbico.

Un riesgo aún sin dimensionar
El dato más desconcertante de este hallazgo es que estas partículas de tamaño respirable habían pasado desapercibidas en estudios anteriores. La mayoría de investigaciones se centraban en fragmentos mayores de 10 o incluso 20 micrómetros, que tienen menor capacidad de penetración pulmonar y suelen depositarse en las vías aéreas superiores. Pero los microplásticos más pequeños —justamente los más peligrosos para la salud— habían quedado fuera del radar por limitaciones técnicas.
Gracias al uso de espectroscopía Raman, los investigadores pudieron identificar y cuantificar con precisión los microplásticos más diminutos, incluyendo fragmentos de polietileno, poliamida y otros polímeros industriales que abundan en textiles, muebles, alfombras, componentes de automóviles y envases.
Aunque el estudio no establece un vínculo directo entre la exposición y enfermedades concretas, la literatura científica ya ha empezado a señalar posibles efectos adversos. Inhalar microplásticos podría contribuir a la inflamación crónica, al estrés oxidativo, a la alteración del sistema inmunológico e incluso a problemas cardiovasculares y neurológicos, especialmente si los fragmentos transportan aditivos químicos como ftalatos, BPA o PFAS.
¿Qué hacemos respirando plástico?
La fuente principal de estas partículas está en los propios objetos cotidianos: los tejidos sintéticos, las moquetas, los electrodomésticos, los embalajes… Todos desprenden pequeñas fracciones al deteriorarse o por simple desgaste. Y el problema se amplifica en interiores por la escasa ventilación y la acumulación progresiva. Cada vez que caminamos, abrimos una ventana o movemos una manta, levantamos una nube de microplásticos que flota a nuestro alrededor, invisible pero presente.
En los coches, el problema es aún más acusado. La combinación de espacio reducido, superficies plásticas en todos los rincones y una ventilación deficiente crea una atmósfera ideal para concentrar estas partículas. De hecho, los investigadores pudieron correlacionar algunos tipos de plástico detectados en el aire con los materiales del salpicadero, los tiradores y los asientos.
Lo más inquietante del estudio es que revela una forma de contaminación completamente invisible, silenciosa y permanente. Mientras que solemos percibir el humo, el polvo o el olor de productos químicos, los microplásticos flotan en el aire sin dejar rastro perceptible. Y sin embargo, los respiramos cada segundo que pasamos en casa, en la oficina o en el coche.
Este tipo de hallazgos rompe la imagen tradicional de la contaminación como algo lejano, vinculado a chimeneas industriales o mares lejanos. El contaminante ya no está “fuera”, sino que forma parte del propio entorno doméstico. Y eso exige un cambio de mentalidad radical.

¿Podemos hacer algo?
Aunque eliminar por completo los microplásticos del aire interior es prácticamente imposible con la tecnología actual, sí existen formas de reducir la exposición. Sustituir textiles sintéticos por fibras naturales, evitar plásticos blandos en muebles y juguetes, utilizar aspiradoras con filtros HEPA, limpiar con paños húmedos en lugar de escobas y ventilar de forma cruzada y periódica son algunas de las recomendaciones más eficaces.
En el coche, las soluciones son más limitadas, pero mantener el habitáculo limpio, reducir la temperatura interior (para evitar degradación de plásticos) y usar filtros de aire de buena calidad puede ayudar. También se recomienda evitar ambientadores en aerosol y mantener las superficies libres de polvo acumulado.
La guía que necesitas para entender qué respiras, comes y tocas a diario
En un momento en el que descubrimos que el aire de nuestras casas puede estar cargado de miles de microplásticos invisibles, resulta casi inevitable pensar en las reflexiones que propone Clara Inés Alcolado en su libro Tu hogar, tus contaminantes, publicado por la editorial Pinolia. Esta obra de divulgación científica, escrita con la agilidad de una narradora cercana pero con el rigor de una investigadora especializada, llega en el momento justo para ayudar a entender una realidad que hasta ahora pasaba desapercibida para la mayoría.
Lejos de alarmismos, el libro construye un puente entre la ciencia y lo cotidiano. A través de un recorrido por los objetos y hábitos más comunes de nuestra vida diaria —desde la crema que usamos por la mañana hasta el detergente con el que lavamos la ropa—, Alcolado despliega una visión panorámica y crítica de la huella química que dejamos, incluso sin darnos cuenta.
Uno de los grandes aciertos del libro es su estructura narrativa: no se trata de un listado frío de contaminantes, sino de una jornada doméstica contada como si fuera una historia, en la que cada gesto cotidiano se convierte en una oportunidad para la reflexión científica. Esta aproximación hace que el lector se sienta interpelado, no desde la culpa, sino desde la conciencia.
El texto profundiza en conceptos clave como los contaminantes emergentes, los productos químicos persistentes o los disruptores endocrinos. Pero lo hace con un lenguaje accesible, que traduce la jerga científica en ideas comprensibles sin perder profundidad. El lector descubre, por ejemplo, cómo ciertos medicamentos acaban en el agua, qué relación hay entre un cosmético y el ecosistema, o por qué algunos plásticos nunca desaparecen del ambiente.
Además, Alcolado se detiene en la evolución histórica de esta problemática, desde el DDT hasta las actuales preocupaciones regulatorias en la Unión Europea, y propone soluciones como la química verde, la innovación responsable y el papel activo de la ciudadanía. Hay en el libro un equilibrio notable entre denuncia, pedagogía y esperanza.
El valor añadido de la autora es que no solo escribe desde el conocimiento académico —es química, investigadora predoctoral y ha participado en proyectos sobre salud ambiental y química atmosférica—, sino también desde la vocación divulgativa. Su experiencia en redes sociales, conferencias y medios de comunicación se traduce en una prosa dinámica, clara y efectiva.
Tu hogar, tus contaminantes no pretende que vivamos en una burbuja libre de riesgos, sino que entendamos mejor lo que nos rodea. Nos invita a tomar decisiones informadas, a exigir más transparencia en los productos que consumimos, y sobre todo, a no subestimar el poder que tenemos como individuos cuando transformamos nuestra forma de mirar el mundo.
En un contexto en el que descubrimos que incluso el aire de casa puede estar contaminado con miles de partículas plásticas, este libro se convierte en una lectura imprescindible para quienes quieren comprender la magnitud del problema… y empezar a formar parte de la solución.
