Nos gusta pensar que controlamos el mundo, pero la historia dice otra cosa. Por cada ciudad que hemos construido, hay una especie invasora que ha sabido aprovecharla mejor. Desde los virus hasta los mosquitos, desde las ratas hasta las avispas, las plagas no solo han sobrevivido a nuestras civilizaciones: las han moldeado. Eso es precisamente lo que muestra Plagas (Pinolia, 2025), el nuevo libro de Ángel León Panal, un recorrido tan entretenido como inquietante por las criaturas que mejor se han adaptado al mundo que creamos.
Plagas mezcla ciencia, historia y cultura con una agilidad narrativa que lo convierte en una lectura irresistible. León Panal escribe con rigor, pero sin solemnidad, y logra que capítulos sobre el ántrax, la peste o las cucarachas se lean como verdaderos relatos de suspense científico. Lejos de centrarse solo en los aspectos biológicos, el libro nos obliga a repensar nuestra relación con el entorno, y cómo muchas veces, los que creemos inferiores son en realidad los más preparados para el futuro. Uno de los capítulos más impactantes —Heraldos de la muerte— es una prueba de ello.
Cuando la muerte viene volando
Hay algo perturbador en el zumbido de un mosquito. No por el sonido en sí, sino por todo lo que puede traer consigo. En algunas zonas del mundo, ese zumbido significa fiebre, dolor, pérdida. Los mosquitos, en especial los del género Anopheles, son vectores de enfermedades que han matado a millones de personas a lo largo de la historia. El capítulo muestra cómo estos insectos han sido aliados invisibles de la muerte, extendiendo virus y parásitos de forma silenciosa pero devastadora.
No son solo criaturas molestas: son armas biológicas involuntarias. La malaria, el dengue, el virus del Zika y la fiebre amarilla son solo algunos de los flagelos que se han servido de su cuerpo para viajar. Lo más inquietante es que, a diferencia de nosotros, los mosquitos no tienen un plan. No conquistan, no invaden con intención. Simplemente sobreviven. Y en esa supervivencia nos arrastran con ellos.
Lo que parece un pequeño insecto es, en realidad, una pieza clave en grandes transformaciones demográficas, sociales y políticas. Las plagas no solo afectan a la salud: alteran el curso de imperios, modifican mapas, definen políticas sanitarias.

El cuerpo como campo de batalla
El capítulo también nos hace mirar hacia adentro: el cuerpo humano como ecosistema, como terreno invadido. En el pasado, muchas enfermedades infecciosas eran vistas como castigos o desequilibrios del alma. Pero lo que descubrimos es que somos territorios disputados por organismos diminutos, cada uno con su estrategia para colarse, reproducirse y, a veces, matarnos.
Las bacterias y virus son protagonistas silenciosos. No los vemos, pero determinan nuestras decisiones más íntimas y nuestras respuestas más colectivas. A lo largo de la historia, han provocado cuarentenas, fugas, migraciones, persecuciones. ¿Cuántas guerras terminaron por una epidemia? ¿Cuántos líderes murieron por una picadura? La historia humana, en realidad, es también la historia de lo que nos ha enfermado.
Y, sin embargo, muchas de estas amenazas no desaparecen. Mutan, resisten, se esconden. Las plagas no tienen prisa, porque su ventaja no es la fuerza, sino la adaptabilidad.
La supervivencia del que sabe esperar
Si algo deja claro este capítulo —y el libro en su conjunto— es que la evolución no premia al más inteligente ni al más fuerte, sino al que mejor se adapta. Las plagas no ganan por estrategia, sino por constancia. No buscan el conflicto, pero se benefician de cada grieta que dejamos: cambios climáticos, urbanización descontrolada, viajes globales, desigualdades sanitarias.
Nuestra especie ha logrado hazañas impresionantes, pero lo ha hecho dejando muchos frentes abiertos. Y allí, en esos márgenes, prosperan las plagas. En ese sentido, el libro no es solo una crónica del pasado, sino una advertencia sobre el presente y el futuro. Porque mientras miramos hacia Marte, en la Tierra seguimos perdiendo guerras contra mosquitos, bacterias y parásitos.
