Para empezar, para evitar decepciones, no, esta leyenda no tiene nada que ver con Roma, pues al leer la palabra “ césares”...seguro que alguna persona ha hecho esta correlación. ¿Y de dónde viene entonces? Pues su origen se encuentra muy lejos de la península itálica, ya que para dar con ella hay que viajar hasta América del Sur, concretamente a la región de la Patagonia, entre los actuales países de Argentina y Chile. Y para encontrar el momento exacto en el que surgió, debemos remontarnos hasta el siglo XVI, a la misma época en la que se difundió otro mito realmente conocido, el de “El Dorado”.
En este sentido, debemos mencionar a un explorador italiano, Sebastiano Caboto, que en 1528, muy seducido por las leyendas que se difundieron sobre ciudades repletas de metales preciosos y enormes riquezas escondidas en la profundidad de la jungla, decidió enviar a uno de sus subalternos, de nombre Francisco César, como cabeza de una expedición hacia el interior de la por aquel entonces, inexplorada Patagonia con el fin de dar con alguno de aquellos fantásticos lugares.
El caso es que una vez adentrados en la jungla, se sabe que se dividieron en tres grupos, de los cuales, dos desaparecieron para siempre. Sobreviviendo, según parece, solo el que lideraba el propio César.” gracias a la difusión que hizo de este relato el conquistador y cronista Ruy Diaz de Guzman.

¿Y qué tiene de cierto todo esto? Pues como suele pasar en todos estos casos… prácticamente nada. Ya que son muchos los datos, y sobre todo, hechos que indican que esto no pudo ser real. Por ejemplo, para que César pudiese haber llegado a Perú, antes habría tenido que cruzar territorios controlados por el Imperio Inca, algo harto improbable sin haber acabado capturado, o en el peor de los casos, muerto. Otro hecho que indica la falsedad del relato es que el propio Caboto, poco tiempo después de ordenar la expedición, regresó a España, concretamente a Sevilla, para dar cuenta de sus progresos en América, entre los que no mencionó descubrimiento alguno de este calibre.
No obstante, la desaparición en los años siguientes en la selva de varias expediciones completas ávidas de hallar la ciudad, añadió más misterio e intriga a toda esta leyenda, la cual se vio reforzada por la aparición de su nombre en algunos mapas y las descripciones de la misma en varios tratados geográficos de la época, como fue el escrito por Simón de Alcazaba en 1534.
El cual, sin duda inspiró la empresa de varios exploradores españoles más, como fue el caso de Diego de Rojas, que, partiendo desde el sur de Perú, tras recorrer gran parte la actual provincia argentina de Santiago del Estero, no logró encontrarla. O la de Francisco de Villagra y Jerónimo Alderete, que, tras oír historias a los indígenas de la zona relacionadas con la ciudad, se lanzaron a encontrarla, también sin éxito. Unas expediciones que, pese a sus continuos fracasos, no terminaron hasta finales del siglo XVIII, cuando en 1791 se envió la última de la que se tiene constancia, por orden del gobernador de Chile por aquel entonces Ambrosio O’Higgins.
Lo que parecen tener claro los historiadores hoy en día es que el mito de la ciudad de los césares parece ser el resultado de la fusión de varios relatos fantásticos en uno solo, que cogieron una cosita de aquí y otra de allá para construir en el imaginario popular de la época la supuesta existencia de otro de esos lugares perdidos y llenos de tesoros por los que suspiraban los conquistadores y buscafortunas europeos que se lanzaban a explorar el para ellos desconocido y salvaje continente americano.
Referencias: