El proceso por el que el cristianismo logró imponerse en el panorama religioso y cultural europeo fue lento y desigual. Si bien la adopción de la religión cristiana por parte del Imperio romano tras la conversión de Constantino facilitó su expansión, amplias áreas territoriales, especialmente en el norte del continente, permanecieron al margen hasta bien entrada la Edad Media e incluso la Edad Moderna. En la Europa medieval, la Iglesia utilizó una serie de estrategias variadas para intentar ganarse a las poblaciones paganas. En muchos casos, en lugar de imponer la religión con la fuerza, las autoridades eclesiásticas desarrollaron mecanismos simbólicos, psicológicos y arquitectónicos que resultaron decisivos para conquistar el paganismo.
Uno de los mecanismos más eficaces fue la apropiación de los espacios sagrados paganos, es decir, los bosques, piedras, manantiales, templos y altares que ya poseían un valor religioso ancestral entre las comunidades que se buscaba cristianizar. Al convertir esos lugares en iglesias, capillas y santuarios cristianos o, simplemente, mediante la reestructuración de los templos ya existentes, la Iglesia logró plantar el cristianismo allí donde la religiosidad popular ya estaba plenamente arraigada.

Un paganismo arraigado: la naturaleza, la geografía y los mitos
Los pueblos paganos del norte y del este de Europa, como los bálticos, los lapones (o sámi) y los antiguos prusianos, veneraban la naturaleza en formas diversas. Rendían culto en bosques sagrados, usaban determinadas piedras a las que se les atribuía significado espiritual, recurrían a los manantiales o mantenían un fuego perpetuo. Estos rituales estaban profundamente entrelazados con el paisaje. Así, las colinas, los ríos, los bosques y las rocas eran, en sí, manifestaciones de lo divino y puntos de conexión con lo ancestral. Por ejemplo, se ha encontrado que en regiones como Carelia, en la frontera entre Finlandia y Rusia, algunas piedras glaciares veneradas durante milenios aún exhiben los surcos donde los fieles paganos depositaban sus ofrendas.

La estrategia de apropiación: cómo mantener la continuidad
La Iglesia aplicó una estrategia inteligente. En lugar de arrancar de raíz esas religiosidades populares, decidió transformarlas en beneficio propio. En muchas regiones, se construyeron iglesias sobre antiguos templos y se levantaron altares cristianos donde antes había altares paganos. Aunque se destruían los ídolos, se mantenían las paredes, los lugares de culto e incluso la arquitectura. Así, los fieles veían que los espacios de la fe tradicional seguía nexistiendo, solo que bajo una nueva autoridad religiosa.
En el caso de Lituania, por ejemplo, cuando el rey Mindaugas fue coronado alrededor de 1253, aceptó el cristianismo durante un breve periodo y, en consecuencia, construyó una catedral en Vilna. Tras su homicidio, sin embargo, Lituania volvió al paganismo. Incluso se tomó una iglesia que había sido construida sobre un antiguo templo dedicado a Perkūnas (dios del trueno). Después de quitarle el techo, se restauró el altar pagano y se retomaron los rituales tradicionales.
Cuando, finalmente, en 1387, bajo el Gran Duque Jogaila, Lituania se convirtió formalmente al cristianismo, los frailes franciscanos destruyeron el altar pagano, retiraron el ídolo de Perkūnas y restauraron la estructura como catedral cristiana. Esa iglesia, que aún hoy existe en Vilna, entrelaza en sus piedras los legados del templo pagano, el santuario cristiano y la catedral.

La guerra como complemento a lo simbólico
Con todo, la estrategia simbólica por sí sola no fue suficiente para imponer el cristianismo. La Iglesia y los monarcas cristianos complementaron esta apropiación de espacios con las campañas militares. Se llevaron a cabo las llamadas Cruzadas del Norte, a partir del siglo XII, contra los paganos bálticos y se expandieron órdenes militares como los Caballeros Teutónicos. Además, se ejerció una fuerte presión política para aceptar el bautismo y se abogó por las conversiones forzadas en algunos casos.
Sin embargo, lo simbólico tenía un gran poder. Al reconvertir los lugares que para la población ya eran sagrados, la Iglesia ofrecía una continuidad con lo que los pueblos ya conocían, veneraban o temían. Así, aunque cambiaran de fe, podían seguir reuniéndose en los manantiales, bajo las grandes rocas o en los bosques, pero ya bajo la autoridad cristiana. Esa continuidad mitigaba la resistencia.

Los últimos bastiones del paganismo
Los últimos territorios que se resistieron al Cristianismo fueron Lituania y Letonia. Hasta fines del siglo XIV, Lituania fue uno de los últimos reinos paganos oficiales en Europa. La tolerancia formaba parte de la estrategia política del reino. Así, aunque los frailes cristianos vivían en sus territorios, el culto pagano siguió prosperando. Aun así, la presión militar que ejercieron los Caballeros Teutónicos y otros actores, junto con la apropiación simbólica de los espacios sagrados, fue determinante.
Un triunfo más allá de la espada
Desde los albores del cristianismo en Europa occidental hasta la cristianización tardía del Báltico en los siglos XII al XIV, esta táctica de continuidad resultó vital. Predicar, bautizar o imponer decretos no bastaba para convencer a la población. Las costumbres, los lugares de culto y los paisajes espirituales populares exigían una transición que no los desarraigara por completo, pues, de lo contrario, la Iglesia se arriesgaba a tener que hacer frente a revueltas o incluso a un retorno al paganismo. Al final, esta estrategia de la Iglesia permitió que la cristianización de Europa fuera un proceso de transformación cultural profunda que tocaba lo tangible: los lugares, los rituales, la memoria.
Referencias
- Young, Francis Kendrick. 2022. Pagans in the Early Modern Baltic. Arc Humanities Press.
- Young, Francis Kendrick. 2025. Silence of the Gods: The Untold History of Europe's Last Pagan Peoples. Cambridge University Press.