El Monte Elgon, un volcán extinto ubicado en la frontera entre Kenia y Uganda, alberga un fenómeno extraordinario: una red de cuevas excavadas no por el agua o el viento, sino por elefantes. Estos paquidermos, atraídos por la necesidad de minerales como el sodio y el calcio, han sido protagonistas de un proceso geológico único en el mundo. La interacción entre los animales y el paisaje ha generado un enigma fascinante que se suma a las ya extraordinarias explicaciones tradicionales sobre la formación de cuevas.
Este artículo se centra en cómo los elefantes del Monte Elgon, al excavar las paredes de las cuevas en busca de minerales, han alterado significativamente el paisaje geológico de la región. A lo largo de generaciones, estos animales han esculpido las cuevas al arrancar trozos de roca con sus colmillos, dejando marcas visibles que evidencian su paso. Además, explicaremos cómo esta práctica, conocida como geofagia, afecta a la formación de minerales en el interior de las cuevas y cómo estos procesos naturales han atraído la atención de científicos y turistas por igual, a pesar de los riesgos asociados a la presencia de virus como el de Marburgo en la zona.
El Monte Elgon: Un volcán dormido con vida propia
El Monte Elgon es uno de los volcanes más antiguos y grandes de África. Aunque lleva millones de años inactivo, su paisaje sigue evolucionando gracias a los procesos geológicos y la interacción con la fauna. Con una altura de más de 4.300 metros y una base de 80 kilómetros de diámetro, el Elgon es una formación majestuosa que destaca en la región del Gran Valle del Rift.
Mientras que otras cuevas del mundo se forman principalmente por la erosión del agua, las del Elgon han sido creadas por los elefantes, en su insaciable búsqueda de sales y minerales esenciales para cubrir las necesidad des su dieta. Este comportamiento es conocido como geofagia, una práctica extendida entre muchos animales que consumen tierra o rocas para complementar su alimentación.

Los elefantes mineros: una práctica milenaria
Debemos ver en el comportamiento de los elefantes en el Monte Elgon mucho más que una simple búsqueda de sales. Los paquidermos han demostrado ser auténticos "ingenieros del paisaje" al excavar las cuevas. Su actividad ha dejado una huella geológica única. Aunque otros animales practican la geofagia, lo que distingue a los elefantes es la fuerza y la constancia con la que perforan las rocas para obtener sodio y calcio, esenciales para mantener su equilibrio mineral y su salud. Esta necesidad es particularmente importante en elefantes que habitan regiones donde las fuentes naturales de minerales en la vegetación son escasas. Su tamaño y la enorme cantidad de minerales que requieren para sobrevivir hacen que su interacción con el entorno sea intensa y prolongada.
Este proceso ha generado, a lo largo de siglos, cambios notables en la morfología de las cuevas. Las constantes excavaciones afectan la estructura física de las mismas, pero también influyen en la biodiversidad. Los minerales extraídos por los elefantes nutren su organismo, a la par que enriquecen el suelo y el agua circundantes. Algo que permite que otras especies, desde pequeños roedores hasta murciélagos, se beneficien de la transformación del entorno. Además, esta actividad crea microhábitats que fomentan la colonización de nuevas especies de flora y fauna en las cuevas, lo que convierte a estas formaciones en ecosistemas dinámicos donde la interacción entre geología y biología es palpable.
Este proceso ha sido observado con mayor detalle en la famosa Cueva Kitum, una de las más grandes del Monte Elgon, que se extiende más de 200 metros hacia el interior de la montaña. Se ha calculado que miles de elefantes han visitado esta cueva a lo largo de los siglos, modificando su forma y tamaño constantemente. Los excrementos de estos animales, ricos en minerales, se mezclan con la roca circundante y contribuyen a la formación de nuevos minerales secundarios como el natrón y la mirabilita.

El enigma de la fiebre de Marburgo: un peligro oculto
Aunque la cueva Kitum es conocida por su extraordinaria relación con los elefantes, también es famosa por ser el epicentro de varios brotes de la fiebre hemorrágica de Marburgo. Esta enfermedad, similar al Ébola, es altamente letal y se cree que fue transmitida a los humanos a través del contacto con los murciélagos que habitan en la cueva.
El primer caso conocido de transmisión del virus Marburgo en Kitum fue el de Charles Monet, un turista francés que en 1980 decidió explorar la cueva sin saber que su visita lo llevaría a la muerte. Tras su excursión, Monet comenzó a desarrollar síntomas graves: fiebre alta, dolor de cabeza, y un malestar creciente que rápidamente degeneró en vómitos de sangre. En cuestión de días, sus órganos colapsaron y su sangre se volvió incoagulable, un síntoma clásico de las fiebres hemorrágicas. Murió poco después de su llegada a un hospital en Nairobi, dejando a las autoridades sanitarias y los médicos locales en estado de alarma, sin comprender en ese momento la causa de su muerte. El médico que lo atendió, el doctor Musoke, también se contagió del virus al intentar salvar su vida, aunque logró sobrevivir pues ya tuvieron margen de reacción. Este incidente desencadenó una serie de investigaciones que llevaron al descubrimiento del virus Marburgo en la cueva Kitum y en sus murciélagos.
El caso de Monet no fue el único. En los años siguientes, otros turistas y personas locales que visitaron la cueva también contrajeron la fiebre de Marburgo, lo que provocó un temor creciente y una caída notable en el número de visitantes. Estos brotes esporádicos pusieron de relieve los riesgos inherentes a la interacción humana con los entornos naturales inexplorados y reforzaron la idea de que las cuevas pueden ser caldos de cultivo para enfermedades letales.
El nombre de esta enfermedad proviene de un brote ocurrido en 1967 en la ciudad alemana de Marburgo, donde el virus fue identificado por primera vez. En aquel momento, un grupo de trabajadores de un laboratorio contrajo la enfermedad tras estar en contacto con monos infectados que habían sido importados de Uganda para investigaciones científicas. La conexión entre Marburgo y África se hizo evidente, ya que el origen del virus estaba relacionado con animales salvajes africanos, principalmente los murciélagos, que actúan como reservorios naturales. Los primeros casos de fiebre hemorrágica en Marburgo dejaron a 31 personas infectadas, de las cuales 7 fallecieron, lo que reveló la letalidad de este virus y la rapidez con la que podía propagarse en condiciones favorables.

El virus Marburgo pertenece a la familia Filoviridae, los mismos que el virus del Ébola. Ambos son conocidos por su capacidad para causar brotes de fiebre hemorrágica con una tasa de mortalidad de hasta el 90%. Una vez que el virus ingresa al cuerpo, ataca agresivamente el sistema inmunológico, destruyendo los tejidos internos y provocando hemorragias masivas. Aunque se han hecho avances significativos en el tratamiento de las fiebres hemorrágicas desde la década de 1980, el virus Marburgo sigue siendo una de las mayores amenazas en el ámbito de las enfermedades zoonóticas.
La relación entre los murciélagos de Kitum y la fiebre de Marburgo es compleja. Los murciélagos, a diferencia de otros animales, no parecen verse afectados por el virus, lo que les permite actuar como portadores silenciosos. Esto representa un reto considerable para las autoridades locales que, en un intento por equilibrar la protección del ecosistema y la promoción del turismo, han implementado una serie de medidas de seguridad, como la restricción del acceso a las cuevas y la educación de los visitantes sobre los riesgos de entrar en contacto con los murciélagos.
