Es un hecho constatado que a lo largo de la Historia de la Medicina las mujeres no han estado en igualdad de condiciones en relación a los hombres, es más hubo una época en la que por el mero hecho de ser mujer se suponía que podría sufrir un trastorno mental. Esto es lo que sucedió con la histeria.
Entre los primeros en utilizar el término histeria encontramos a Hipócrates, el padre de la medicina, y al filósofo Platón. Ambos asociaron los síntomas propios de esta enfermedad al desplazamiento del útero, no en balde “hysteria” significa en griego útero, ya que se asumió que era una enfermedad exclusiva del género femenino.

En la Antigüedad se pensó que la histeria era provocada por desórdenes en la menstruación, por privación sexual o bien por “pesadez de mente”. Más adelante, durante el medioevo, se implicó al diablo en su aparición, motivo por el cual algunas mujeres con histeria fueron etiquetadas de brujas y acabaron sus días en la hoguera. Otras corrieron una suerte diferente y sufrieron la extirpación de su útero.
Masturbación para las histéricas
En el siglo XVII un galeno flamenco –Pieter van Foreest- publicó un tratado médico en el que dedicó un capítulo completo a las enfermedades de las mujeres, allí describió la histeria como la “sofocación de la madre”. Recomendaba que cuando la mujer sufriera esta patología era necesario asistirla por una matrona para que masajeara sus genitales y pudiera llegar al “paroxismo”.
En cualquier caso, Foreest sugería que este tratamiento estaba reservado exclusivamente para las viudas, para aquellas mujeres que tenían vidas castas o para las religiosas, ya que en el caso de las casadas era preferible “realizar el coito con los cónyuges”.
Para que entendamos la vulnerabilidad de las mujeres en la esfera sexual baste un dato: no fue hasta el siglo XVIII cuando comenzó a aparecer el vocabulario de la anatomía femenina. Y es que hasta ese momento no estaba claramente definido, por ejemplo, la diferencia entre útero y vagina, o entre ésta y vulva.
Esto se debía a que los profesionales que escribían sobre anatomía femenina no veían la necesidad de desarrollar un vocabulario preciso y específico para la anatomía genital.
Y llegó la mecanización
Se calcula que durante la época victoriana una de cada cuatro mujeres era diagnosticada de histeria. Entre los síntomas característicos de esta enfermedad se encontraban algunos tan generales e inespecíficos como pesadez abdominal, insomnio, dolor de cabeza, cansancio, sensación de mareo, espasmos musculares, parálisis y, en el peor de los casos, ceguera.
Se calcula que durante la época victoriana una de cada cuatro mujeres era diagnosticada de histeria
Para poder tratar la enfermedad los médicos, con la ayuda de una comadrona, aplicaban aceite en los dedos para estimular la zona genital hasta llevarla al “paroxismo histérico”, en Román paladino, al orgasmo. Volviendo al griego, orgasmos significa sensación de plenitud o satisfacción.
En cualquier caso, el placer femenino no formaba parte de la ecuación, no se trataba de un ejercicio de goce, era un tratamiento cuyo objetivo era simplemente erradicar una dolencia. Al parecer se trataba de un tratamiento efectivo, que mejoraba la calidad de vida y el bienestar de las mujeres.
Las sesiones eran largas, en ocasiones, podían dilatarse durante una hora, por lo que es fácil entender que con una enfermedad tan frecuente los médicos no diesen abasto en sus consultas y acabaran exhaustos. Por ello, a finales de la década de 1880, el doctor Joseph Mortimer Granville (1833-1900), en un intento de ayudar a los médicos en sus labores terapéuticas de masaje pélvico, diseñó el primer vibrador eléctrico de la historia.
De la consulta al ámbito privado
El artilugio era realmente sencillo, se trataba de una máquina eléctrica con forma fálica que podía introducirse en la cavidad vaginal sin producir lesiones anatómicas. El nombre del adminículo fue “martillo de Granville”. Gracias a la mecanización se incrementó, de forma significativa, el número de pacientes que un médico podía atender en una jornada laboral con esa sintomatología.

Más adelante se daría el siguiente paso: comercializar el consolador para un uso privado, sin la necesidad de que la enferma tuviera que ir al médico. Poco a poco, a comienzos del siglo XX, comenzaron a aparecer -en las revistas y periódicos- anuncios de masajeadores, que se vendían como solución para reducir arrugas, curar la migraña o, simplemente, para ayudar a alcanzar la felicidad.
Es fácil imaginar que de ahí a las connotaciones sexuales fue todo cuestión de tiempo. Sin embargo, la sociedad tildó de inmoral al dispositivo, hasta el punto que Mortimer intentó desligarse de su patente.
Hacia la década de los veinte del siglo pasado, y por culpa del velo del pudor y el pecado, el vibrador cayó en desgracia y acabó en el rincón del olvido. No sería hasta 1968 cuando la marca japonesa relanzó el Magic Wand, siendo el comienzo de una nueva época. Pero eso ya es otra historia.