Desde que tuvo lugar la mayor radiación evolutiva, durante el período Cámbrico, cinco extinciones masivas han asolado el planeta Tierra, erradicando grupos enteros. Aunque actualmente contamos con una rica diversidad de especies, lo cierto es que, a lo largo de los eones, se han extinguido muchas más especies de las que se mantienen con vida.
La especie humana tiende a considerarse especie privilegiada. Se atribuye la condición de ser el centro de un mundo que, en realidad, lleva girando miles de millones de años antes de que el primer ser humano observase el cielo. Un planeta repleto de vida, que continuará girando y dando vida mucho después de que la humanidad se extinga.

Las fuerzas de la naturaleza
La humanidad podría extinguirse, por ejemplo, por los mismos fenómenos que causaron extinciones masivas previas. Eventos como la colisión de un asteroide o un cometa de gran tamaño, o una consecución rápida de múltiples erupciones volcánicas, pueden ser causa de la extinción humana.
Aunque la mayor parte de tales eventos naturales catastróficos son extraordinariamente improbables y a lo largo de la historia de la Tierra solo han sucedido unas pocas veces. Según el equipo de investigación de Andrew E. Snyder-Beattie, de la Universidad de Oxford, la probabilidad anual de extinción humana causada por desastres naturales es menor de uno entre 87 000.
Sin embargo, otros desastres de origen natural suponen un mayor riesgo de extinción, y entre los más probables se encuentra una pandemia. El ser humano cada vez tiene más contacto con patógenos nuevos, ya sea por una mayor interacción con fauna silvestre, por el transporte de animales portadores de enfermedades de unos lugares a otros, o por el deshielo del permafrost y la liberación subsiguiente de patógenos congelados.
La medicina moderna es muy eficiente en la lucha contra enfermedades emergentes, como se ha demostrado recientemente con el desarrollo de vacunas eficaces contra la COVID-19 en un tiempo récord. Sin embargo, los nuevos patógenos siguen pillando por sorpresa a la humanidad, y cuando se habla de la próxima pandemia global no se pregunta si sucederá o no, sino cuándo ocurrirá.
Un problema que se suma a este escenario es la resistencia a los antibióticos. Las bacterias evolucionan desarrollando resistencia más rápido de lo que nosotros hallamos nuevas formas de luchar contra ellas, y salvo que haya una revolución en la ciencia médica, las bacterias terminarán ganando esta carrera.

El ser humano como factor de extinción
Prácticamente desde siempre ha existido cierto alarmismo en torno a las novedades tecnológicas, en ocasiones sin mucho fundamento. Por ejemplo, cuando apareció el ferrocarril, mucha gente pensaba que el cuerpo humano no soportaría esa velocidad; en el origen de la telefonía móvil hubo mucho pánico a las radiaciones no ionizantes; existen los antivacunas desde que existen vacunas; y hay personas que creen que los transgénicos causan graves problemas de salud. Ninguno de estos casos de ‘tecnofobia’ tiene fundamento científico, responden más al miedo a la novedad y a una falsa percepción de riesgo que a un riesgo real.
Actualmente hay voces que hablan de los riesgos de una posible nanotecnología que se escape del control del ser humano, o de una inteligencia artificial desbocada; aunque muchos investigadores son escépticos sobre este tipo de riesgos.
Sin embargo, no todos los avances tecnológicos cuentan con el beneficio de la duda. Durante la Guerra Fría, el miedo a un apocalipsis nuclear era muy real. Aunque la sombra de un holocausto nuclear está considerado un fantasma del pasado, lo cierto es que hay países con armas suficientes como para destruir a toda la humanidad.

La sexta extinción masiva
Aunque, como hemos dicho, en la historia remota se conocen cinco extinciones masivas, no son pocos los investigadores que llevan décadas avisando de que la actividad humana está arrastrando al planeta a una sexta, movida sobre todo por el cambio de usos del suelo, la sobreexplotación de los recursos naturales, la contaminación, la introducción de especies exóticas invasoras y el cambio climático.
Así como durante la guerra fría, el temor a un holocausto nuclear tenía una base muy bien fundamentada, hoy sabemos que el cambio global que está causando la actividad humana tiene altas probabilidades de que desemboque en un colapso de la biodiversidad.
Es cierto que la vida es tenaz, y que es poco verosímil un desastre que cause la extinción de todos los seres vivos del planeta —al fin y al cabo, en todas las grandes extinciones ha habido supervivientes—. Pero si hubiera que apostar por qué especies se libran de la extinción, la especie humana no estaría entre las favoritas. Dependemos demasiado de los ecosistemas, aunque no nos demos cuenta.
Afortunadamente, hay formas de evitar el colapso. Los datos muestran que aún no hemos alcanzado el punto de no retorno; pero si queremos evitar el desastre, las acciones deberán ser coordinadas, firmes, inmediatas y de alcance global. Cuanto más tiempo pase la humanidad negando la realidad y retrasando las acciones, más cerca estará del colapso, y más difícil será revertirlo.
Referencias:
- Bostrom, N. 2002. Existential risks: analyzing human extinction scenarios and related hazards. Journal of Evolution and Technology, 9.
- Herrando-Pérez, S. et al. 2019. Statistical Language Backs Conservatism in Climate-Change Assessments. BioScience, 69(3), 209-219. DOI: 10.1093/biosci/biz004
- Hickel, J. et al. 2022. Degrowth can work — here’s how science can help. Nature, 612(7940), 400-403. DOI: 10.1038/d41586-022-04412-x
- Matheny, J. G. 2007. Reducing the Risk of Human Extinction: Reducing the Risk of Human Extinction. Risk Analysis, 27(5), 1335-1344. DOI: 10.1111/j.1539-6924.2007.00960.x
- Snyder-Beattie, A. E. et al. 2019. An upper bound for the background rate of human extinction. Scientific Reports, 9(1), 11054. DOI: 10.1038/s41598-019-47540-7