La verdad incómoda tras los incendios provocados: el cambio climático los está haciendo más violentos, destructivos e incontrolables

Aunque muchos incendios tienen origen humano, la verdadera amenaza está en el clima. Olas de calor extremas, vegetación seca y vientos intensos están convirtiendo cada chispa en un infierno difícil de apagar.
En la nueva realidad climática, basta una chispa para desencadenar una catástrofe
En la nueva realidad climática, basta una chispa para desencadenar una catástrofe. Foto: Istock/Christian Pérez

En mitad de una ola de calor abrasadora, un foco se activa en una ladera reseca de Castilla y León. El viento cambia, las temperaturas se disparan y, en cuestión de horas, el fuego se ha convertido en un monstruo indomable. Las llamas se alzan a decenas de metros, saltan barrancos, generan su propio clima y avanzan devorando todo a su paso. ¿Fue provocado? Es probable. Pero la pregunta clave es otra: ¿por qué ahora se comportan de este modo?

La respuesta está en el cambio climático. Porque aunque el origen de la chispa siga siendo, en la mayoría de los casos, humano —ya sea por negligencia, imprudencia o intención—, el contexto en el que prende ese fuego ha cambiado radicalmente. Ahora, cada incendio tiene más probabilidades de convertirse en una tormenta perfecta.

La ciencia lo confirma: los incendios se intensifican

Un análisis riguroso publicado en Environmental Research y liderado por investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela ha demostrado que las olas de calor en la península ibérica han aumentado no solo en frecuencia, sino en intensidad y extensión desde 1950. Y esto tiene implicaciones directas en los incendios. Las condiciones climáticas que antes eran excepcionales se han convertido en recurrentes, generando un escenario cada vez más propicio para la propagación del fuego.

Otro estudio global publicado en Nature Communications fue aún más explícito: la frecuencia de los días extremos de calor ha aumentado en casi todas las regiones del mundo, y con ello, la duración e intensidad de los episodios de calor acumulado. Es decir, no solo hace más calor, sino que el calor extremo se mantiene más tiempo y con mayor agresividad. En ese contexto, cualquier chispa encuentra un ecosistema vulnerable, inflamable y sin capacidad de defensa.

Un estudio publicado en 2025 en la revista npj Climate and Atmospheric Science confirma que el aumento en la severidad de los incendios forestales no es solo una percepción social o mediática: es una realidad avalada por datos empíricos. Liderado por un equipo internacional con participación española, este trabajo demuestra que la frecuencia de incendios extremos en el sur de Europa ha aumentado a un ritmo preocupante durante las últimas dos décadas. El análisis, centrado en eventos entre 2003 y 2022, revela que cada vez más incendios superan el umbral de "extremos", definidos por su intensidad energética, tamaño y velocidad de propagación. El estudio alerta de que ya no es necesario un verano excepcionalmente cálido para que aparezcan incendios incontrolables. Basta con que coincidan algunos días secos y calurosos sobre un terreno abandonado y cubierto de vegetación para que el fuego se dispare. Esta situación, según el equipo investigador, es ya una “nueva normalidad” climática. Y la conclusión fue clara: «Los incendios que han tenido lugar en los últimos años en la Península Ibérica se han desarrollado en condiciones ambientales más favorables para su propagación de lo que sería el caso en un clima inalterado por las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero».

Evolución prevista de la velocidad de propagación del fuego en la península ibérica: los incendios mayores de 500 hectáreas ya muestran un aumento significativo en su intensidad respecto a la era preindustrial, y se espera que esta tendencia se agrave aún más hacia finales de siglo si el calentamiento global continúa
Evolución prevista de la velocidad de propagación del fuego en la península ibérica: los incendios mayores de 500 hectáreas ya muestran un aumento significativo en su intensidad respecto a la era preindustrial, y se espera que esta tendencia se agrave aún más hacia finales de siglo si el calentamiento global continúa. Fuente: npj Clim Atmos Sci (2025)

Otro trabajo clave, publicado en Reviews of Geophysics, liderado por expertos del CSIC, reunió más de 500 investigaciones y datos satelitales para analizar cómo el cambio climático está alterando los patrones globales de incendios. El hallazgo más inquietante es que el riesgo climático de incendios se ha duplicado en regiones como la cuenca mediterránea en los últimos 40 años. Y aunque la superficie quemada no siempre aumenta al mismo ritmo —gracias a las políticas de extinción— este éxito aparente podría estar siendo contraproducente: la supresión constante del fuego provoca una acumulación de vegetación, es decir, más combustible, que prepara el terreno para incendios devastadores en el futuro. El informe advierte que si no se actúa con urgencia para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, el riesgo de incendios alcanzará niveles sin precedentes en cuestión de décadas.

Pero, además del aumento de temperaturas, los incendios actuales están siendo alimentados por otros factores climáticos agravados por el cambio climático, como el incremento en la intensidad de los vientos y la reducción persistente de la humedad del suelo. En este sentido, un estudio publicado en Theoretical and Applied Climatology señala que la conjunción de viento fuerte, baja humedad y temperaturas extremas ha hecho que la propagación de los incendios sea más rápida y más impredecible que en décadas anteriores. Este fenómeno se refleja en el crecimiento de la llamada “velocidad de propagación crítica”, es decir, el punto a partir del cual un fuego se vuelve prácticamente incontrolable.

No es casualidad que ahora se hable de "incendios de sexta generación"

Los expertos ya no dudan en afirmar que hemos entrado en una nueva era del fuego. Son los llamados incendios de sexta generación: fenómenos extremos que no solo arden con más fuerza, sino que generan su propia meteorología, liberando columnas convectivas tan potentes que pueden formar tormentas pirocúmulos. Estas tormentas, a su vez, pueden generar rayos y provocar nuevos incendios a decenas de kilómetros. Un círculo infernal que antes solo se veía en escenarios catastróficos y que ahora se repite cada verano.

En España, el verano de 2025, que aún no ha acabado, ha sido paradigmático. Con olas de calor extremas y una superficie arrasada que supera los 25.000 hectáreas en apenas una semana, los incendios han sido más intensos, rápidos y destructivos que nunca. El caso de Las Médulas, un paisaje Patrimonio de la Humanidad en León, ha sido uno de los más trágicos: fuego descontrolado, vientos de hasta 50 km/h, evacuaciones masivas y una herencia cultural arrasada por las llamas. Pero, tal y como hemos conocido en el día de hoy, hasta el día 10 de agosto se habían quemado más de 345.000 hectáreas, más del doble de todo lo quemado en 2024.

Las Médulas, un paisaje único donde la historia romana y la naturaleza se enfrentan ahora a la amenaza del fuego
Las Médulas, un paisaje único donde la historia romana y la naturaleza se enfrentan ahora a la amenaza del fuego. Foto: El Bierzo Digital

Pero ¿no eran provocados?

Sí. Y lo siguen siendo. Según datos del Ministerio del Interior, más del 80% de los incendios en España tienen origen humano, ya sea por negligencias, actividades agrícolas mal gestionadas o directamente por intencionalidad. Pero como explican expertos en incendios forestales y clima, hay que distinguir entre la ignición y la propagación. Encender un fuego es fácil. Lo difícil es que ese fuego se vuelva incontrolable. Y eso es precisamente lo que ha cambiado.

En condiciones climáticas normales, muchos de los incendios provocados podrían controlarse en pocas horas. Sin embargo, cuando la vegetación está extremadamente seca, el viento sopla con fuerza y las temperaturas superan los 40 grados durante días, lo que antes era un incendio controlado se convierte en una tragedia. Y la situación es aún peor cuando nos encontramos en medio de una ola de calor. El clima ha dejado de ser un espectador pasivo. Ahora es cómplice del fuego.

Más combustible, más calor, más riesgo

La combinación es letal. Por un lado, el calentamiento global ha reducido la humedad del suelo y ha prolongado los periodos sin lluvia. Por otro, el abandono del medio rural ha incrementado la acumulación de vegetación inflamable. La ecuación es simple: más combustible + más calor = incendios más violentos.

El problema no es solo cuánto arde, sino cómo arde. Estudios recientes han mostrado que el área potencialmente afectada por incendios extremos en la península ibérica ha aumentado un 4% por década desde 1950. Y lo peor: la tendencia no se frena. Las proyecciones climáticas indican que, si no se reducen las emisiones de gases de efecto invernadero, hacia finales de siglo la frecuencia de estos eventos se disparará un 50%.

El cambio climático está alterando la dinámica del fuego
El cambio climático está alterando la dinámica del fuego. Foto: Istock/Christian Pérez

¿Y la prevención?

El modelo actual de lucha contra incendios está en crisis. Se invierte en medios de extinción, pero se sigue descuidando la prevención estructural. Los cortafuegos se abandonan, las áreas rurales se despueblan y la gestión del monte brilla por su ausencia. Como alertan desde organizaciones como WWF, sin un cambio en el modelo territorial y sin reactivar la vida en el medio rural, el combustible seguirá acumulándose.

Además, muchos de los incendios tienen causas sociales: conflictos ganaderos, vandalismo, resentimientos personales. Entender las motivaciones y patrones de los incendiarios es clave para una estrategia eficaz. No se trata solo de apagar fuegos, sino de comprender por qué arden.

El fuego ya no espera. Responde con furia

Lo que antes era excepcional ahora es habitual. El fuego se ha vuelto más rápido, más agresivo, más imprevisible. Y aunque siga habiendo una mano que lo enciende, es el clima quien lo alimenta y lo convierte en una amenaza nacional.

Frente a esta nueva realidad, no bastan las sanciones ni los helicópteros. Se necesita una estrategia integral: prevención todo el año, ordenación del territorio, reactivación del mundo rural, profesionalización de los equipos y, sobre todo, una apuesta firme por frenar el calentamiento global. Porque mientras la chispa siga siendo inevitable, lo que sí podemos evitar es que el mundo arda sin control.

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