Gabriel García Márquez decía que la ortografía era “el terror del ser humano desde la cuna”. En 1997 quiso liberar a los hispanohablantes de “los fierros normativos de la lengua”, lo que implicaba, entre otras cosas, “enterrar las haches rupestres”.
Juan Ramón Jiménez ya usó en Poemas májicos y dolientes (1911) la ortografía propuesta por el filólogo venezolano Andrés Bello en el siglo XIX, que pretendía simplificar las reglas de la lengua.
Quería suprimir la hache al comienzo de las palabras (ombre, ueso), y la u muda tras la g o la q, de forma que guerra y queso pasarían a escribirse así: gerra y qeso. La c desaparecería y las palabras con esta letra se escribirían con z o con q, según su sonido. Una persona “iría a la qarnizería a qomprar zerdo”.
Académicos como Javier Marías se niegan a seguir ciertas normas de la RAE. Así, Marías sigue poniendo tilde en guión, aunque la Academia recomienda no hacerlo.