En una vieja fotografía de principios del siglo XX, un grupo de mujeres posa frente a la cámara. No parece una imagen demasiado especial, hasta que uno descubre que esas mujeres pasaron a la historia por un trabajo que, durante años, apenas fue valorado: clasificar estrellas. Entre ellas estaba Annie Jump Cannon, una astrónoma que, a pesar de haber perdido buena parte de su audición por una enfermedad en su juventud, desarrolló un talento extraordinario para ordenar el caos del cielo.
Su historia es una de esas que cuesta entender sin detenerse en los detalles. Porque, a primera vista, parecería improbable que una mujer sorda, nacida en una pequeña ciudad de Estados Unidos en 1863, pudiera transformar la astronomía. Pero lo hizo. Y lo hizo a su manera: desde el silencio, desde la constancia y desde una paciencia capaz de soportar miles de horas mirando espectros de luz.
Cannon no solo clasificó más estrellas que nadie. También mostró que se podía hacer ciencia con rigor, pasión y coraje, incluso en un mundo que no estaba preparado para recibir a mujeres astrónomas.
Una infancia marcada por las estrellas
Annie Jump Cannon creció en Dover, Delaware, en una familia donde las noches estrelladas tenían un valor especial. Fue su madre quien, desde pequeña, le enseñó a reconocer las constelaciones y a disfrutar del cielo nocturno. Aquellos primeros aprendizajes resultaron decisivos. No se trataba solo de observar, sino de aprender a mirar con atención.
Su interés por la astronomía la llevó a estudiar Física y Astronomía en el Wellesley College, un centro universitario exclusivamente femenino. Allí, Cannon no solo aprendió las bases teóricas de las ciencias físicas, sino que también se adentró en el mundo de la espectroscopia, una técnica que permitiría descomponer la luz de las estrellas y analizar sus propiedades.
La espectroscopia sería su herramienta principal muchos años después, pero entonces aún faltaba mucho camino por recorrer. Porque la vida de Annie tuvo un giro dramático cuando contrajo escarlatina, una enfermedad que le provocó una pérdida de audición severa. Esa dificultad marcó su trayectoria personal y profesional, alejándola durante años de los laboratorios y las investigaciones.

El regreso a la astronomía: Harvard la esperaba
Tras la muerte de su madre en 1894, Annie Jump Cannon decidió volver a acercarse a la astronomía. Primero lo hizo como profesora de Física en su antiguo colegio, pero pronto buscó algo más. Harvard, por entonces, se había convertido en un lugar de referencia para los estudios astronómicos gracias al uso pionero de la fotografía aplicada al estudio del cielo.
En 1896, Cannon fue contratada por Edward Pickering, director del Observatorio de Harvard. Pickering había formado un equipo de mujeres conocidas como las “computadoras de Harvard”, encargadas de analizar las placas fotográficas de las estrellas y clasificar sus espectros. Aunque su contratación respondía también a un contexto de desigualdad salarial —las mujeres cobraban mucho menos que los hombres por el mismo trabajo—, lo cierto es que Cannon se ganó rápidamente un lugar destacado en el equipo.
Su capacidad para analizar las placas y distinguir los detalles de los espectros estelares sorprendía a todos. Mientras otras personas necesitaban largos ratos para identificar los elementos de una estrella, ella era capaz de hacerlo con rapidez y precisión. No tardó en convertirse en la persona más eficiente clasificando estrellas.

El lenguaje secreto de las estrellas
Clasificar estrellas puede parecer una tarea fría y mecánica, pero para Annie Jump Cannon era, en realidad, una manera de leer un lenguaje escondido. Cada estrella dejaba un patrón de líneas en su espectro, y esas líneas hablaban de su composición, su temperatura y su historia.
Hasta entonces, existían distintos sistemas de clasificación estelar, pero eran complicados y poco eficaces. Cannon dedicó años de trabajo a crear un sistema nuevo, basado en la temperatura de las estrellas, que pudiera organizar el cielo de una manera sencilla y universal.
Así nació el sistema de clasificación de Harvard, una secuencia de letras —O, B, A, F, G, K, M— que ordenaba las estrellas desde las más calientes a las más frías. Este sistema, que aún se utiliza hoy en día, fue un logro colosal, porque permitía a los astrónomos de todo el mundo estudiar las estrellas bajo un mismo criterio.
Además, Cannon ideó un sencillo truco de memoria para que los estudiantes recordaran el orden de las letras, una frase en inglés que se convirtió en un clásico en las aulas: Oh, Be A Fine Girl — Kiss Me!
Oh, Be A Fine Girl — Kiss Me!
La regla nemotécnica de cualquier estudiante de astrofísica
Un trabajo monumental y silencioso
A lo largo de su carrera, Annie Jump Cannon llegó a clasificar más de 350.000 estrellas, un número asombroso incluso para los estándares actuales. Su trabajo no se limitó a organizar el cielo: también descubrió alrededor de 300 estrellas variables, cinco novas y una estrella binaria espectroscópica.
Una prueba concreta del rigor con el que Cannon abordaba su trabajo se conserva en sus publicaciones originales. En su artículo de 1901 para los Annals of Harvard College Observatory, aparecen páginas y páginas repletas de tablas que recogen las posiciones, magnitudes y tipos espectrales de cientos de estrellas. Cada uno de esos datos fue registrado a mano, como parte de un esfuerzo titánico que hoy sigue impresionando a cualquiera que consulte aquel documento.
Su dedicación fue tan extrema que llegó a clasificar unas 5.000 estrellas al mes durante sus años más productivos. Para ella, el trabajo era una mezcla de rutina y pasión. Aunque repetitivo y cansado, sentía que estaba descifrando los secretos del universo.
Pero Cannon no solo se ocupó de las estrellas. También luchó por el reconocimiento de las mujeres científicas. Participó activamente en movimientos sufragistas, defendió el acceso de las mujeres a la educación y creó un premio destinado a premiar a astrónomas jóvenes que destacaran en su campo.

El reconocimiento tardío y el legado eterno
Durante años, Annie Jump Cannon trabajó en segundo plano, recibiendo sueldos bajos y pocos honores. Pero su constancia acabó rompiendo barreras. En 1911 fue nombrada conservadora de los archivos astronómicos de Harvard, un puesto relevante dentro del observatorio. Poco después, en 1914, fue aceptada como miembro honoraria de la Royal Astronomical Society, en un gesto histórico.
Su reconocimiento definitivo llegó en 1938, cuando Harvard la nombró profesora regular de astronomía. Fue la primera mujer en conseguir ese título en la institución. Además, recibió varios doctorados honoris causa y fue galardonada con la Medalla Henry Draper, siendo la primera mujer en lograrlo.
Annie Jump Cannon murió el 13 de abril de 1941, pero su legado no desapareció. Un cráter lunar lleva su nombre, y su sistema de clasificación estelar sigue siendo una herramienta fundamental para los astrónomos de todo el mundo.
Por último, el premio que ella misma impulsó continúa entregándose cada año a mujeres astrónomas en Norteamérica, recordando que, detrás de las cifras y las placas fotográficas, hubo una mujer que supo mirar el cielo como nadie.
Referencias
- Annie J. Cannon. Spectra of Bright Stars Photographed with the 11-inch Draper Telescope as Part of the Henry Draper Memorial. Annals of the Astronomical Observatory of Harvard College, Vol. 28, 1901, pp. 129-146. Disponible en: http://adsabs.harvard.edu/abs/1901AnHar..28..129C.