Un cráneo fragmentado, una mandíbula fuera de lugar y un cementerio milenario en una cueva sobre el Mediterráneo. Lo que a simple vista parecería una escena más en la larga cronología de hallazgos paleoantropológicos, ha terminado por convertirse en uno de los descubrimientos más desconcertantes de los últimos años. Un equipo de investigadores ha reabierto el debate sobre la naturaleza del ser humano gracias a un nuevo estudio publicado en L’Anthropologie en julio de 2025. Y todo gira en torno a una niña de entre 3 y 5 años, enterrada hace 140.000 años en lo que sería el primer cementerio humano organizado conocido.
El yacimiento es Skhul, una cueva ubicada en el monte Carmelo, en Israel, que desde su descubrimiento en 1929 ha sido una fuente constante de preguntas sobre la evolución humana. Allí se desenterraron los restos de diez individuos y fragmentos óseos de al menos otros dieciséis. Hasta ahora, la mayoría de los expertos clasificaban estos restos como pertenecientes a Homo sapiens primitivos. Pero una nueva investigación basada en tecnologías de escaneo por tomografía computarizada ha sacado a la luz algo inquietante: la mezcla inesperada de rasgos anatómicos modernos y neandertales en un solo individuo infantil.
Un rostro del pasado que desafía los límites de la especie
La clave del misterio reside en dos partes esenciales del cráneo conocido como Skhul I: la bóveda craneal y la mandíbula. La primera posee rasgos considerados típicamente modernos —una forma redondeada, ciertas proporciones del hueso temporal— que permiten incluirlo dentro de la anatomía del Homo sapiens. Sin embargo, la mandíbula cuenta otra historia: no tiene mentón, su robustez recuerda a la de los neandertales y presenta detalles anatómicos propios de estos homínidos europeos.
Durante casi un siglo, los intentos por estudiar este fósil se vieron obstaculizados por las reconstrucciones enyesadas realizadas en el siglo XX. El cráneo había sido restaurado utilizando yeso y otros componentes, impidiendo su análisis detallado. Ahora, gracias a la tecnología de escaneado digital, los científicos han podido “eliminar” virtualmente ese yeso y reconstruir el fósil sin interferencias, comparándolo con niños neandertales y Homo sapiens de edades similares.
La conclusión más sorprendente: este cráneo no puede atribuirse exclusivamente a ninguna de las dos especies. Presenta características que exceden la variabilidad normal del Homo sapiens y se solapan con rasgos típicos de los neandertales, lo cual abre la puerta a una posibilidad impensada hasta hace poco: que se trate de un individuo híbrido. Aunque aún no se ha recuperado ADN del fósil que lo confirme, su morfología es en sí misma un indicio potente de una posible hibridación ocurrida mucho antes de lo que se pensaba.

El Levante: un cruce de caminos evolutivo
La ubicación del hallazgo no es casual. El Levante mediterráneo, donde se encuentra la cueva de Skhul, ha sido considerado desde hace décadas como un auténtico cruce de caminos para las poblaciones humanas del Pleistoceno. Situado entre África, Europa y Asia, este territorio actuó como una especie de puente natural por el que transitaron —y probablemente se mezclaron— diversas especies humanas a lo largo de milenios.
Ya en 2024, estudios genéticos habían confirmado episodios de flujo génico entre neandertales y Homo sapiens hace unos 100.000 años. El nuevo estudio de Skhul I no solo parece ratificar esa posibilidad, sino que además adelanta esa fecha por decenas de miles de años. Si la pequeña enterrada en la cueva es efectivamente el fruto de una unión entre especies, eso implicaría que sapiens y neandertales ya se conocían —y convivían— mucho antes de lo que la mayoría de modelos evolutivos actuales asumen.
No estamos ante una simple anomalía fósil, sino ante una pieza que puede obligar a revisar cómo se formaron nuestras especies, cómo se expandieron y hasta cómo construyeron sus primeros lazos sociales.
El primer cementerio humano: ¿ritual compartido o herencia común?
El lugar de descanso de la niña no es menos importante que su anatomía. La cueva de Skhul está considerada como el primer cementerio humano conocido. Allí, los cuerpos no fueron abandonados al azar ni arrastrados por corrientes naturales, sino enterrados deliberadamente, lo cual habla de un sentido ritual, simbólico o incluso espiritual. Esta conducta ha sido durante mucho tiempo atribuida exclusivamente a Homo sapiens, como una marca distintiva de su complejidad cognitiva.
Pero si Skhul I no era únicamente sapiens, sino una niña híbrida de madre o padre neandertal, ¿quién realizó el entierro? ¿Fueron Homo sapiens que aceptaban individuos híbridos dentro de su comunidad? ¿O fue una comunidad mixta que ya compartía costumbres funerarias y vínculos afectivos complejos? También cabe una posibilidad más asombrosa: que los propios neandertales practicaran ritos funerarios similares, y que ese comportamiento no sea exclusivo de los sapiens, sino parte de una herencia cultural común anterior a la separación de ambas especies.
El estudio plantea preguntas tan fundamentales como difíciles: ¿cuándo comenzó realmente el pensamiento simbólico? ¿Podemos hablar de culturas híbridas en el Paleolítico Medio? ¿Cuántos otros entierros antiguos, mal clasificados o poco estudiados, podrían esconder historias similares?
Sin ADN, pero con implicaciones globales
Hasta el momento, no se ha conseguido extraer material genético del fósil Skhul I, lo que limita la posibilidad de confirmar de manera definitiva su estatus híbrido. Pero la propia existencia de este cráneo, con su mezcla morfológica insólita, ya tiene peso suficiente como para alterar el relato tradicional sobre la evolución humana.
Hoy sabemos que los humanos actuales portamos entre un 1 % y un 3 % de ADN neandertal. También sabemos que existieron híbridos más recientes, como la joven hallada en Siberia en 2018, hija de madre neandertal y padre denisovano. Sin embargo, Skhul I es distinta. No solo por su antigüedad, sino porque fue enterrada con cuidado, con intención, en un acto que revela sentimientos, vínculos y tal vez dolor. Es una historia humana que va más allá de la biología.
La evolución no ha sido una línea recta ni una sucesión de especies que se reemplazan unas a otras. Fue, y sigue siendo, una red compleja de migraciones, encuentros, adaptaciones... y mezclas. La pequeña de Skhul I nos recuerda que nuestros orígenes no están escritos en piedra, sino en huesos fragmentados, escondidos entre la tierra y el tiempo, esperando ser redescubiertos.
El estudio ha sido publicado en L’Anthropologie.