Exploran una ciudad perdida en las profundidades del océano que no se parece a ningún otro lugar del planeta: está a 2.600 metros y desafía todo lo conocido hasta ahora

Un paisaje submarino de torres blancas y gases misteriosos en el Atlántico, a 2.600 metros de profundidad, podría encerrar el secreto del origen de la vida en la Tierra… o más allá.
Representación fantasiosa inspirada en imágenes reales de la Ciudad Perdida: un paisaje submarino de torres minerales donde la vida prospera sin luz solar, a miles de metros de profundidad
Representación fantasiosa inspirada en imágenes reales de la Ciudad Perdida: un paisaje submarino de torres minerales donde la vida prospera sin luz solar, a miles de metros de profundidad. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez

Muy por debajo de la superficie del Atlántico, en la oscuridad abisal, se alza una ciudad que no fue construida por humanos. No tiene calles, ni casas, ni templos, pero sí torres colosales que se elevan entre las sombras como una metrópoli sumergida en otro mundo. Este enclave submarino ha sido bautizado como la “Ciudad Perdida”, y no por su parecido con leyendas como la Atlántida, sino por el asombro que provoca su existencia en un entorno donde, hasta hace poco, pensábamos que la vida era imposible.

Descubierta en el año 2000 por científicos a bordo del R/V Atlantis, esta formación geológica y biológica se encuentra a más de 700 metros de profundidad, en lo alto del macizo Atlantis, cerca de la dorsal mesoatlántica. A primera vista, sus estructuras parecen de otro planeta: chimeneas de carbonato cálcico que pueden alcanzar los 60 metros de altura, como la imponente torre conocida como “Poseidón”, y una actividad geotérmica que no depende de magma, sino de un fenómeno mucho más antiguo y misterioso: la serpentinización.

Una ciudad de piedra viva

A diferencia de las famosas fumarolas negras —esas chimeneas volcánicas submarinas que expulsan agua a temperaturas infernales y que albergan criaturas extremófilas—, la Ciudad Perdida es un campo hidrotermal mucho más sereno y longevo. Sus fluidos, más fríos (alrededor de 40°C), no son volcánicos, sino el resultado de reacciones químicas entre el agua del mar y las rocas del manto terrestre.

Esta interacción produce hidrógeno, metano y otros hidrocarburos esenciales, no derivados del carbono atmosférico ni de restos orgánicos, sino directamente de la roca. Es como si el planeta, en lo más profundo de su corteza, fabricara los ingredientes básicos de la vida de forma espontánea. Y en ese ambiente, sin oxígeno ni luz solar, florecen comunidades de microorganismos que podrían ser parientes de los primeros seres vivos de la Tierra.

Las paredes de las chimeneas están cubiertas de biopelículas formadas por colonias microbianas que se alimentan del hidrógeno y el metano. Estos seres no necesitan fotosíntesis: obtienen energía directamente de las reacciones químicas del entorno, lo que sugiere un tipo de vida completamente diferente al que conocemos en la superficie.

Un vehículo submarino no tripulado ilumina las imponentes chimeneas de la Ciudad Perdida en las profundidades del océano
Un vehículo submarino no tripulado ilumina las imponentes chimeneas de la Ciudad Perdida en las profundidades del océano. Foto: D. Kelley/UW/URI-IAO/NOAA

Un laboratorio natural para entender el origen de la vida

La importancia científica de la Ciudad Perdida va mucho más allá de su rareza visual. Los investigadores creen que este tipo de entornos podrían haber sido el punto de partida para el surgimiento de la vida en la Tierra hace más de 4.000 millones de años. En las diminutas cavidades dentro de las chimeneas, protegidas del mundo exterior pero ricas en energía y compuestos químicos básicos, podrían haberse formado estructuras precursoras de las células, como los protocélulas.

Este tipo de investigación es clave para resolver uno de los mayores misterios de la ciencia: el “problema del huevo y la gallina” de la biogénesis. Para que una célula funcione necesita energía, pero para captar esa energía necesita estructuras complejas. ¿Cómo surgieron esas primeras formas de organización? La Ciudad Perdida ofrece un posible escenario donde ambos factores —energía y estructura— estaban disponibles al mismo tiempo.

Además, los compuestos orgánicos hallados en estas aguas profundas —acetato, formiato, hidrógeno— son también utilizados por ciertos microorganismos primitivos conocidos como metanógenos, que transforman el metano en energía. Esto refuerza la hipótesis de que estas comunidades microbianas podrían representar una forma de vida ancestral, casi fósiles vivientes de una época en la que el planeta aún estaba en formación.

Filamentos de bacterias se aferran a una chimenea de calcita en las profundidades de la Ciudad Perdida
Filamentos de bacterias se aferran a una chimenea de calcita en las profundidades de la Ciudad Perdida. Foto: Universidad de Washington

Una ventana hacia la vida extraterrestre

Pero la Ciudad Perdida no solo nos habla del pasado. También podría darnos pistas sobre el futuro de la exploración espacial. Las condiciones de este entorno submarino —falta de luz, oxígeno, presión extrema y procesos geoquímicos activos— se parecen mucho a las que se cree que existen en ciertos satélites helados del sistema solar, como Europa (luna de Júpiter) o Encélado (luna de Saturno). Ambos tienen océanos subterráneos bajo capas de hielo, y podrían albergar procesos similares a la serpentinización.

Si la vida ha encontrado una forma de surgir en la Tierra en un entorno como este, ¿por qué no podría haberlo hecho en otros cuerpos celestes? Es por eso que la Ciudad Perdida no solo interesa a biólogos marinos y geoquímicos, sino también a astrobiólogos y agencias espaciales que buscan señales de vida más allá de nuestro planeta.

Una imagen tomada con microscopio electrónico muestra delicadas biopelículas microbianas cubriendo y penetrando las chimeneas de la Ciudad Perdida
Una imagen tomada con microscopio electrónico muestra delicadas biopelículas microbianas cubriendo y penetrando las chimeneas de la Ciudad Perdida. Fuente: Tomaso Bontognali/Susan Lang/Gretchen Früh-Green

Amenazas en el horizonte

Pese a su valor científico incalculable, este ecosistema está en riesgo. En 2018, se anunció que Polonia había recibido derechos para explotar el área circundante al campo hidrotermal. Aunque el sitio exacto del núcleo de la Ciudad Perdida está, por ahora, fuera de los planes de extracción, las operaciones mineras en sus proximidades podrían alterar el delicado equilibrio del ecosistema.

Las corrientes marinas podrían dispersar sedimentos o contaminantes hacia las torres carbonatadas, afectando a los microorganismos que allí habitan. Y si bien no hay metales preciosos en el interior de la Ciudad Perdida, el interés por los minerales de aguas profundas como cobalto, níquel y tierras raras está creciendo a medida que la tecnología hace rentable lo que antes era impensable.

Por eso, numerosos científicos y organizaciones han comenzado a pedir que la Ciudad Perdida sea protegida, incluso declarada Patrimonio de la Humanidad. No se trata solo de preservar una rareza geológica, sino de proteger un lugar que podría contener las respuestas a preguntas fundamentales sobre la vida.

En palabras de los propios expertos, la Ciudad Perdida es una joya oculta del planeta, una cápsula del tiempo geológica y biológica, que nos conecta con el pasado más remoto de la Tierra y, quizás, con otros mundos del cosmos. En un momento en el que los recursos naturales del océano se exploran con cada vez más avidez, su conservación es una oportunidad para no repetir los errores del pasado: entender antes de explotar.

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