Gerty Theresa Cori nació el 15 de agosto de 1896 en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro. Fue una científica brillante, pionera en el estudio del metabolismo de los carbohidratos y la primera mujer en recibir el Premio Nobel de Fisiología o Medicina (descubre aquí todo sobre estos premios). Su vida, marcada por una profunda pasión por la ciencia y por la colaboración con su esposo Carl Cori, dejó una huella indeleble en la historia de la medicina.
Junto a Carl, Gerty Cori desarrolló una línea de investigación revolucionaria que permitió entender cómo el cuerpo procesa y almacena energía, un conocimiento esencial para el tratamiento de enfermedades como la diabetes. Su trabajo conjunto les valió el Nobel en 1947, y aunque su carrera fue breve debido a una enfermedad incurable, su legado sigue iluminando la ciencia biomédica.
Orígenes y formación en Praga
Gerty creció en una familia culta de origen judío, y desde pequeña mostró una gran inclinación por las ciencias. Estudió medicina en la Universidad Alemana de Praga, donde conoció a Carl Ferdinand Cori, quien sería su esposo y compañero científico de por vida. Ambos compartían no solo intereses académicos, sino una visión idealista de lo que la ciencia podía lograr para la humanidad.
Durante su época universitaria, Gerty comenzó a interesarse por la bioquímica, un campo que entonces apenas empezaba a desarrollarse. Se graduó en 1920 con el título de doctora en medicina. Ese mismo año se casó con Carl, sellando una unión que sería tanto afectiva como intelectual. Poco después, trabajaron juntos en diversas áreas clínicas como pediatría, patología y farmacología, aunque siempre con una inquietud científica más profunda.

Un nuevo comienzo en Estados Unidos
La situación política y económica de la Europa de entreguerras impulsó a los Cori a buscar mejores oportunidades. En 1922 emigraron a Estados Unidos, donde comenzaron a trabajar en el Instituto Estatal para el Estudio de Enfermedades Malignas en Buffalo, Nueva York. Allí iniciaron estudios sobre el metabolismo de tumores, lo cual los llevó a interesarse profundamente por cómo el cuerpo transforma los carbohidratos.
En esta primera etapa estadounidense, la pareja enfrentó numerosos desafíos. Gerty tuvo mayores dificultades que su esposo para encontrar un puesto de investigación formal, debido a los prejuicios de género. Sin embargo, nunca se detuvo: continuó colaborando con Carl de forma constante y rigurosa, publicando investigaciones conjuntas de alto nivel científico.
Consolidación científica en St. Louis
En 1931, los Cori se mudaron a St. Louis, Missouri, para unirse a la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington. Allí fue donde sus carreras alcanzaron su máxima proyección. Aunque Gerty tardó más que Carl en ser reconocida oficialmente —no fue nombrada profesora hasta 1947—, su papel en los descubrimientos fue fundamental.
Durante esta etapa, abandonaron los estudios en animales completos para centrarse en sistemas enzimáticos aislados. Descubrieron la glucosa-1-fosfato, llamada luego “éster de Cori”, y enzimas clave como la fosfoglucomutasa, que transforma dicha glucosa en una forma utilizable por el cuerpo. También lograron cristalizar la enzima fosforilasa, que permite descomponer el glucógeno y liberar energía.
Estos avances permitieron no solo entender cómo se almacena y libera la energía en las células, sino también abrir una nueva puerta al diagnóstico y tratamiento de enfermedades metabólicas. De hecho, Gerty logró identificar cuatro tipos diferentes de enfermedades de almacenamiento de glucógeno, contribuyendo enormemente al conocimiento de la fisiopatología humana.

El ciclo de Cori: una revolución metabólica
El ciclo de Cori es probablemente la aportación más célebre de Gerty y Carl Cori. Explica cómo el cuerpo convierte la glucosa en energía durante la actividad muscular y luego la recicla para volver a usarla. En resumen: cuando los músculos trabajan intensamente y no hay suficiente oxígeno, transforman la glucosa en ácido láctico. Este ácido láctico pasa a la sangre, llega al hígado, donde se convierte nuevamente en glucosa y se reutiliza.
Este proceso es vital durante el ejercicio intenso y permite que los músculos sigan funcionando incluso en condiciones de esfuerzo extremo. Además, su descubrimiento fue fundamental para entender enfermedades como la diabetes, ya que mostró cómo se interrumpe o se altera este ciclo en personas con trastornos metabólicos.
El hallazgo del ciclo de Cori no solo fue un logro técnico, sino también un ejemplo de cómo el trabajo paciente y colaborativo puede revelar los secretos más esenciales de la vida. Fue por este descubrimiento que ambos recibieron el Nobel en 1947.

Filosofía de vida y pensamiento
El trabajo de los Cori fue ampliamente reconocido en vida. Gerty recibió numerosos premios, grados honorarios y membresías en academias científicas. Sin embargo, nunca perdió su humildad ni su amor por la ciencia. En un ensayo titulado Glories of the Human Mind, compartió su filosofía: veía en la ciencia y el arte las más grandes expresiones del espíritu humano.
También reconocía que la ciencia, mal utilizada, podía convertirse en una herramienta peligrosa en manos equivocadas. Aun así, defendía que el conocimiento es una fuerza esencial para el bienestar y la justicia, si se guía por la compasión y la ética. Su vida misma fue un testimonio de ese ideal.
Últimos años y despedida
En 1947, el mismo año en que recibió el Nobel, Gerty fue diagnosticada con mielofibrosis, una enfermedad rara que afecta la médula ósea. A pesar del deterioro progresivo de su salud, continuó trabajando durante casi una década más. Nunca abandonó su laboratorio ni su papel como mentora de jóvenes científicas y científicos.
Falleció el 26 de octubre de 1957, en St. Louis, Missouri, a los 61 años. Su esposo, Carl Cori, anotó la fecha en su calendario personal, un pequeño gesto que simboliza el vínculo profundo y duradero que compartieron.