Miasmas: el hedor mortal que acechaba en el aire

Durante siglos se consideró que las emanaciones fétidas de materia en descomposición tejían un manto fétido y eran fuente de enfermedades como la malaria, la peste o el cólera.
Miasmas

En la historia de la medicina se conoce como paradigma a un modelo o teoría que proporciona una explicación integral de los procesos de salud y enfermedad. Los principales paradigmas han sido: el mágico-religioso, el miasmático, la medicina social, la atención primaria de la salud, la medicina comunitaria, el científico y el de los campos de la salud.

El primer paradigma fue el mágico-religioso según el cual los hombres se veían inmersos dentro de un mundo animado de animales y plantas, estando obligados a recurrir a la magia, los oráculos, los templos, el exorcismo… para curar sus dolencias.

La ciudad de Marsella, durante la peste registrada en 1721. Cuadro de Miguel Serra. Créditos: Wikipedia

A lo largo del siglo VI a. de C. en la Grecia presocrática se conformó una teoría que dio paso a una medicina técnica, considerando por vez primera que la enfermedad surgía a partir del hombre, de su entorno o de su propia vida, rompiendo así el nexo entre enfermedad y castigo divino. Fue el nacimiento del paradigma miasmático.

Desequilibrio humoral

Entre los siglos VI y V a. de C tuvo lugar en Grecia, y por vez primera en la Historia, el paso del mito al logos, lo cual alumbró en el ámbito científico una medicina fundamentada en un saber “técnico”. Es en este contexto cuando surge la palabra miasma, que significa contaminación y mancha, y que a su vez está relacionada con miainein, contaminar. Si hacemos caso al Diccionario de la Lengua Española, el miasma es un efluvio maligno que, según se creía, desprendían cuerpos enfermos, materias corruptas o aguas estancadas.

Alcmeón de Crotona consideró que la salud se fundamentaba en un equilibrio entre lo húmedo y lo seco, entre lo frío y lo cálido, lo amago y la dulce, y que el exceso o el defecto de cada una de estas tipologías era lo que causa la enfermedad. Su origen podía descubrirse en causas externas al organismo humano como podía ser el agua, la geografía del lugar, los esfuerzos físicos excesivos e, incluso, la alimentación.

El famoso médico griego Hipócrates de Cos dio nombre al juramento que aún hoy pronuncian los doctores. Foto;: Wikipedia

Para Hipócrates, el padre de la medicina, el término miasma se refería al agua y al aire contaminado, una acepción que se usó en ese sentido durante siglos para referirse a las causas de la propagación de las enfermedades contagiosas.

Este médico griego defendió que en nuestro cuerpo había cuatro humores: la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. La sangre era caliente y húmedo; la pituita o flema fría y húmeda; la bilis amarilla era caliente y seca; por último, la bilis negra era fría y seca. El desequilibrio de cualquiera de estos humores, tal y como se recoge en el Corpus Hippocraticum, era lo que provocaba la aparición de la enfermedad.

De alguna forma para aquellos primeros médicos la medicina era el arte de dominar lo que en la Naturaleza era azar, aquello “que era, pudiendo no haber sido”, y que se manifestaba en forma de enfermedad.

Y así hasta el siglo XIX

La escuela hipocrática defendía que las enfermedades epidémicas se producían por la contaminación o corrupción del aire por supuestos “miasmas”. Para evitar este tipo de enfermedades había que seguir unas normas a las que bautizaron como “higiene”, un término derivado del nombre que se le daba a la diosa de la salud.

Ahora bien, ¿dónde se originaban los miasmas? Para los griegos se podían generar a partir de diversas fuentes, desde aguas estancadas hasta vapores de cadáveres, pasando por excrementos, materias en descomposición o emanaciones del subsuelo que surgían entre las grietas.

'Los filisteos golpeados por la peste', de Nicolas Poussin (1631).

A lo largo de la Edad Media la teoría de los miasmas perdió importancia, para reaparecer nuevamente en el siglo XIV. Trescientos años después los científicos estudiaron la composición física y química del aire, intentando correlacionarla con la aparición de enfermedades, sin embargo, no consiguieron descubrir patógenos con los instrumentos que disponían en aquella época, por lo que la Ciencia desempolvó la antigua hipótesis griega de los miasmas.

A lo largo del siglo XIX se siguió considerando que los miasmas eran siempre causa de enfermedad, se consideraban que eran emanaciones que mezcladas con el aire alteraban su pureza.

Los médicos defendían que su origen era vegetal (plantas en descomposición), animales en putrefacción o enfermedades que se contagian por medio del aire. Por este motivo defendían que el hacinamiento de las prisiones, de los hospitales, de los cuarteles o de los barcos determinaba una posible afección miasmática. Esas emanaciones fétidas tejían un manto pestilente sobre la salud y eran las responsables del cólera, de la malaria o de la peste bubónica.

La peste de Atenas (1652), por Michael Sweerts.

No mucho tiempo después, la ciencia moderna desterraría para siempre al rincón del olvido los miasmas al descubrir que las enfermedades estaban causadas por microorganismos. De esta forma, en la actualidad la palabra miasma no se considera la responsable de ninguna enfermedad, pero de alguna forma nos recuerda la importancia de la higiene, la salud pública y la búsqueda de la verdad científica.

Referencias:

  • Gargantilla Madera, P. Historia de la Medicina. Editorial Pinolia, 2023.
  • Gargantilla Madera, P. Breve historia de la medicina. Editorial Nowtilus, 2011.

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