Durante mucho tiempo, los volcanes han sido impredecibles centinelas de la Tierra: majestuosos y aterradores, capaces de transformar paisajes y vidas en cuestión de minutos. Hoy, gracias a una colaboración entre la NASA y el Instituto Smithsonian, científicos han encontrado una inesperada señal de alarma que puede advertirnos antes de que la furia volcánica despierte. Lo más sorprendente es que no viene del corazón de la montaña, ni siquiera del suelo, sino de las copas de los árboles.
El hallazgo, revelado en un reciente comunicado de prensa de la NASA y respaldado por estudios publicados en 2024 y 2025, sugiere que la vegetación que rodea a un volcán puede actuar como un sistema de alerta precoz. Las hojas, al tornarse más verdes y exuberantes, podrían estar indicando que algo se agita bajo tierra. Y esto, ahora, se puede observar desde el espacio.
El verde que lo cuenta todo
Cuando el magma asciende hacia la superficie, libera gases, principalmente dióxido de carbono. Este gas se filtra por grietas y fisuras hasta llegar a las raíces de los árboles. Como si recibieran un fertilizante natural, muchas especies vegetales reaccionan absorbiendo este CO₂ extra y, en consecuencia, sus hojas se vuelven más verdes y densas.
Este fenómeno ya se conocía desde hace años, pero hasta ahora, para detectarlo, era necesario acudir físicamente a los volcanes y analizar in situ los niveles de dióxido de carbono. Una tarea ardua, costosa y, a menudo, peligrosa. Pero la NASA ha demostrado que no hace falta acercarse tanto al peligro: basta con observar desde arriba.
Gracias a satélites como Landsat 8 o Sentinel-2, los científicos han conseguido detectar cambios sutiles en la intensidad del verdor de los árboles cercanos a volcanes activos. Utilizando un índice conocido como NDVI (Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada), se puede medir la cantidad de luz que reflejan las plantas y deducir su estado de salud y fotosíntesis. Así, si un área determinada se vuelve repentinamente más verde, puede ser una señal de que un volcán cercano está despertando.

Magma, árboles y satélites
Uno de los casos más estudiados ha sido el del Etna, en Italia. Entre 2011 y 2018, las imágenes por satélite mostraron 16 picos notables en la vegetación coincidiendo con incrementos de CO₂ y movimientos de magma. El vínculo era claro: a mayor actividad volcánica subterránea, mayor verdor en las copas arbóreas.
Este tipo de análisis ha sido reforzado por misiones como AVUELO (Airborne Validation Unified Experiment: Land to Ocean), que combina observaciones por satélite con vuelos de reconocimiento y mediciones en tierra. El objetivo es calibrar los sensores espaciales y validar que lo que se observa desde el espacio se corresponde con lo que realmente ocurre sobre el terreno.
Durante la misión de marzo de 2025 en Panamá y Costa Rica, los investigadores comprobaron cómo los árboles tropicales cerca de volcanes activos como el Rincón de la Vieja reflejaban cambios significativos. También tomaron muestras de hojas para analizar cómo el CO₂ afecta a la fotosíntesis y al color de las plantas.
Este descubrimiento marca un cambio de paradigma en la vigilancia volcánica. Hasta ahora, los principales métodos para anticipar erupciones incluían la detección de actividad sísmica, deformaciones del terreno y emisiones de gases como el dióxido de azufre, mucho más fáciles de identificar desde el espacio. Sin embargo, el dióxido de carbono, aunque aparece antes en el proceso de activación volcánica, es casi imposible de distinguir entre el ruido de fondo de la atmósfera terrestre.
Por eso, utilizar a los árboles como sensores naturales es una solución elegante. Las plantas no solo delatan la presencia de CO₂ adicional, sino que lo integran en sus procesos vitales, amplificando su señal a través de un verdor inusual. Así, los satélites no necesitan ver el gas directamente: pueden leer su impacto en la vegetación.

Limitaciones y retos
Sin embargo, no todo es tan sencillo como parece. No todos los volcanes están rodeados de bosques, y no todas las especies arbóreas responden de la misma forma al aumento de dióxido de carbono. Además, factores como incendios, enfermedades o variaciones meteorológicas pueden alterar el color de las hojas y generar señales confusas.
A pesar de estas limitaciones, los investigadores creen que esta herramienta puede ser crucial en zonas remotas o inaccesibles, donde colocar sensores terrestres sería inviable. Ya no es necesario subir a una ladera peligrosa para obtener datos críticos: los satélites pueden vigilar desde arriba, las 24 horas del día, y alertar cuando los árboles empiecen a “hablar”.
Más allá del volcán
Este enfoque, además, tiene implicaciones que van más allá de la vulcanología. Estudiar cómo responden los árboles al dióxido de carbono volcánico podría ofrecer pistas sobre cómo reaccionará la vegetación global al aumento sostenido del CO₂ atmosférico por el cambio climático. En cierto modo, los bosques que crecen al borde de volcanes activos están ofreciendo una ventana al futuro de la Tierra.
La combinación de tecnología espacial, ecología y geología está abriendo caminos inesperados. Lo que antes eran solo masas de vegetación, ahora se revelan como sensores naturales capaces de anticipar catástrofes. Y todo ello sin necesidad de palabras, solo con el lenguaje silencioso y brillante de sus hojas.