¿Por qué no podemos sentir el movimiento de la Tierra bajo nuestros pies?

La Tierra gira a más de 1 000 km/h en el ecuador y a pesar de eso no salimos despedidos al espacio. ¿Cómo es posible? La respuesta podemos deducirla con conceptos de hace ya varios siglos que siguen eludiendo a los terraplanistas.
La Tierra está en constante movimiento y rotación

Aunque la mayor parte del tiempo no nos demos cuenta, vivimos nuestras vidas sobre un planeta en constante movimiento. La Tierra orbita alrededor del Sol, viajando a unos 30 kilómetros por segundo a través del interior del sistema solar que a su vez viaja a unos 230 kilómetros por segundo alrededor del centro de la Vía Láctea. A esa velocidad volaríamos de Madrid a Barcelona en apenas 2 segundos y cruzaríamos el Atlántico en dirección Estados Unidos en menos de medio minuto. Además, la Tierra gira constantemente, tardando 24 horas en completar una revolución. Teniendo en cuenta el tamaño de la Tierra y que su perímetro en el ecuador es de unos 40 000 kilómetros, eso implica que la superficie terrestre se mueve a más de 1 600 kilómetros por hora en el ecuador debido a esta rotación. Al acercarnos a los polos esta velocidad disminuye, pero en España sigue estando alrededor de los 1 300 kilómetros por hora.

A pesar de este rápido movimiento, tanto de traslación como de rotación, no percibimos nada. ¿Cómo es posible? La respuesta a esta pregunta tiene varias partes. La primera tiene que ver con lo que dedujo Galileo Galilei hace alrededor de cuatro siglos: que lo importante para las leyes físicas es el movimiento relativo, no el absoluto. Esta idea más tarde sería extendida por Albert Einstein, que profundizó en sus consecuencias más fundamentales. Pero con lo que dedujo Galileo debería bastarnos. Galileo dedujo que sí él se encontrara en la bodega de un barco navegando a gran velocidad por un mar tranquilo, sin oleaje, no tendría forma alguna de averiguar la velocidad a la que se movía. De hecho, él estaba convencido de que no habría ningún experimento que pudiera hacer para determinar siquiera si se estaba moviendo. A día de hoy tal vez sea más fácil imaginar esta experiencia en el interior de un tren. Si las vías y el tren están en buen estado y no vibran o traquetean de ningún modo perceptible, no sabremos si el tren está o no en marcha.

La Tierra está en constante movimiento y rotación. Foto: NASA EPIC Team

Si estando sobre el tren lanzamos un balón hacia delante, se comportará como lo haría en tierra, y también lo hará por ejemplo un péndulo. Solo somos capaces de percibir el movimiento cuando hay una variación, cuando se produce una aceleración o deceleración. Si el tren frena lentamente, nos inclinaremos ligeramente hacia delante. Si el tren (o el coche o cualquier vehículo) frena bruscamente, tal vez nos demos un golpe con el asiento de delante. Por tanto, da igual que la Tierra orbita alrededor del Sol a 30 kilómetros por segundo o gire sobre sí misma a más de 1 000 kilómetros por hora, mientras esa velocidad no cambie, no notaremos nada.

Quienes sepáis algo de física os habréis dado cuenta de que hay una pequeña trampa. Aunque el valor absoluto de la velocidad no cambie, aunque se mantenga siempre en 30 km/s o 1000 km/h, su dirección está cambiando constantemente, pues tanto al orbitar al Sol o al centro de la galaxia o al rotar la Tierra, lo que describimos son movimientos curvilíneos. En resumen: hay aceleración y la velocidad cambia. Por tanto, deberíamos sentir algún efecto. Esto es exactamente lo mismo que sentimos en el coche cuando tomamos una curva o en el tiovivo si gira suficientemente rápido. Aunque la velocidad del coche o del tiovivo se mantenga perfectamente constante, notamos una especie de “fuerza” que nos empuja hacia el exterior de la curva. Esta fuerza no es real, es simplemente la inercia que lleva tu cuerpo, que intenta seguir su movimiento en línea recta. Si la curva que describe la carretera, nos pegaremos a la ventana del coche y los trastos del maletero irán de lado a lado, a pesar de que ninguna fuerza esté actuando sobre ellos.

En el caso de la rotación de la Tierra lo que impide que sintamos nada es simplemente que la aceleración, el cambio en la velocidad, es muy pequeño. En el caso de la rotación de la Tierra, podemos entender esta aceleración como una fuerza que nos empujaría hacia arriba, una fuerza que contrarrestaría a la gravedad y por tanto podemos comparar la aceleración provocada en nuestros cuerpos por la rotación de la Tierra por la aceleración provocada por la gravedad. Este segundo valor corresponde a los famosos 9’8 m/s2. Pues bien, en el ecuador la aceleración debida a la rotación de la Tierra es de aproximadamente 0’03 m/s2, unas 300 veces más pequeña. Y en el caso de España, puesto que rotamos a menor velocidad que el ecuador, esta proporción llega a 500. Con esto, lo sorprendente es más bien que seamos capaces de medirlo.

Puede hacerse el cálculo en dirección contraria y averiguar qué velocidad necesitaríamos alcanzar en el ecuador para que la rotación contrarrestara exactamente la gravedad terrestre. La cifra asciende a más de 28 000 kilómetros por hora, unas 17 veces más rápido que ahora. A esa velocidad, los días durarían unos 84 minutos. Pero esa velocidad solo bastaría para hacer levitar a los habitantes de la línea del ecuador. Cualquier persona situado lejos de éste seguiría pegada al suelo, solo que con menor intensidad. Para que los habitantes de España empezáramos a flotar, la Tierra tendría que rotar tan rápido como para que los días duraran apenas una hora, alcanzando casi 40 000 kilómetros por hora en el ecuador. Pero por suerte, esto jamás ocurrirá.

Referencias:

  • Tipler, Paul A. (2000). .223 Física para la ciencia y la tecnología (2 volúmenes). Barcelona: Ed. Reverté. ISBN 84-291-4382-3.

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