"No actuar, no levantar la mano contra los alemanes, se ha convertido en el heroísmo pasivo y tranquilo del judío común”. Estas palabras escritas desde el gueto de Varsovia por el historiador y político Emanuel Ringelblum, que sufrió el confinamiento, quizás ayuden a responder a esa duda, convertida en tópico, de por qué no hubo una mayor resistencia de los judíos ante el proyecto para eliminarlos de Europa al que se lanzó Hitler desde que asumió el poder en 1933.
“En cada gueto, en cada tren de deportación, en cada campo de trabajo, incluso en los campos de la muerte, el deseo de resistir era fuerte y tomó muchas formas... Incluso la pasividad era una forma de resistencia”. Este es el dictamen sobre la polémica del historiador británico Martin Gilbert, especialista en la época y autor de The Holocaust: The Jewish Tragedy. Otros estudiosos coinciden en destacar lo extraordinariamente difícil que resultó para los judíos organizar una Resistencia ante el enemigo que tenían delante, que los perseguía con una encarnizada tenacidad y que puso todos los poderes del Estado alemán al servicio de la causa de la aniquilación.

Era casi utópico para ellos, sin organización que los amparase, hacer frente a toda la maquinaria legal, administrativa, policial, paramilitar y finalmente militar que Hitler puso en marcha. El cerco legislativo inicial para alejar a los judíos de la vida económica y social se amplió al principio de la guerra con el confinamiento físico en guetos y culminó luego con el plan de asesinatos masivos que fue la Solución Final. Ante un programa tan sistematizado y convertido en la primera prioridad del país, esperar una Resistencia a gran escala y en una cierta igualdad de condiciones resultaba poco menos que una quimera.
La creación del ZOB
Aun así, hubo una oposición judía mayor de lo que se suele pensar. De los más de 1.000 guetos que establecieron los nazis en Polonia y la Unión Soviética, se han contabilizado un centenar en los cuales se registraron acciones de resistencia. Esto indica que el confinamiento no fue siempre aceptado de buen grado, a pesar de las evidentes dificultades que imponía a la población segregada.

El caso más destacado de resistencia sería sin duda el del gueto de Varsovia, el más poblado de todos: casi 400.000 personas –vendría a ser la 9ª ciudad española actual, con más habitantes que Las Palmas o Bilbao– hacinadas en un espacio de apenas 405 hectáreas (el tamaño de un barrio). Sin embargo, esta situación no llegaría a provocar una reacción inmediata, ya que sus habitantes no podían salir al exterior y no creían correr un riesgo mortal. La oposición se mantuvo con un perfil bajo y atomizada, dividida entre socialistas, comunistas y sionistas. Sería a partir de que el régimen hitleriano empezara a trasladar judíos fuera del gueto para su eliminación en los campos de exterminio cuando se forjó la unidad de los resistentes.
Así surgió el ZOB (siglas de Zydowska Organizacja Bojowa, que significa en polaco Organización Judía de Combate). Se nutrió inicialmente de unos 200 integrantes de tres organizaciones sionistas de ideología laborista de izquierdas, y luego consiguieron sumar al Bund, el partido socialista judío. Sin ninguna coordinación con este grupo actuaba el ZZW (Zydowski Zwiazek Wojskowy o Unión Militar Judía), formado por integrantes del Partido Revisionista, que era sionista pero de derechas.

En enero de 1943, los integrantes del ZOB se decidieron, a pesar de lo exiguo de sus medios, a lanzar un ataque contra los nazis coincidiendo con el inicio de la segunda campaña de deportaciones. El 18 de enero, cuando un grupo de los elegidos para el traslado forzoso eran llevados hacia el punto de reunión y embarque hacia los campos de concentración, una docena de resistentes se infiltraron entre ellos.
Heroísmo suicida con causa
En el camino, se revolvieron contra los guardias y los atacaron. Sus posibilidades de éxito eran inexistentes, ya que, además de su escaso número, contaban con apenas tres pistolas y tres granadas. Tuvieron que ayudarse de tuberías de hierro, palas y hasta de botellas. Sin embargo, aunque se trató de una acción prácticamente suicida –la mayoría murieron–, tuvo la virtud de crear tal confusión que algunos de los deportados pudieron zafarse del inexorable destino al que se les encaminaba y volver al gueto, donde de inmediato se escondieron. Tres días después, los nazis decidieron suspender las deportaciones. Su plan de llevarse a 8.000 judíos sólo se había cumplido a medias, al haber desplazado hasta entonces a 5.000. Esto demostró a los resistentes que podían influir sobre el curso de los acontecimientos.

Pero, en realidad, lo que pretendían los nazis era entrar en el barrio judío con las SS y poner punto final al gueto, para lo que necesitaban un cierto tiempo. Mientras tanto, los resistentes consiguieron que el Ejército Nacional polaco les prestase armas y, al mismo tiempo, cavaron túneles para defenderse o huir de la ciudad.
La entrada de las SS se produjo en la simbólica fecha para los judíos del 19 de abril, víspera de su Pascua. Pero la sorpresa fue mayúscula: no esperaban una Resistencia organizada que les pudiese castigar con un fuego intenso. Los sublevados (a los que se había sumado también el ZZW) les estaban esperando en los tejados y apostados en ventanas, desde donde francotiradores judíos disparaban a discreción y lanzaban granadas. 59 alemanes murieron en la emboscada y dos coches de asalto (carros de combate ligeros) fueron incendiados e inutilizados. Las arrogantes SS se vieron entonces en la necesidad de retirarse. Tal fue la magnitud de la derrota que se relevó a su principal mando en Varsovia, un coronel, y se le sustituyó por un general especialista en lucha antiguerrillera, Jürgen Stroop.
La resistencia del gueto de Varsovia humilla a los nazis
Para más humillación nazi, dos resistentes se subieron a un alto inmueble y colocaron sendas banderas, una de Polonia y otra del ZZW. Esto tuvo una gran repercusión política y moral. El propio Heinrich Himmler llamó al general y le ordenó a gritos por teléfono: “¡Stroop, tienes que conseguir arriar esas banderas como sea!”.
El 22 de abril, éste lanzó un ultimátum a los resistentes del gueto, que lo rechazaron. Una vez cumplido ese trámite, la estrategia operativa del general fue radical: ordenó prender fuego a todos los edificios del gueto, para obligar a salir de ellos a los francotiradores. Los resistentes se batieron en retirada de las ratoneras en que se convertían los inmuebles, donde eran fácilmente presa de los mucho mejor armados soldados nazis. Desplazaron el escenario de la confrontación y, de las alturas, pasaron a los subterráneos, a la red de búnkeres cuidadosamente escarbada durante mucho tiempo.

De los búnkeres al gueto de Vilna
Sus posibilidades de resistirse eran mucho mayores en aquellos emplazamientos tan estrechos, de difícil acceso y a los que no llegaba el armamento pesado. Consiguieron así prolongar la lucha más de un mes. Los alemanes utilizarían todo tipo de inhumanos recursos para vaciar los escondites, sobre todo tirar bombas de humo o incluso inundarlos.
Ante tal determinación, los resistentes del gueto sabían que su momento llegaba a su fin. Cuando eran capturados, los guerrilleros todavía tenían capacidad para un último acto de rebelión con algún arma escondida. Muchas de las mujeres ocultaron entre sus ropas granadas, que sacaban y detonaban por sorpresa cuando tenían al alcance a sus captores, al modo de los actuales terroristas con chalecos bomba.
La mayoría de los cabecillas del ZOB prefirieron un final numantino escondidos en el que era su puesto de mando, situado bajo el número 18 de la calle Mila, cuando fueron descubiertos el 8 de mayo. Su líder, Mordechai Anielewicz, antes de ingerir una pastilla de cianuro escribió: “El sueño de mi vida se ha hecho realidad; he vivido para ver la Resistencia judía del gueto en toda su gloria y grandeza”.
A casi 400 kilómetros al este, en el gueto de Vilna, actual capital de Lituania (pero que por entonces estaba anexionada a Polonia), la voluntad de resistir de muchos judíos también era manifiesta. “No iremos como corderos al sacrificio” era el lema acuñado por el opositor Abba Kovner con el que se creó la Organización Unificada de Partisanos (Fareynikte Partizaner Organizatsye, FPO) a principios de 1942 en esta ciudad báltica. El nombre del grupo demostraba la confluencia de todo el arco político existente entre los hebreos de la ciudad en torno al objetivo opositor.

Sus combatientes se convirtieron en una pesadilla para los alemanes: volaron un tren militar, sabotearon sus equipos y establecieron una imprenta ilegal fuera del gueto. También enviaron emisarios a los guetos de Varsovia y Bialystok para advertir sobre las matanzas masivas de judíos en la Unión Soviética ocupada.
Con la ira de los nazis desencadenada, los resistentes de Vilna se encontraron con escaso apoyo interno, por miedo a una represión generalizada dentro del gueto. Enfrentados a este dilema, los rebeldes del FPO optarían por huir a los bosques lituanos para sumarse a otros grupos de partisanos. Aun sin ellos, los alemanes no dudarían en llevar al exterminio a todos los habitantes del gueto, proceso que culminó en septiembre de 1943.
Una de las contribuciones más perdurables que salió del gueto de Vilna fue en el terreno de los símbolos: el Canto de los partisanos (Zog Nit Keynmol), compuesto por el poeta lituano Hirsch Glick, que de inmediato gozó de gran popularidad y se extendió a otros guetos. Tras la guerra, se convirtió en uno de los principales himnos de los supervivientes del Holocausto.
Luchar cuando no hay nada que perder
Situaciones parecidas a la de la Resistencia de Vilna –en la que un puñado de opositores se enfrentaban a una aniquilación casi anunciada, mientras la mayoría de la población del gueto no tenía fuerzas o capacidad para reaccionar– se reprodujeron en Polonia. En este país vivían por entonces tres millones de judíos, y tanto Hitler como Himmler habían señalado la eliminación de los judíos polacos como una de sus “tareas principales”. Las mayores sublevaciones ante estos designios se dieron en guetos de Polonia oriental (que por entonces comprendía territorios de las actuales Lituania y Bielorrusia) como Bialystok, Mir, Lakhva, Kremenets o Nesvizh. También hubo levantamientos en el sur del país, en las juderías de ciudades como Sosnowiec, Tarnow o Czestochowa, muy conocida por su Virgen negra católica, pero que también contaba con una importante comunidad judía.
Tampoco en los campos de concentración se puede hablar de una resignación total. A pesar de las evidentes dificultades que experimentaban los judíos allí (hay que recordar que representaban el último escalafón del conjunto de los prisioneros), hubo múltiples intentos de sublevación. Incluso en lugares tan tenebrosos como Treblinka o el mismísimo Auschwitz-Birkenau se dieron revueltas.
El caso de Treblinka es especialmente relevante, pues en agosto de 1943 nada menos que trescientos prisioneros judíos participaron en un levantamiento largamente planeado y cuya preparación había sorteado todo tipo de dificultades. Sobrellevaron momentos trágicos como cuando, cuatro meses antes de la fecha prevista para el alzamiento, uno de los líderes rebeldes, el médico militar Julian Chorazycki, fue descubierto. Sabiendo que sería sometido a una brutal tortura bajo la cual quizás revelaría la identidad de sus compañeros, el doctor prefirió suicidarse antes ingiriendo veneno.

Las revueltas de Treblinka y Auschwitz
Cuando llegó el día de la revuelta, el 2 de agosto de 1943, los prisioneros se hicieron con las armas del arsenal de las SS en el campo, atacaron a los guardias alemanes y ucranianos y, a continuación, huyeron desafiando el fuego de los guardianes desde las torres de vigía. Cien de ellos lograron escapar y sobrevivir a la brutal caza del hombre lanzada por los enojados mandos de las SS. Uno de ellos, Jankiel Wiernik –un carpintero que en el campo de concentración tuvo que realizar trabajos tales como transportar cadáveres desde las cámaras de gas hasta las fosas comunes–, publicó de forma clandestina al año siguiente su testimonio, titulado Un año en Treblinka. Sería uno de los primeros documentos que permitirían conocer el horror de los campos de exterminio.
En el tristemente célebre campo de Auschwitz-Birkenau se produjo también una importante revuelta. Durante muchos meses, varias jóvenes mujeres judías obligadas a trabajar forzosamente en una factoría de municiones, aneja al complejo de Auschwitz, estuvieron robando pequeñas cantidades de pólvora. Esta se hacía llegar, mediante una cadena de personas, hasta un grupo de resistentes que trabajaban en el Crematorio IV en las tareas de sonderkommando: así se conocía a los trabajadores forzosos que llevaban a los prisioneros a las cámaras de gas, retiraban sus cuerpos muertos, los examinaban concienzudamente en busca de objetos de valor y, por último, los trasladaban a las fosas. En octubre de 1944, se les dio el soplo de que iban a ser ejecutados. Ante la macabra perspectiva que se avecinaba, los prisioneros se rebelaron utilizando granadas de fabricación casera, repletas de la pólvora que les habían ido facilitando las mujeres.
Hebreos en armas en Francia y Palestina
Lucharon fieramente, pero no tuvieron opciones. Murieron 250 durante la acción y otros 200 fueron ejecutados poco después. Luego, los responsables del campo investigaron cómo habían conseguido la pólvora y acabaron acusando a cinco jóvenes (cuatro de ellas judías). Una de ellas era Roza Robota, de 23 años, sionista convencida y enlace entre las mujeres de la fábrica y los hombres del sonderkommando. Roza y sus compañeras fueran ahorcadas y desde el patíbulo animaron a los otros internos con gritos de “Sean fuertes” y “Venganza”.

En otros escenarios de la guerra también se dieron acciones de Resistencia organizadas por judíos. En Francia, se fundó en 1942 L’Armée Juive (El Ejército Judío), un grupo clandestino que operaba en el sur del país. Crearían un maquis altamente entrenado, que lograría por ejemplo la liberación de la localidad de Puy-en-Velay (en la región francesa del Alto Loira), en la que se rindieron 4.000 soldados alemanes.
Aun así, la principal misión de L’Armée Juive fue facilitar el paso de judíos hacia la neutral España proveyéndoles de documentos de identidad falsos; lograrían sacar de Francia a 300 judíos. Desde nuestro país, estos huidos partían definitivamente hacia Palestina o se unían más tarde a los ejércitos aliados.
Precisamente en Palestina, las noticias que se fueron conociendo sobre los campos de exterminio actuaron como acicate para que los judíos allí emigrados sintiesen la necesidad de ayudar a sus hermanos de religión. El primer ministro inglés Winston Churchill captó este impulso creando la Brigada Judía del Ejército británico, con cuartel general en Egipto y bandera sionista. La formaron 5.000 voluntarios judíos provenientes de Palestina, que se distribuyeron en tres batallones de infantería. El político británico definió para la ocasión, en una célebre frase, lo que muchos hebreos ya sentían por entonces: “Los judíos de todas las razas tienen el derecho de atacar a los alemanes bajo su propia bandera”. Era una guerra justa.