Durante siglos, las aguas turquesas que bañan la costa noreste de Madagascar ocultaron una historia de codicia, religión y tragedia. Hoy, gracias al trabajo persistente de un equipo de arqueólogos marinos, ha salido a la luz uno de los episodios más intrigantes de la piratería en el océano Índico: el hallazgo del naufragio de la Nossa Senhora do Cabo, una embarcación portuguesa que fue capturada en 1721 y que podría haber transportado uno de los tesoros más cuantiosos jamás robados en alta mar.
El descubrimiento se ha producido en la isla de Nosy Boraha, conocida en el siglo XVIII como Île Sainte-Marie, un antiguo refugio de corsarios europeos. Allí, bajo capas de arena y silt acumuladas durante generaciones, los investigadores han identificado los restos de esta nave que zarpó desde Goa, en la India, rumbo a Lisboa con un cargamento cargado de oro, marfil, perlas y objetos religiosos de incalculable valor simbólico y artístico.
El asalto que reescribió la historia de la piratería
El 8 de abril de 1721, la Nossa Senhora do Cabo surcaba las aguas del Índico, ya maltrecha por una tormenta que la había obligado a deshacerse de la mayoría de sus cañones. A bordo viajaban dos figuras destacadas: el virrey saliente de la India portuguesa y el arzobispo de Goa. Su travesía hacia Lisboa fue bruscamente interrumpida por una flotilla de piratas encabezada por uno de los capitanes más temidos del momento: Olivier Levasseur, apodado “El Buitre”.
La captura fue rápida y sangrienta. La falta de defensa convirtió al buque en presa fácil, y lo que los piratas encontraron en sus bodegas superó todas sus expectativas: lingotes de oro, cofres de perlas, estatuillas religiosas talladas en marfil y madera, crucifijos, una placa de marfil con la inscripción "INRI" en letras doradas y decenas de objetos devocionales que, según los investigadores, fueron manufacturados en Goa para la nobleza y clero de Lisboa.

Tras el saqueo, los piratas pusieron rumbo a Madagascar, donde encontraron en Nosy Boraha el lugar perfecto para dividir el botín. Esta isla era en ese entonces un punto estratégico, con bahías protegidas y una completa ausencia de presencia colonial. Entre 1700 y 1730, decenas de piratas europeos usaron este rincón del Índico como base de operaciones, y algunos incluso llegaron a establecer pequeñas comunidades con estructuras casi autónomas.
En la actualidad, la bahía principal de Nosy Boraha conserva los restos de al menos cuatro naufragios de aquella era, algunos pertenecientes a los propios piratas y otros a barcos capturados como la Nossa Senhora do Cabo. El lugar ha permanecido sorprendentemente inexplorado hasta fechas recientes, lo que ha permitido encontrar vestigios en un estado de conservación notable.
El tesoro bajo el agua
La excavación submarina no solo ha confirmado la identidad del barco gracias a la estructura del casco y la distribución de las piedras de lastre, sino que también ha permitido recuperar más de 3.300 artefactos. Entre ellos se encuentran monedas de oro con inscripciones árabes, porcelanas finas, estatuas religiosas y cerámica de origen asiático.
El valor estimado del tesoro, solo en términos materiales, superaría los 138 millones de dólares actuales. Pero más allá del oro y las perlas, los objetos hallados ofrecen una ventana única al comercio marítimo global del siglo XVIII, un periodo en el que Asia, África y Europa estaban más conectados de lo que muchas veces se reconoce.

Curiosamente, el equipo de arqueólogos también halló restos humanos y fragmentos de objetos personales, lo que sugiere que parte de la tripulación o de los esclavizados que viajaban en el barco pudo haber muerto durante el asalto o en los días posteriores. En total, se sabe que unos 200 esclavos mozambiqueños viajaban en los compartimentos inferiores del navío, aunque su destino final sigue siendo un misterio sin resolver.
Uno de los aspectos más fascinantes del hallazgo es la carga religiosa del mismo. Las figuras marianas, las cruces y los elementos litúrgicos apuntan a una fuerte representación del poder eclesiástico dentro del viaje. En una época en la que la religión católica funcionaba como brazo ideológico de los imperios coloniales, este tipo de artefactos servía tanto para fines litúrgicos como para imponer una visión del mundo.
El hecho de que el arzobispo de Goa viajara junto al virrey no era casual. Ambos representaban los pilares gemelos del imperio portugués en Asia: la corona y la cruz. Su destino se perdió con el barco. El virrey fue liberado tras el pago de un rescate, pero del arzobispo nunca más se supo. Tampoco se ha hallado documentación oficial que registre lo sucedido con los esclavos que viajaban a bordo.

Una historia aún no terminada
La arena sigue cubriendo buena parte del pecio y se cree que bajo ella podrían descansar más artefactos, piezas únicas que ayuden a esclarecer los detalles de aquel asalto legendario. El equipo de arqueólogos espera continuar las investigaciones, pese a las complicaciones técnicas que supone trabajar en un entorno tan inestable.
El descubrimiento de la Nossa Senhora do Cabo no solo reaviva el imaginario colectivo sobre los piratas y sus tesoros, sino que también aporta piezas claves para entender las redes de poder, comercio y violencia del mundo colonial del siglo XVIII. En su fondo, el océano guarda muchas historias; algunas, como esta, esperan siglos para salir a la superficie y contarnos lo que los libros han olvidado.