Durante años, muchos dueños de mascotas han asegurado que sus perros “saben” quién es de fiar. La idea de que los perros pueden evaluar a las personas —basándose en cómo estas tratan a otros— ha sido explorada por varios estudios, con resultados dispares. El nuevo trabajo, publicado en Animal Cognition, buscó responder esta pregunta desde una nueva perspectiva: ¿pueden los perros formar una opinión de los humanos, ya sea por experiencia directa o por observación? Y más aún, ¿influye la edad del perro en esta capacidad?
Para investigar esto, un equipo internacional de científicos trabajó con 40 perros de compañía en el Clever Dog Lab de la Universidad de Medicina Veterinaria de Viena. Dividieron a los canes en tres grupos por edad —jóvenes, adultos y mayores— y los expusieron a dos tipos de experiencia: indirecta, observando cómo dos personas interactuaban con otro perro; y directa, en la que ellos mismos recibían trato generoso o egoísta.
El objetivo era ver si, tras estas interacciones, los perros preferían acercarse o mostraban más afecto hacia la persona generosa. Pero los resultados fueron sorprendentes. La realidad es más compleja de lo que parece.
Un diseño complejo para medir decisiones simples
El estudio se desarrolló en un recinto al aire libre con marcas en el suelo y estrictos controles para evitar sesgos. Los perros, tras observar o vivir una serie de interacciones, debían elegir entre dos personas: una que ofrecía comida (la generosa) y otra que la negaba (la egoísta). También se midió cuánto tiempo pasaban mostrando conductas afectivas hacia cada una.
En el caso de la observación indirecta, se introdujo un tercer perro que actuaba como “demostrador”. Los perros participantes observaban cómo dos mujeres trataban al demostrador con generosidad o rechazo. Luego se analizaba con cuál preferían interactuar.
En el experimento directo, cada perro vivió en primera persona una serie de interacciones con ambas figuras humanas, alternando entre recibir comida o ser ignorado. Los ensayos se repitieron doce veces para comprobar si con más experiencia se generaba una preferencia clara.
A pesar del esfuerzo por controlar todas las variables, los perros no mostraron una inclinación significativa hacia la persona amable, ni tras la observación ni tras vivirlo en carne propia.

Ni la edad ni la experiencia hicieron la diferencia
Uno de los objetivos principales del estudio era comprobar si los perros mayores, con más años de convivencia humana, eran mejores evaluadores sociales. Pero la edad no marcó ninguna diferencia. Perros jóvenes, adultos y mayores actuaron de forma muy similar.
De los 40 participantes, solo tres mostraron una preferencia estadísticamente significativa: dos eligieron consistentemente a la persona generosa, y uno se decantó por la egoísta. El resto actuó de forma indistinta, como si no percibieran o no dieran importancia al comportamiento de las personas.
También se analizó si, al repetir los encuentros, los perros aprendían a preferir a quien los trataba bien. Pero ni siquiera en las pruebas directas, tras doce interacciones consecutivas, se observó un aprendizaje claro. Ni la repetición ni la edad parecieron afectar el juicio de los perros sobre las personas.
¿Falta de capacidad o un experimento demasiado amable?
Los autores del estudio reconocen que estos resultados contrastan con otras investigaciones que sí han hallado evidencias de evaluación social en perros. Pero también señalan posibles razones para este desenlace.
Una de ellas es que los perros de familia están acostumbrados a recibir buen trato de casi todos los humanos. En ese contexto, tal vez no consideren necesario hacer distinciones finas entre personas amables y no tan amables.
Además, los perros no estaban en ayuno ni expuestos a situaciones estresantes. El entorno era positivo, el alimento era abundante y no existía un riesgo claro en acercarse a la persona “egoísta”. Esto podría haber reducido la urgencia de discriminar.
Otra posibilidad es que los perros sí formaran una valoración, pero no la expresan de forma evidente en el test. En la vida real, las decisiones sociales suelen ser más complejas que elegir entre dos humanos en una prueba de 15 segundos.

El poder del contexto y los desafíos del método
Un detalle importante fue que más del 37 % de los perros mostró un sesgo, por un lado, del recinto, probablemente porque ofrecía más sombra. Esta preferencia espacial podría haber afectado las elecciones y enmascarado cualquier tendencia real hacia una persona u otra.
Los investigadores también sugieren que la diferencia de género entre las personas humanas (todos los actores eran mujeres) podría haber limitado la capacidad de los perros para diferenciarlas. Estudios previos muestran que los perros discriminan mejor cuando los humanos difieren más visiblemente entre sí.
Por otro lado, mantener un diseño ético y amable con los animales restringe los estímulos disponibles. No es posible —ni deseable— que un humano maltrate a un perro para simular una interacción verdaderamente negativa. Por tanto, los “actos egoístas” debían limitarse a no ofrecer comida, algo que quizá los perros no interpretaron como realmente hostil.
¿Y si los perros necesitan más tiempo?
Algunos estudios con chimpancés indican que formar una reputación puede requerir muchas más repeticiones de las que este estudio ofreció. Incluso especies cognitivamente complejas necesitan decenas de ensayos para establecer una preferencia social.
Los investigadores proponen que estudios futuros podrían ampliar el número de sesiones o distribuirlas en más días, permitiendo que los animales procesen la información sin aburrirse ni saturarse. También sugieren que utilizar perros callejeros o de contextos donde la interacción humana no es siempre positiva podría arrojar resultados distintos.
El hecho de que estos perros de compañía no mostraran una clara capacidad de evaluación social no significa que no puedan desarrollarla en otras condiciones, ni que no juzguen a las personas en la vida diaria. Pero sí sugiere que esta habilidad es más compleja de lo que parece.

Ni héroes, ni tontos... simplemente perros
Este estudio no desmonta del todo la idea de que los perros pueden juzgar a las personas, pero sí añade una capa de escepticismo basada en evidencia experimental.
En condiciones controladas, los perros no demostraron formar una opinión basada en la amabilidad de los humanos, ni por experiencia directa ni indirecta.
La investigación destaca la importancia de seguir afinando los métodos científicos para explorar cómo los animales perciben a los humanos. Y también recuerda que la interpretación de la conducta animal es siempre un desafío, incluso con especies tan cercanas a nosotros como los perros.
Quizá nuestros peludos no sean tan buenos jueces de carácter como pensamos. O tal vez, simplemente, necesitan un poco más de tiempo y contexto para mostrarlo.
Referencias
- Jim, HL., Belfiore, K., Martinelli, E.B. et al. Do dogs form reputations of humans? No effect of age after indirect and direct experience in a food-giving situation. Anim Cogn 28, 51 (2025). doi: 10.1007/s10071-025-01967-w