En plazas, parques y redes sociales, los bulldogs franceses, carlinos y bóxer acaparan miradas y “likes”. Su popularidad crece a pesar de las advertencias veterinarias sobre problemas respiratorios, oculares y de longevidad. Durante años, se ha dicho que su encanto no es solo físico: serían más cariñosos, tranquilos y adaptados a la vida en familia. Pero, ¿es cierto que su forma de la cabeza influye directamente en su personalidad?
Un equipo de la Universidad ELTE de Hungría analizó datos de más de 5.000 perros de 90 razas para responder a esta pregunta. Compararon braquicéfalos, mesocéfalos y dolicocéfalos, cruzando información sobre temperamento, problemas de conducta, tamaño, entorno y experiencia de entrenamiento. Los resultados muestran que la relación entre morfología y comportamiento es más compleja de lo que se pensaba: algunas diferencias son reales, otras se explican por el tamaño o la manera en que se crían.
Este hallazgo no solo ayuda a entender por qué millones de personas eligen estas razas, sino que también aporta pistas para mejorar su bienestar y el manejo que reciben.
La pregunta de fondo: ¿es la cabeza o es el entorno?
La investigación partió de una hipótesis clara: muchas conductas atribuidas a los perros braquicéfalos podrían no depender tanto de su forma de cráneo como de otros factores. El tamaño del cuerpo, el tipo de hogar, la cantidad de entrenamiento o incluso la edad del dueño podrían estar distorsionando la percepción.
Los autores recopilaron información sobre cuatro rasgos de personalidad (calma, entrenabilidad, sociabilidad y valentía) y cuatro problemas comunes (saltar sobre personas, tirar de la correa, reaccionar demasiado con visitas y no acudir cuando se les llama).
Esto permitió un retrato amplio, que va más allá de etiquetas simplistas como “perros tranquilos” o “difíciles de educar”.
La clave estaba en cruzar esos datos con 22 variables extra: desde el peso y la altura hasta si el perro dormía en la cama del dueño o cuántas horas pasaban juntos. Así se podía distinguir qué rasgos eran propios de la genética y cuáles se debían a la forma de vida que se les ofrece.

Lo que se ve sin ajustar los datos
En el primer análisis, sin filtrar por factores externos, los braquicéfalos aparecían como menos entrenables y más reactivos cuando llegaban visitas. También eran menos propensos a acudir al llamado, en comparación con perros de hocico largo.
Por otro lado, no destacaban ni para bien ni para mal en comportamientos como saltar sobre personas o tirar de la correa. Los dolicocéfalos, en cambio, fueron vistos como menos calmados y menos valientes, algo que coincide con estudios previos que relacionan las cabezas largas con mayor sensibilidad al miedo.
Estos datos iniciales reforzaban algunas creencias, pero dejaban una duda: ¿eran estas diferencias fruto del cráneo o reflejo de otros elementos, como el tamaño corporal o la experiencia del dueño? La siguiente fase del estudio se dedicó a responderlo.
Lo que cambia al mirar detrás del espejo
Cuando los investigadores controlaron el efecto del tamaño, la experiencia de entrenamiento y otras variables, la imagen cambió notablemente.
La supuesta baja entrenabilidad de los braquicéfalos desapareció: la diferencia se explicaba porque, en general, son perros más pequeños, menos altos para su peso, y reciben menos adiestramiento formal.
Lo mismo ocurrió con la reactividad ante las visitas. Parte de esa conducta estaba asociada a que son perros ligeros y más consentidos (como dormir en la cama del dueño), algo que incrementa las reacciones ante estímulos.
En cambio, algunas virtudes pasaban inadvertidas si no se eliminaban esos sesgos. Ajustando los datos, los braquicéfalos resultaron menos propensos a saltar sobre personas o tirar de la correa que otros grupos. Son comportamientos positivos que podrían reforzar su fama de buenos perros de compañía, pero que quedan ocultos por otros factores.

Un equilibrio de fuerzas opuestas
El estudio habla de un “intercambio conductual”: los rasgos asociados al hocico corto y los vinculados al cuerpo pequeño no siempre tiran en la misma dirección.
El tamaño reducido favorece la excitabilidad, el miedo o la búsqueda de atención constante; la braquicefalia, en cambio, parece asociarse con más calma, sociabilidad y dependencia.
En los perros pequeños de hocico corto, estas tendencias se mezclan, dando lugar a un perfil único que combina momentos de tranquilidad con episodios de inquietud. Esta mezcla podría explicar por qué, pese a sus problemas de salud, estas razas siguen ganando adeptos.
Los investigadores también advierten que no todo es genética. El tipo de cuidados, el tiempo de paseo o el nivel de entrenamiento influyen tanto que pueden ocultar o amplificar rasgos heredados. Un pug poco ejercitado y sobreprotegido puede parecer más nervioso que otro bien entrenado y estimulado.
Lo que no cambia: rasgos directos de la morfología
En tres comportamientos, los efectos del cráneo se mantuvieron incluso tras todos los ajustes: la calma y la valentía, más bajas en dolicocéfalos, y la obediencia al llamado, mayor en hocicos largos. Estos patrones podrían estar relacionados con diferencias neurológicas derivadas de la forma del cráneo.
La literatura previa ya ha sugerido que la morfología puede alterar la distribución de células en la retina o la estructura cerebral, lo que repercute en cómo los perros perciben e interpretan su entorno. En algunos casos, estos cambios pueden ser fruto de la selección artificial a lo largo de generaciones.
Esto recuerda que, aunque el entorno moldea la conducta, la biología también pesa. Para futuros dueños, implica que no todas las tendencias son modificables, y que la elección de raza debe considerar tanto el temperamento típico como las necesidades físicas y sanitarias.

Consejos y advertencias para el futuro
El mensaje final de los autores es claro: la popularidad de los braquicéfalos no debe cegarnos ante sus necesidades reales. Incluso en razas pequeñas, el entrenamiento temprano y la estimulación física y mental son esenciales para que florezcan los rasgos positivos.
Comprender cómo se combinan la forma de la cabeza y el tamaño puede ayudar a elegir con más criterio. Para criadores y veterinarios, estos hallazgos son una oportunidad para promover un manejo que reduzca los comportamientos problemáticos y potencie los favorables.
En última instancia, este estudio nos recuerda que el encanto de un perro no está solo en su cara, sino en un delicado equilibrio entre genética, tamaño y cuidados. Y que, como dueños, tenemos la capacidad —y la responsabilidad— de inclinar esa balanza hacia el bienestar.
Referencias
- Turcsán, B., & Kubinyi, E. (2025). Selection for Short-Nose and Small Size Creates a Behavioural Trade-Off in Dogs. Animals. doi: 10.3390/ani15152221