Los arqueólogos del Parque Arqueológico de Pompeya han descubierto algo tan mundano como profundamente revelador: un banco. Pero no cualquier banco. Se trata de una panca de espera de hace dos milenios, situada frente a la entrada principal de la icónica Villa dei Misteri (Villa de los Misterios), una de las residencias más célebres de la antigua ciudad romana. Este hallazgo, aparentemente humilde, abre una ventana insospechada al funcionamiento cotidiano de la sociedad romana y a las jerarquías sociales que estructuraban su vida diaria.
La Villa de los Misterios, famosa por sus enigmáticos frescos dionisíacos, fue redescubierta en el siglo XX, y desde entonces ha sido objeto de fascinación. Pero ahora, gracias a las excavaciones más recientes —activadas tras la demolición de construcciones ilegales en la zona— se han desvelado elementos inéditos del complejo residencial, incluido su acceso monumental y, justo enfrente, una estructura de cocciopesto que funcionaba como banco de espera.
Este banco no estaba pensado para el descanso de caminantes o turistas, sino para quienes acudían con la esperanza de ser recibidos por el dueño de la casa. En el mundo romano, ese encuentro no era una cuestión menor: implicaba posicionarse dentro de una red de dependencia política, económica y social. Lo que hoy llamaríamos “hacer lobby”, entonces era parte de un ritual cotidiano, conocido como salutatio, mediante el cual los ciudadanos de clase inferior acudían a la domus de un personaje influyente para pedir favores, recomendaciones o ayudas.
Una fila de hace 2.000 años
La escena es fácil de imaginar: al amanecer, hombres de distintos orígenes sociales se agrupaban frente a la puerta de la villa, esperando su turno para presentar una solicitud al dominus. Algunos eran clientes, otros simplemente jornaleros, mendigos o viajeros. A veces eran atendidos, otras no. La decisión era del patrón, que podía no presentarse o alegar cualquier motivo para no recibir a nadie ese día. Y mientras tanto, la espera. Larga, incierta, a la intemperie.
Es en este contexto donde adquiere pleno sentido la existencia de esta panca, excavada en la vía pública, justo frente al portón arqueado que marcaba la entrada principal a la Villa de los Misterios. Un elemento funcional, pero también cargado de simbolismo: cuanto más gente se sentaba fuera esperando, mayor era el prestigio del propietario. La fila era un espectáculo de poder.

El banco no estaba solo. En el muro que lo acompañaba han aparecido inscripciones hechas probablemente con carbón o algún objeto punzante. Entre ellas, una fecha (aunque sin año) y lo que parece ser un nombre. Vestigios de aburrimiento, de espera, de humanidad. Una especie de “aquí estuve” de otro tiempo. El equivalente romano de los garabatos en las paredes del metro o los baños públicos actuales, que nos recuerdan que la impaciencia y la necesidad de dejar huella no son fenómenos modernos.
Lo que no se ve desde los frescos
La Villa dei Misteri, construida en las afueras de Pompeya, no sufrió graves daños durante la erupción del Vesubio en el año 79 d.C. Su conservación excepcional ha permitido disfrutar de espacios únicos, como las salas decoradas con frescos del llamado segundo estilo pompeyano. Sin embargo, el banco de espera hallado recientemente nos muestra el otro lado de esta arquitectura de élite: el lugar desde donde la mayoría jamás pasaría al interior.
Es fácil dejarse deslumbrar por las pinturas que adornaban los espacios internos, pero resulta más complejo detenerse a pensar en quienes jamás accedieron a ellos. Este banco representa a esa otra Pompeya invisible: la que no dejó mansiones, sino trazos anónimos en los muros exteriores.
Además del banco, los recientes trabajos arqueológicos han revelado un sistema hidráulico con cisterna, nuevos ambientes decorados y, quizás lo más prometedor, restos aún por excavar del llamado quartiere servile, es decir, los espacios destinados al servicio y a los esclavos. La arqueología se acerca así a una visión más completa y menos idealizada de la vida en la villa romana: no solo sus lujos, sino también sus tensiones sociales y laborales.
Este descubrimiento ha sido posible gracias a un proyecto de recuperación que va mucho más allá de la investigación histórica. Durante años, edificaciones ilegales —incluso una estructura dedicada a la restauración— se erigieron sobre o junto a los restos de la Villa dei Misteri, dificultando no solo la investigación arqueológica, sino también la correcta conservación y fruición del sitio.

Gracias a un acuerdo entre el Parque Arqueológico de Pompeya y la Fiscalía de Torre Annunziata, dichas construcciones han sido demolidas y la zona ha vuelto a ser accesible. El proyecto tiene un doble objetivo: continuar con la excavación científica de la villa y colaborar con la justicia en la documentación de los daños provocados por actividades ilícitas, incluyendo excavaciones clandestinas.
Este modelo de “arqueología circular”, como lo denomina el parque, busca integrar conservación, legalidad, investigación y acceso público. Porque excavar Pompeya hoy no es solo una cuestión de interés científico, sino también una herramienta de protección del patrimonio ante amenazas modernas.
Pompeya, entre el turismo y la historia social
Que este hallazgo se haya producido en la Villa de los Misterios no es casual. Esta domus, célebre por sus pinturas de iniciación dionisíaca, ha sido durante décadas una de las más visitadas de Pompeya. Pero el banco descubierto nos lleva a un terreno menos conocido: el de la espera, el anonimato, el sistema de clientelismo que organizaba la sociedad romana.
La arqueología de lo cotidiano, de lo marginal, está cobrando cada vez más fuerza. Y Pompeya, con su excepcional nivel de conservación, se ha convertido en el mejor laboratorio para explorar esas otras narrativas que complementan —y a veces contradicen— la visión tradicional del mundo clásico.
Con este banco, podemos imaginar a quienes llegaban desde Boscoreale, la ciudad vecina, caminando por la Via Superior, sin saber si ese día tendrían suerte o no. Podemos verlos sentados, cansados, quizás desanimados, quizás esperanzados. Y podemos leer en esos graffiti no solo palabras, sino emociones.

Lo que viene: más excavaciones, más preguntas
Los trabajos arqueológicos continúan. El objetivo es llegar al fondo del complejo y revelar las partes aún ocultas, en especial aquellas vinculadas al servicio doméstico. Y mientras tanto, el Parque Arqueológico de Pompeya ha abierto una convocatoria de patrocinio para atraer financiación privada que permita proseguir con el proyecto.
Pompeya sigue hablando. Ya no solo a través de sus grandes frescos o de sus estructuras imponentes, sino también con gestos mínimos: una panca de espera, un nombre garabateado en la pared, una historia que, dos mil años después, aún resuena.