El carnet no es un salvoconducto: conducir exige respeto, prudencia y responsabilidad

Tener el carnet no convierte a nadie en buen conductor. Lo que realmente importa es cómo se comporta al volante cada día.
Conducir va más allá de tener carnet y exige respeto y responsabilidad en cada trayecto
Conducir va más allá de tener carnet y exige respeto y responsabilidad en cada trayecto. Foto: Istock/Christian Pérez

Tener el carnet de conducir es un logro personal que suele vivirse como una especie de rito de paso. Marca el inicio de una independencia que, en muchos casos, se traduce en libertad de movimientos, en comodidad y en la posibilidad de organizar la vida sin depender del transporte público o de terceros. Pero a veces olvidamos que obtener el carnet no nos convierte en dueños de la carretera ni nos otorga un derecho ilimitado a hacer lo que nos plazca al volante. Es, sencillamente, una autorización administrativa para circular bajo unas normas muy concretas y que, además, tienen un fin común: proteger la vida de todos.

Lo preocupante es que, con el tiempo, demasiados conductores acaban interpretando el carnet como un escudo frente a las normas. Se relajan, creen que la experiencia sustituye a la prudencia y caen en rutinas peligrosas que normalizan comportamientos irresponsables. Esos hábitos, que pueden parecer inofensivos o incluso insignificantes, terminan teniendo consecuencias muy graves. Conviene recordar que detrás de cada norma de tráfico hay una estadística de víctimas y una lección aprendida demasiado tarde.

El cinturón: una medida básica que aún se ignora

Pese a décadas de campañas de concienciación, aún hoy se detecta un número preocupante de conductores y pasajeros que deciden prescindir del cinturón de seguridad. Algunos lo justifican con frases como “voy aquí al lado” o “en ciudad no hace falta”. Sin embargo, la física no entiende de excusas: un impacto a 50 km/h puede equivaler a caer desde un tercer piso. Y en esas condiciones, el cinturón es la única barrera entre la vida y la tragedia.

Además, no llevar cinturón no solo pone en riesgo a quien decide no abrochárselo, sino también a los demás ocupantes. En una colisión, un pasajero sin sujeción se convierte en un proyectil que puede herir gravemente a quienes sí han tomado la precaución de protegerse. Por eso, insistir en el uso del cinturón no es una manía normativa, sino un recordatorio de que cada detalle importa.

Un volante en las manos requiere algo más que habilidad y pide prudencia y conciencia
Un volante en las manos requiere algo más que habilidad y pide prudencia y conciencia. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o

Los intermitentes: el lenguaje olvidado de la carretera

Otro de los grandes olvidados en la conducción cotidiana son los indicadores de dirección. Usarlos debería ser tan automático como mirar por el retrovisor. Sin embargo, abundan los que cambian de carril sin avisar, que giran sin señalizar o que directamente confían en que los demás adivinen sus intenciones.

El intermitente no es un ornamento ni un gesto de cortesía; es un código de comunicación que evita malentendidos y accidentes. Cuando no se utiliza, el conductor está rompiendo las reglas del diálogo vial, dejando a los demás a ciegas y aumentando la posibilidad de colisiones. No se trata de una cuestión de comodidad, sino de responsabilidad compartida.

El carril izquierdo: un abuso cotidiano

La costumbre de circular de forma indebida por el carril izquierdo merece mención aparte. Es uno de los comportamientos que más crispación genera entre conductores y que, sin embargo, sigue estando demasiado extendido.

El carril izquierdo tiene una función clara: adelantar. Una vez realizada la maniobra, se debe regresar al carril derecho. Ocupándolo sin necesidad, quienes lo hacen no solo ralentizan el tráfico, sino que también obligan a otros a realizar maniobras más arriesgadas para adelantar por donde no corresponde. Este uso indebido genera frustración, aumenta el riesgo de accidentes y demuestra una falta total de respeto por los demás usuarios.

A todo esto hay que añadir otro factor que rara vez se menciona, pero que supone un peligro real: fumar al conducir. Encender un cigarrillo obliga a retirar una mano del volante y, en ocasiones, incluso a apartar la vista de la carretera. Pero el riesgo no se limita al gesto inicial. El humo reduce la visibilidad, puede irritar los ojos y, lo que es peor, una simple brasa caída puede provocar un movimiento brusco capaz de desencadenar un accidente.

Diversos estudios han demostrado que fumar al volante multiplica el riesgo de distracciones. Y una distracción de apenas dos segundos a 100 km/h equivale a recorrer más de medio campo de fútbol sin mirar. El tabaco, por tanto, no solo es nocivo para la salud a largo plazo, sino que añade un riesgo inmediato en la conducción.

La carretera no perdona errores y conducir bien significa hacerlo con cabeza
La carretera no perdona errores y conducir bien significa hacerlo con cabeza. Foto: Istock

El mal ejemplo para los menores

Fumar en un coche se vuelve aún más grave cuando hay niños dentro. Más allá de la peligrosidad del acto en sí, el mensaje que se transmite es demoledor. Los menores aprenden más de lo que ven que de lo que se les dice. Si un adulto fuma al volante, se quita el cinturón “porque total son dos minutos” o se salta la obligación de poner un intermitente, el niño interioriza esa conducta como algo normal.

Además, la exposición al humo en un espacio reducido como un coche es especialmente dañina para su salud. Diversos organismos médicos han alertado de que la concentración de sustancias tóxicas en el interior de un vehículo puede superar en varias veces la de un bar cerrado. Someter a un niño a esa atmósfera es una forma de negligencia silenciosa, aunque muchos lo hagan sin ser conscientes de ello.

El coche es, por tanto, un aula de civismo. Cada trayecto con un menor es una oportunidad para enseñar respeto, responsabilidad y prudencia. Y ese aprendizaje marcará la forma en que esas nuevas generaciones se relacionen con la carretera en el futuro.

La convivencia en carretera como contrato social

Conducir no es una actividad individual, aunque muchas veces lo vivamos como tal. Es, en realidad, un acto colectivo. Cada vehículo forma parte de una coreografía en la que cualquier movimiento afecta al conjunto. Por eso, hablar de derechos al volante sin hablar de deberes es una contradicción.

La carretera es un espacio compartido donde las normas no son una imposición arbitraria, sino el marco que permite que todos lleguemos a destino. Quien se las salta no solo arriesga su vida, sino también la de quienes circulan a su lado.

Muchos de los comportamientos peligrosos al volante no provienen de los conductores noveles, sino de aquellos con más años de carnet. La experiencia, lejos de traducirse en mayor prudencia, a veces se convierte en exceso de confianza. Se olvidan las lecciones aprendidas en la autoescuela y se sustituye la norma por la costumbre.

Pero la carretera no distingue entre novatos y veteranos. Una distracción, una mala maniobra o un exceso de confianza pueden tener consecuencias fatales para cualquiera. El verdadero buen conductor no es el que presume de kilómetros recorridos, sino el que mantiene la humildad de respetar las reglas cada día.

El carnet como compromiso

El carnet de conducir no es un premio ni un estatus. Es, más bien, un compromiso renovado cada vez que arrancamos el motor. Compromiso con nuestra propia vida, con la de quienes viajan con nosotros y con la de todos los que comparten la carretera.

Usar siempre el cinturón, señalizar cada movimiento, respetar el uso de los carriles, evitar distracciones como fumar y dar un buen ejemplo a los menores no son concesiones: son obligaciones que nos definen como conductores responsables.

Conviene recordarlo tantas veces como sea necesario: conducir no es un derecho absoluto, es una responsabilidad compartida. Y de ese compromiso depende que nuestras carreteras sean un lugar seguro y no un campo de batalla improvisado

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