Durante décadas, la inmunología tuvo una especie de “agujero negro” conceptual: ¿por qué el sistema inmune, armado hasta los dientes para detectar y eliminar amenazas, no se vuelve contra el propio cuerpo? La respuesta parecía sencilla: las células inmunes que reconocen tejidos propios eran eliminadas en el timo antes de circular. Pero esa visión resultó incompleta. Ahora sabemos que existe un sistema adicional, más sofisticado y elegante, que mantiene la paz dentro de nuestro organismo. Y ese hallazgo acaba de ser reconocido con el Nobel de Medicina 2025.
Tres científicos, Mary E. Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi, han sido premiados por descubrir cómo el cuerpo impide que su sistema inmune se convierta en su peor enemigo. Su trabajo, aparentemente técnico, ha cambiado radicalmente nuestra comprensión sobre enfermedades autoinmunes, inmunoterapia contra el cáncer e incluso sobre cómo hacer que un trasplante no sea rechazado. Pero más allá del impacto clínico, esta historia científica es también una lección de intuición, persistencia y de pensar contra corriente.
El misterio de la autoinmunidad
En el día a día, el sistema inmunitario patrulla nuestro cuerpo como una red de vigilancia sofisticada. Detecta bacterias, virus, hongos y células alteradas. Pero a veces, algo falla: el sistema inmune empieza a atacar al propio cuerpo, como si confundiera órganos sanos con amenazas externas. El resultado es un grupo de enfermedades tan diversas como devastadoras: lupus, esclerosis múltiple, diabetes tipo 1, artritis reumatoide, entre otras.
Hasta los años 90, se creía que el mecanismo que impedía esto era principalmente “central”: el timo, un órgano situado cerca del corazón, eliminaba en su maduración a las células T —una clase de glóbulos blancos— que podían atacar tejidos propios. Sin embargo, esa explicación no era suficiente. Algunas células peligrosas seguían escapando de ese filtro. ¿Cómo se mantenía entonces el equilibrio?
Fue en 1995 cuando Shimon Sakaguchi, desafiando el dogma imperante, propuso que existía otro sistema de regulación, uno que funcionaba no en el centro (el timo), sino en la periferia: en la sangre, en los tejidos, en todo el cuerpo. Lo más radical: este sistema dependía de una clase de células inmunes hasta entonces mal comprendidas. Eran como una especie de policía interna del sistema inmune.
Estas células, hoy conocidas como células T reguladoras, no eliminan amenazas externas, sino que vigilan y frenan a otras células inmunes que podrían salirse de control. Son, literalmente, las garantes de la tolerancia inmunológica: aseguran que el sistema inmune ataque lo que debe atacar —microbios y tumores— pero no lo que debe respetar —tejidos propios.
El descubrimiento no fue bien recibido inicialmente. Parecía contradecir décadas de teoría aceptada. Pero Sakaguchi no estaba solo por mucho tiempo.

El gen que da la llave del sistema
A comienzos de los años 2000, Mary Brunkow y Fred Ramsdell, trabajando por separado en Estados Unidos, investigaban por qué ciertos ratones desarrollaban enfermedades autoinmunes graves. El misterio se centraba en un gen llamado Foxp3. Lo que descubrieron fue revolucionario: Foxp3 era el interruptor maestro que activaba el desarrollo de las células T reguladoras. Si ese gen fallaba, las células no se formaban, y el sistema inmune se descontrolaba.
Brunkow lo identificó en ratones. Ramsdell confirmó que en humanos una mutación similar en Foxp3 causaba una enfermedad rara pero letal llamada IPEX, caracterizada por un ataque autoinmune múltiple desde los primeros meses de vida.
La conexión era irrefutable. Y dos años después, el propio Sakaguchi logró unir todas las piezas: las células T reguladoras descubiertas en los 90 eran las que dependían del gen Foxp3. Teníamos, por fin, el esquema completo: una clase específica de células T, activadas por un gen concreto, con la misión de contener a sus hermanas inmunes.
Con este descubrimiento se inauguró un nuevo campo: la tolerancia inmune periférica. No era solo un fenómeno interesante, era un pilar fundamental para entender por qué la mayoría de nosotros no desarrolla enfermedades autoinmunes a diario.
Desde entonces, los avances han sido vertiginosos. Muchas terapias experimentales para enfermedades autoinmunes intentan aumentar o reforzar estas células reguladoras. Por otro lado, en cáncer, ocurre lo contrario: los tumores a menudo secuestran este sistema para que el sistema inmune no los ataque, por lo que algunas inmunoterapias tratan de desactivar temporalmente a las T reguladoras en el entorno del tumor.
Incluso en trasplantes, donde uno de los mayores retos es evitar el rechazo del órgano, se están desarrollando tratamientos que inducen tolerancia sin necesidad de fármacos inmunosupresores de por vida, gracias al uso de células T reguladoras del propio paciente.

Ciencia con impacto real
El Nobel de este año no es solo un reconocimiento a una serie de descubrimientos moleculares. Es una celebración de cómo una mejor comprensión de los mecanismos básicos del cuerpo puede tener un impacto directo y profundo en la vida de millones de personas. Desde niños que hoy sobreviven a enfermedades inmunes congénitas, hasta adultos con esclerosis múltiple o colitis ulcerosa que disponen de terapias más específicas, este avance ha cambiado la forma en la que la medicina se enfrenta a uno de los dilemas más antiguos: cómo mantener la defensa sin provocar destrucción.
Además, el caso de Sakaguchi demuestra que la ciencia avanza no solo con datos, sino con coraje. Apostar por una idea impopular, seguirla durante décadas y finalmente ver cómo se convierte en la nueva base del conocimiento inmunológico es un testimonio del valor de la perseverancia científica.
El futuro: terapias hechas a medida
Hoy, muchas de las terapias basadas en este descubrimiento están en fase avanzada de ensayo clínico. Algunas utilizan células T reguladoras cultivadas fuera del cuerpo y reinyectadas para tratar enfermedades inflamatorias. Otras buscan modular el gen Foxp3 con fármacos de precisión.
Y si bien aún queda camino por recorrer para que estas soluciones estén disponibles de forma generalizada, el horizonte está cada vez más cerca.
Lo que comenzó como una observación contraintuitiva en un laboratorio de Japón ha desencadenado una revolución silenciosa en la medicina moderna. El sistema inmune ya no se ve como una simple máquina de defensa, sino como una red compleja con mecanismos internos de contención, vigilancia y equilibrio. Un sistema con su propia policía biológica.