Muere Jane Goodall, la científica que cambió para siempre nuestra mirada a la naturaleza al mostrar que los chimpancés piensan, sienten y recuerdan

Ha fallecido a los 91 años Jane Goodall, quien revolucionó la primatología y enseñó al mundo que la empatía es también una herramienta científica.
Durante más de 60 años, Jane Goodall dedicó su vida a estudiar, proteger y dar voz a los grandes simios
Durante más de 60 años, Jane Goodall dedicó su vida a estudiar, proteger y dar voz a los grandes simios. Foto: Wikimedia

El mundo ha perdido a una de sus voces más esenciales. Jane Goodall, pionera en la observación de chimpancés y referente universal en la conservación de la naturaleza, ha fallecido a los 91 años en California por causas naturales. Su muerte cierra un capítulo de la historia de la ciencia, pero su legado queda sembrado en cada joven activista, cada investigador que se adentra en la selva, cada persona que mira a un animal y se pregunta: "¿Qué siente? ¿Qué piensa?".

Goodall no solo cambió la primatología: la humanizó. Su enfoque, revolucionario en los años 60, consistía en mirar a los chimpancés no como objetos de estudio distantes, sino como individuos con emociones, vínculos familiares y cultura. Donde otros veían simple conducta animal, ella encontró complejas tramas sociales, actos de empatía y también de violencia. Fue la primera en documentar que los chimpancés fabricaban y utilizaban herramientas, algo que hasta entonces se consideraba exclusivo del ser humano. Aquello obligó a la ciencia a redefinir los límites de nuestra especie.

Una vocación que nació en la infancia

Nacida en Londres en 1934, Goodall creció en un entorno modesto, alejada de los grandes centros académicos. Desde niña soñaba con África y con vivir entre animales. Contra todo pronóstico, sin formación universitaria ni el respaldo de instituciones, logró trabajar con el célebre paleoantropólogo Louis Leakey, quien confió en ella para una misión sin precedentes: adentrarse en la selva de Tanzania y observar a los chimpancés como nadie lo había hecho antes.

Lo que parecía una tarea arriesgada e incluso ingenua, se convirtió en uno de los estudios de campo más importantes del siglo XX. En Gombe, Jane pasó meses sola, ganándose poco a poco la confianza de los chimpancés, a quienes bautizaba con nombres en lugar de números: David Greybeard, Flo, Fifi… Eran sujetos, no objetos. Seres únicos, dignos de respeto.

Su método no académico levantó suspicacias en los círculos científicos, pero sus hallazgos eran irrefutables. Con paciencia infinita, Goodall demostró que la ciencia podía ser rigurosa y, al mismo tiempo, profundamente empática. No se trataba de proyectar emociones humanas en los animales, sino de aceptar que esos animales tenían emociones propias.

Una vida dedicada a la defensa del planeta

Con el paso de los años, Goodall fue dejando la investigación directa para volcarse en la divulgación y el activismo. Fundó el Jane Goodall Institute en 1977, una organización que combina ciencia, conservación y educación. A través de ella, impulsó programas como Roots & Shoots, que ha movilizado a jóvenes en más de 60 países en defensa del medioambiente.

Su cuaderno de campo y una mirada llena de curiosidad bastaron para revolucionar la primatología
Su cuaderno de campo y una mirada llena de curiosidad bastaron para revolucionar la primatología. Foto: Wikimedia

Goodall se convirtió en una incansable viajera, ofreciendo charlas por todo el mundo, abogando por la conservación de los hábitats, los derechos de los animales y la urgencia de frenar el cambio climático. Sus intervenciones eran pausadas, casi susurradas, pero capaces de conmover y movilizar a auditorios enteros. No apelaba al miedo, sino a la esperanza y a la responsabilidad colectiva.

Hasta el final de su vida se mantuvo activa, consciente de que su figura inspiraba. Aceptaba premios, pero los utilizaba como altavoz para causas más grandes que ella misma. Su visión era clara: la naturaleza no es un recurso, es un sistema del cual formamos parte. Y dañarla es dañarnos.

Más allá de la ciencia: una ética de vida

Goodall fue mucho más que una primatóloga. Fue una pensadora, una ética, una narradora de lo salvaje. Sus libros, documentales y entrevistas ofrecían una mirada única sobre la vida no humana, pero también sobre la condición humana. Denunció sin ambages la crueldad del comercio de carne de animales salvajes, el uso de chimpancés en laboratorios y la deforestación que arrasa ecosistemas enteros.

Pero también celebraba la capacidad del ser humano para cambiar, para proteger, para actuar con compasión. No se limitaba a señalar culpables: ofrecía caminos, llamaba a la acción, buscaba transformar la rabia en esperanza.

Pocas personas han conseguido lo que ella logró: unir el mundo científico y el emocional, demostrar que se puede ser rigurosamente racional sin perder la ternura. Su vida es un recordatorio de que observar no es suficiente; hay que comprometerse.

Un legado que permanece

Con su muerte, desaparece una de las grandes voces de nuestro tiempo. Pero Jane Goodall no se ha ido del todo. Su legado vive en las reservas que ayudan a los chimpancés rescatados, en los estudiantes que siguen sus pasos, en los activistas que luchan por un mundo más justo para todos los seres vivos.

Quedan sus imágenes en la selva, sentada junto a un chimpancé, sin barreras, sin miedo. Queda su mirada, profunda y luminosa, como si viera algo que los demás aún no alcanzamos a comprender.

Quizá su mayor enseñanza no fue sobre los simios, sino sobre nosotros mismos: que el respeto, la empatía y la humildad son también formas de conocimiento. Y que cambiar el mundo empieza por mirar con otros ojos.

Recomendamos en