Estos himenópteros pueden transportar con sus mandíbulas objetos mucho más pesados y voluminosos que su propio peso y tamaño, que en función de la especie oscila entre los 0,75 y 5 milímetros. Por ejemplo, las hormigas del género Atta acarrean hojas cincuenta veces más pesadas que ellas.
En 2008, Thomas Endlein, un experto en biomecánica de insectos de la Universidad de Cambridge, captó una hormiga tejedora asiática, Oecophylla smaragdina, levantando una pesa de 500 miligramos (cien veces más que ella misma), una proeza que a escala humana equivaldría a la de un hombre que alzara con sus dientes una de 8 toneladas. O dicho de otro modo, levantando 16 elefantes medianos.
Para lograrlo, estos insectos han desarrollado distintas adaptaciones, como los grandes músculos contráctiles que mueven sus mandíbulas. No obstante, el secreto de las hormigas se encuentra en su pequeño tamaño, que les otorga una mejor relación entre su masa y la fuerza que pueden ejercer que la que poseen otros organismos más grandes.
En el campo de las ciencias y la geometría, existe un principio matemático que describe la relación entre el volumen y el área de un objeto a medida que experimenta cambios en su forma o figura. Esta relación, llamada ley cuadrático-cúbico y que fue introducida por Galileo Galilei en su obra Dos nuevas ciencias en el siglo XVII, revela que el volumen de un cuerpo varía de forma distinta al área cuando se modifican sus dimensiones. Es un principio fundamental que nos ayuda a comprender cómo los objetos se transforman y se comportan en función de su geometría, permitiéndonos analizar y predecir sus propiedades y características. Esto transportado a posibles seres gigantes con aspecto de insectos, nos daría monstruos con patas tan gruesas que sucumbirían a su propio peso.