¿Qué es la responsabilidad? La sorprendente conexión con la confianza que explica por qué algunas sociedades son más felices

Responder a las expectativas de los demás no es solo una cuestión moral: es el cimiento invisible de toda sociedad sana. Una reflexión que une filosofía, ética y felicidad colectiva.
Sin responsabilidad no hay confianza, y sin confianza no hay sociedad feliz
Sin responsabilidad no hay confianza, y sin confianza no hay sociedad feliz. Foto: Istock/David Pastor Vico/Christian Pérez

Si tenemos claro que la confianza es el principal “recurso moral” de una sociedad (si esto te suena a chino te invito a que le metas un ojo al capítulo donde hablo de confianza). Y si aceptamos como buena la siguiente definición de confianza:

Confiar es saber que el otro, o los otros, harán los que tú esperas que hagan.

Entonces, como mínimo, tendremos dos problemas. ¡En fin! Nadie dijo que esto de la filosofía y la ética fueran fáciles. Presta atención a esto. Uno; ¿Quiénes son el otro, o los otros, y porqué tienen que hacer lo que yo espero que hagan? Dos; ¿qué es eso que yo espero que hagan y cómo lo sabe el otro o los otros? Sobre el problema dos, te adelanto ya que muy pronto te hablaré de moral y esta pregunta muy posiblemente disipe, aunque tampoco dudo que saldrán otras muchas dudas, pero cada cosa a su tiempo. Paciencia.

Pongámonos un poco serios.

Es cierto que, cuando hacemos filosofía, siempre estamos definiendo términos para llegar a acuerdos conceptuales desde los que poder trabajar juntos. Palabras como “metafísica”, que podemos definir como aquella disciplina de la filosofía que estudia al ser en cuando es y sus propiedades, por ejemplo, se convierte para el común de los mortales en muchos países hispanohablantes en algo propio del mundo esotérico y paranormal. El conocido astrólogo-rococó puertorriqueño Walter Mercado, se presentaba así mismo como “metafísico”. Y no puedo por menos que imaginarme a Aristóteles agarrándolo del pescuezo exigiéndole que retirara eso de “metafísico” de su currículum al más puro estilo de Homer y Bart Simpson. Por tanto, no podemos hablar de metafísica, o de cualquier otro concepto concreto, si no compartimos una definición común, esto está claro.

Pues, como te decía, si aceptamos la definición anterior de “confianza” y nos imaginamos que esta es una cuestión fundamental para poder convivir entre nosotros, tendremos que ir un poco más allá.

Esta definición está planteada desde la visión de un “yo” que confía en los otros, que sabe que los otros actuarán de determinada manera. Pero para que esto suceda tendríamos que ser capaces de ver este concepto de confianza desde la mirada de “los otros”. Te los ejemplifico:

Walter Mercado confía en mí, él sabe que yo haré lo que él espera que yo haga. ¿Pero qué espera realmente Walter que yo haga? Pues el señor Mercado sabe que yo responderé al ejercicio de confianza que está haciendo en mí. ¿Lo pillas?

Walter Mercado, con su inconfundible aire místico y vestimenta dorada, es "reprendido" simbólicamente por Aristóteles, quien, con gesto severo, parece exigirle rigor filosófico en una escena tan imaginativa como provocadora sobre el choque entre esoterismo y pensamiento clásico
Walter Mercado, con su inconfundible aire místico y vestimenta dorada, es "reprendido" simbólicamente por Aristóteles, quien, con gesto severo, parece exigirle rigor filosófico en una escena tan imaginativa como provocadora sobre el choque entre esoterismo y pensamiento clásico. Ilustración artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez

La confianza espera y necesita cierto tipo de retribución, de respuesta por parte de aquel o aquellos en quienes confiamos. Si voy a comer a mi restaurante preferido es porque sé que el chef siempre responde a mis expectativas. Por lo tanto, hay una retribución de mi confianza y un fortalecimiento de la misma. E igual sucede con todas las acciones que precisan de la interacción con los demás para poder vivir.

Siempre me ha gustado pensar en la confianza como un concepto de “ida y vuelta” [1]. Yo confío en los demás porque sé que voy a recibir una respuesta, y esta a su vez reafirma (o no) mi confianza en los demás. ¿Pero sabias que es, precisamente, la palabra responder, la que da origen al termino responsabilidad?

Si buscamos la definición del diccionario de “responsabilidad” lo primero que nos encontramos es con algo que ya debería de sonarnos: “Obligación moral de alguien de responder de algo o de alguien, o de hacerse cargo de sus consecuencias”. Como ves no tarda en aparecer nuevamente el concepto “moral” y “responder”.  Pero permíteme que te dé una definición más sencilla y con la que podremos trabajar de aquí en delante de una manera mucho más orgánica:

Responder es hacer aquello que el otro, o los otros, esperan que hagamos [2].

Si pones juntas ambas definiciones —confianza y responsabilidad— podrás ver bien eso de “ida y vuelta” y por qué ambos son la piedra de bóveda de la construcción social.

Cuando estudiamos qué es una sociedad sana, vemos que son aquellas donde los ciudadanos confían entre ellos, porque todos asumen su responsabilidad para con ellos mismos como sociedad. Pero también confían en las instituciones que han ido creando para darles protección y proyección de posibilidad, como son los cuerpos de seguridad del estado, las instituciones sanitarias y de educación, los órganos jurídicos y de defensa, etc… Cuándo se estudian los índices de felicidad de una población concreta, se hace precisamente observando estos indicativos de confianza. Una sociedad que confíe en sus conciudadanos e instituciones gozará de una mejor y más sana democracia, menos corrupción a cualquier nivel, será un pueblo más inteligente y, por su puesto más feliz.

Por séptimo año consecutivo Finlandia encabeza el ranking mundial de la felicidad. Es el país más feliz del mundo. Y a pesar de que no está exento de sus propios problemas, en gran medida derivados de sus condiciones meteorológicas adversas y de su propia herencia, han puesto de manifiesto que una sociedad que confía conscientemente en sí misma, no como un simple ejercicio de fe, logra ser una sociedad más feliz. Lo mismo te baila un poco que desde la filosofía se hable de la felicidad, pero desde el albor de la razón se habla de la ética como el arte del buen vivir, o del vivir bien, y siempre la felicidad a ocupado un papel protagónico en esta disciplina práctica de la filosofía.

En Finlandia, la confianza mutua y el compromiso cívico no son utopía, sino pilares cotidianos de su bienestar social
En Finlandia, la confianza mutua y el compromiso cívico no son utopía, sino pilares cotidianos de su bienestar social. Foto: Istock

En la otra parte de la estadística estarán aquellos países que desconfían profundamente de sus conciudadanos, de los vecinos, de los demás, de los otros al fin y al cabo a los que no damos el rango y la categoría de “nosotros”.

La media del índice de confianza interpersonal en los países iberoamericanos es del 14%, tan solo catorce de cada cien ciudadanos confían en los demás. No hay que ser muy avispado para darnos cuenta de que esto nos orilla a entender que, cómo mínimo, el 86% no solo no confía en los demás, sino que tampoco se sentirá en la obligación moral de responder ante nada ni nadie. Así es imposible tener una sociedad sana, unas instituciones sólidas y solventes que no se den a la corrupción. Y no habrá una institución educativa ni un corsé moral que contrarreste una deriva semejante. Así que de felicidad mejor no hablamos. Ojo, que hablamos de felicidad con mayúsculas, no de las que se ufanan las redes sociales de promover como si fuera un logro individual más. Ya hablaremos de felicidad para que lo entendamos bien.

Y sí, otra vez apareció la palabra “moral” por ahí. Pero no desesperes que pronto vamos meterle mano y verás que algo que puede llegar a sonar tedioso, farragoso y abstracto, bien explicado, ayuda a perderle el miedo a eso del pensar y conocer.

Continuará…


[1] ¿Sabías que hay una serie de palos del flamenco que se denominan así? Se trata de aquellos cantes inspirados en las músicas populares hispanoamericanas, como la milonga flamenca, la rumba, la colombiana, la guajira y la habanera. Se les dice así porque se afirmaba que primero llegó el flamenco a américa de la mano de los conquistadores y una vez transformados y adaptados allí volvieron a España donde fueron adoptados bajo este nombre de cantes de ida y vuelta.

[2] Si leer esta sección de filosofía sirve para que veas la película “Jurado nº 2” (2024) del infinito Clint Eastwood ya habrá valido la pena. Pero no la veas solo. Comparte el visionado con alguien y plantéate: ¿qué habrías hecho tú poniéndote en los zapatos de cualquiera de los personajes relevantes?

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