Descubre cómo la neuroarqueología está revolucionando nuestra comprensión del pasado

La ciencia que trata de dar respuestas verosímiles a preguntas imposibles relacionadas con la evolución humana.
Descubre cómo la neuroarqueología está revolucionando nuestra comprensión del pasado

Si comparamos los veinte minutos que dispone un orador para dar una conferencia con dos millones de años, parecen una eternidad. Pero evolutivamente dos millones de años no es nada, a pesar de que en ese tiempo nuestra masa cerebral se triplicó, pasando de medio kilo del Homo habilis a los mil trescientos cincuenta gramos actuales.

El interés por la evolución humana de la neurociencia y la paleontología hace que la prehistoria sea un excelente punto de encuentro, y es precisamente allí donde se emplaza la neuroarqueología, un nuevo campo de la ciencia que cada vez está adquiriendo un mayor protagonismo.

Los neuroarqueólogos se encargan de estudiar aspectos relacionados con la forma y la función cerebral a lo largo de la evolución cognitiva humana. Y es que en estos momentos el secreto para avanzar en el conocimiento es la interdisciplinariedad, la comunicación entre especialistas de ramas científicas muy diversas.

Cambios culturales y plasticidad neuronal

La neuroarqueología es una rama del saber apasionante que intenta resolver cuestiones tan complicadas como, por ejemplo, dilucidar de qué forma percibían el mundo nuestros antepasados hace 6.000 años.

Evidentemente no disponemos de fósiles cerebrales con esa antigüedad, pero sí es posible acercarse a la estructura mental de nuestros antepasados a través de los objetos que construyeron, esto es, a partir de las cerámicas prehistóricas.

Por otra parte, sabemos que el espacio personal y el peripersonal, a nivel cerebral, se encuentran representados por circuitos neuronales, los cuales determinan la forma en la que nos relacionamos con los objetos y las personas.

Si aunamos ambos conceptos —arte prehistórico y neurología— es posible hilar una emocionante hipótesis. Y es que al analizar las obras de arte prehistóricas —pinturas rupestres o cerámica— es posible tener una idea bastante aproximada de cómo nuestros antepasados veían el mundo y cómo era su desarrollo cognitivo.

Esto es precisamente lo que hicieron hace algún tiempo un grupo de investigadores del CSIC: seleccionaron piezas de cerámicas que abarcan 4.000 años de la prehistoria de Galicia, pertenecientes a diferentes estilos y sociedades, y las sometieron a la mirada escrutadora de más de un centenar de personas. Mientras tanto, los científicos analizaron el recorrido de los ojos al observar los patrones decorativos.

Tras examinar los resultados llegaron a la conclusión de que cuando las sociedades tienen una estructura muy igualitaria, organizada en clanes familiares relacionados genéticamente, las piezas de cerámica que fabrican promueven una visión muy horizontal. Por el contrario, cuando las sociedades crecen en complejidad –centenares o miles de personas- los objetos imponen una forma de mirar muy vertical.

Con este estudio se demuestra la existencia de una interacción muy estrecha entre los cambios culturales y la plasticidad cerebral.

El Homo erectus podía tocar el piano

Shelby Putt, una investigadora de la Universidad de Indiana (Estados Unidos), fue todavía más allá al plantearse qué áreas cerebrales se activaban en el cerebro de nuestros antepasados mientras fabricaban herramientas de piedra.

El Paleolítico Inferior, la etapa más larga de la prehistoria, empezó hace unos 2,6 millones de años y duró hasta hace unos 125.000 años. En ella estuvieron presentes las tradiciones líticas olduyavense y achelense, las primeras aparecieron hace unos 2,6 millones de años, y están entre las primeras utilizadas en la historia de la humanidad, mientras que las segundas son más recientes –entre 1,8 millones y unos 100.000 años atrás-.

Para estudiar si existían diferencias en la activación cerebral para fabricar herramientas de estas dos culturas, Putt puso a trabajar a un grupo de voluntarios. Les instó a fabricar herramientas de piedra, como las hacían los antiguos homínidos, al tiempo que registraba su actividad cerebral mediante una espectroscopia funcional de infrarrojo cercano.

Gracias a esta técnica no invasiva Putt pudo observar que cuando fabricaban herramientas olduvayenses únicamente se activan regiones cerebrales implicadas en la atención visual y el control motor. Por el contrario, si lo que se les pedía era que hiciesen herramientas más avanzadas, características de la industria achelense, se activaban áreas cerebrales más amplias, en las que se incluían algunas que participan de la planificación y que son, por ejemplo, las que se activan cuando una persona toca el piano.

Pinturas rupestres en las rocas de Chukotka. Foto: Istock

Dicho de otra forma, el pensamiento humano pudo haber surgido hace unos 1,8 millones de años, cuando aparecieron las primeras herramientas achelenses, y el Homo erectus dispuso de los circuitos cerebrales necesarios para haber podido tocar el piano.

La mano y el uso de herramientas líticas

Un grupo de científicos del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH) publicaron hace algún tiempo un trabajo en la revista Progress in Brain Research en el que por vez primera analizaban la relación entre la mano y el uso de herramientas líticas, utilizando técnicas de neuromarketing.

Los investigadores buscaban nexos de unión entre las funciones cognitivas y el proceso sensorial y exploratorio de la mano, así como la relación espacial entre objeto y mano. Con su estudio observaron respuestas individuales diferentes en la manipulación de herramientas diferentes, poniendo de manifiesto la importancia del cuerpo y la tecnología como partes integrantes del mismo proceso cognitivo.

Estos son tan solo tres ejemplos del trabajo que desarrollan los neuroarqueólogos, los cuales, sin duda, nos van a sorprender con nuevos y espectaculares estudios en los próximos años.

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