Una de las rivalidades más interesantes que se dieron durante el periodo cronológico que abarca el Reino visigodo de Tolosa fue la propiciada entre godos y suevos en Hispania.
Independientemente de que algunas tropas godas participasen como federadas en determinadas campañas de los romanos, el verdadero choque entre estos dos pueblos germanos se dio a mediados del siglo v bajo el reinado de Teodorico II y a partir de su buena relación con el emperador Avito. El conflicto estalló por las ansias expansionistas del rey suevo Requiario que, queriendo emular a su padre y antecesor Requila o Riquila, pretendía lanzar campañas allende las fronteras suevas.
En este periodo el Regnum Suevorum se circunscribía a la provincia de Gallaecia y al norte de la provincia de Lusitania. Los embajadores imperiales y godos intentaron evitar que las acciones de Requiario generasen más inestabilidad en Hispania, pero todo fue en balde.
La respuesta del rey suevo fue atacar la provincia de la Tarraconense, todavía bajo control directo del gobierno de Rávena. Teodorico II, del que conocemos gracias a los escritos del noble galorromano Sidonio Apolinar muchos aspectos de su corte de Tolosa entre los que se menciona la posible existencia de un ritual de caza con arco —reminiscencia del contacto con los pueblos esteparios que tanto marcó a la aristocracia goda en las orillas del mar Negro—, siguió apostando por la vía diplomática.
Sin embargo, Requiario volvió a responder con una dura campaña de saqueo sobre la Tarraconense y desafiando a su homólogo visigodo: «Si protestas y te quejas de que haya venido aquí, iré a Tolosa donde tú estás. Detenme allí si puedes», pone Jordanes en boca del soberano suevo. Alea jacta est. Teodorico II organizó a su ejército —en el que se incluyeron los reyes burgundios Gundiuco e Hilperico— y se adentró en Hispania con la clara meta de derrotar a su enemigo suevo. En octubre del año 456 acaeció la batalla del río Órbigo, la cual supuso un triunfo rotundo para los visigodos.

Los suevos sufrieron enormes bajas entre muertos, heridos y prisioneros, pero un pequeño grupo encabezado por el propio Requiario consiguió huir. El siguiente movimiento de Teodorico II fue el de asaltar la capital sueva, Braga, que fue saqueada. Por su parte, Requiario quería huir a toda costa pero acabó siendo apresado en Oporto y finalmente ejecutado. A muchos de prisioneros suevos se les perdonó la vida. La victoria de los visigodos se mostró tan categórica que el cronista Hidacio dio por destruido el Regnum Suevorum cuando en verdad todavía le quedaba más de un siglo de existencia.
Teodorico II decidió dejar al frente de los suevos al varno Agiulfo, hombre de su confianza, pero los suevos más irredentos se marcharon al interior de la Gallaecia y eligieron un nuevo rey. El monarca visigodo vio las posibilidades que se le abrían tras su éxito en Órbigo y en Braga, así que cruzó a la Lusitania y puso sus ojos en la estratégica y valiosa Mérida. La ciudad fue tomada pero no saqueada, puesto que a partir de ese mismo momento se convirtió en un referente para el Regnum Tolosanum y sus intereses hispánicos.
Es en estos momentos cuando Teodorico II recibe las noticias de la deposición del emperador Avito y decide regresar a Tolosa. Parte de su ejército se quedó con la misión de someter a Agiulfo, que se había rebelado, y de conquistar ciudades clave como Astorga y Palencia. El principal foco de resistencia lo encontraron en Coyanza/Valencia de don Juan.
Así se cerraba esta campaña de Teodorico II contra los suevos: victorias, botín y conquista de puntos estratégicos es el mejor resumen de la misma. En el año 458 la corte de Tolosa volvió a poner sus ojos en Hispania para enfrentarse de nuevo a los suevos.
En este caso el enfrentamiento se dio en Sevilla, donde quedaba una pequeña guarnición sueva, la cual fue reducida. Por otro lado, la inestabilidad reinaba en la Gallaecia, donde bandas de guerreros suevos actuaban sin control, puesto que también se enfrentaban entre ellos. En esta ocasión y tras el reconocimiento de Teodorico II a Mayoriano como emperador, fuerzas romanas y godas atacaron a los suevos en Lugo y seguidamente avanzaron hacia el sur para tomar Santarém.

La ansiada estabilidad que deseaban los galaicorromanos no llegó hasta los años 463 y 464 cuando un representante de estos y uno de los pretendientes al trono suevo, Remismundo, se personaron en Tolosa para pedir ayuda al rex Gothorum. Remismundo pasó a ser el legítimo rey suevo bajo la protección de Teodorico II y se casó con una noble visigoda. A partir de aquí se dieron múltiples intercambios de embajadores y la corte de Tolosa se ocupó de que el arrianismo llegase al Reino suevo de la mano de misioneros.
Una vez asesinado Teodorico II, Remismundo entendió que quedaba liberado de la supeditación visigoda y los suevos retomaron sus habituales razias en busca de botín, y gracias a un pacto, Lisboa pasó a estar bajo dominio suevo. El nuevo rey visigodo Eurico entendió que debía actuar contra los suevos y castigó puntos de interés de su rival. Desconocemos la razón por la cual Eurico, al igual que Teodorico II, no cortó de raíz el «problema suevo».
La cuestión es que se fue trazando una frontera, con sus correspondientes fortificaciones y guarniciones, que para el año 470 estaba definida al noroeste por Astorga —sueva— y por Palencia —visigoda— y al sur por el río Tajo. Los pocos datos con los que contamos nos hacen suponer que entre el último cuarto del siglo v y la primera mitad del siglo vi no se dieron enfrentamientos de consideración entre godos y suevos incluso una vez destruido el Reino visigodo de Tolosa.
El enfrentamiento final no se produjo hasta el reinado del godo Leovigildo (568/569- 586), ya en época del Reino visigodo de Toledo, que supuso la definitiva conquista del Regnum Suevorum por parte del Regnum Gothorum