Arquitectura curva: evolución del arco

El interior de las construcciones estaba condenado a la oscuridad... hasta que este invento permitió que la luz atravesara las paredes.
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Se cree que el uso del arco en la arquitectura se remonta al año 4000 a. C., cuando se construía con ladrillos secados al sol. Estamos ante uno de los elementos estructurales que más curiosidad ha despertado a lo largo de la historia de la arquitectura. No es para menos, pues permitía abrir huecos en los muros. Sin embargo, su uso más común era en estructuras subterráneas, como desagües, pues resolvía el problema del empuje lateral que ejercía el agua al circular por su interior. Esto puede apreciarse en el arco encontrado en la ciudad sumeria de Nippur, que fue construido antes del año 3800 a. C.

Lo raro era hallar arcos en casas o templos, como el desenterrado en la puerta de una casa de adobe fechada hacia el 2000 a. C. en Tell Taya (Irak) o los de sendas puertas de entrada en las ciudades cananeas de la Edad de Bronce Ascalón (hacia 1850 a. C.) y Tel Dan (hacia 1750 a. C.), ambas en Israel. En Persia, en el siglo VI a. C., apareció el iwan, un gran porche bajo un arco con tres de sus cuatro caras cerradas formando un pequeña bóveda. Esta peculiar estructura fue adoptada por los diferentes imperios que dominaron la zona hasta llegar al sasánida, que construyó el imponente arco de Tai Kisra, el único resto visible de la ciudad de Ctesifonte. La fecha de su construcción no está muy clara –oscila entre el siglo II y el siglo VI–, pero conforma la bóveda independiente más grande construida hasta la edad moderna. El iwan se convertiría con el tiempo en una seña de identidad de la arquitectura islámica, propio de palacios, mezquitas y madrasas, donde el arco ojival o apuntado, introducido en el siglo IX durante el califato abasí, sustituyó al arco de medio punto.

Los primeros en apreciar las ventajas e inmensas posibilidades arquitectónicas del arco fueron los romanos. Aprendieron la técnica de tallar las piedras en forma de cuña –algo fundamental para levantar un arco– de los etruscos, lo refinaron y lo llevaron a todas sus construcciones civiles: puertas, puentes, acueductos... Hasta introdujeron el arco del triunfo como monumento militar. La unión de varios arcos formando una bóveda empezó a usarse en el siglo I a. C. para techar grandes espacios interiores, como pasillos y templos. Cuando se dieron cuenta de que el arco de un puente no tenía por qué ser un semicírculo, los romanos también introdujeron una peculiar variante del arco de medio punto: el arco escarzano, un sector circular –esto es, una parte de una circunferencia– con el centro por debajo de las impostas –el lugar donde termina el muro, columna o pilar que sujeta el arco–.

El arco del Triunfo en París. Créditos: Ker Robertson - Ker Robertson

Curiosamente, y a pesar de que los romanos usaron masivamente el arco, no tenemos constancia de que hicieran algo por entender la física que había detrás. Por ejemplo, Vitruvio, el estudioso romano del siglo I autor del tratado Los diez libros de arquitectura, dice que para abrir un hueco en un muro para una puerta o ventana “debemos descargar los muros por medio de arcos compuestos de dovelas [los bloques del arco] cuyas juntas converjan hacia su centro”. Pero no dice más.

El primer intento de comprender su funcionamiento lo encontramos en los manuscritos de Leonardo da Vinci (1452-1519). Desde entonces, establecer la forma y el grosor ideal del arco será objeto de estudio de numerosos científicos y arquitectos a lo largo de los siglos. Y es que el proceso de construcción no era trivial: los canteros lo construían primero en el suelo, tallando todas las piedras para que encajaran perfectamente. Durante la Edad Media no tenemos constancia de tratados o manuales de construcción que expusieran la técnica: tal vez la consideraban un secreto y los maestros canteros la transmitían oralmente solo a quien fuera de confianza.

Este artículo fue originalmente publicado en una edición impresa de Muy Interesante.

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