Kate Middleton y Meghan Markle llegaron a la familia Windsor sin una gota de sangre real en sus venas. Jóvenes, modernas, bien parecidas y esposas de los nietos de la reina de Inglaterra, suponían una bocanada de aire fresco en la encorsetada vida de la corona británica. ¿Podía Isabel II abrirse a los nuevos tiempos? ¿Podían ellas adaptarse al entorno de una monarca con siete décadas en el trono? ¿Qué podían aprender las unas de las otras?

Socialité estadounidense y divorciada dos veces, desde que Wallis Simpson se casara con Eduardo VIII, duque de Windsor, por la familia real británica solo habían pasado aristócratas. Si en 1936 esa relación motivó una crisis constitucional, la abdicación y el exilio del rey, que decidió anteponer su amor al trono, las cosas ya habían cambiado mucho cuando décadas después Kate Middleton y Meghan Markle entraron en escena.
La corona británica se mueve en las aguas procelosas que van de la tradición a la modernidad y vuelta. Los setenta años y 214 días en el trono de Isabel II le hicieron ser testigo, cuando no protagonista, de los cambios devenidos en los siglos XX y XXI. Si eso sucedió a nivel político, también lo hizo a nivel social y, estrechando aún más el círculo, en el familiar.
Cualquiera podría pensar que si los Windsor han vivido (y sobrevivido a) eventos como infidelidades de alcance planetario, tormentosas separaciones de matrimonios, la tragedia de Lady Di y acusaciones de abusos sexuales, el hecho de incorporar a dos plebeyas a la familia pudiera ser un asunto menor. Y si se compara con alguno de esos escándalos quizás lo fuera. Pero la vida real, en el doble sentido que aquí se puede aplicar, no siempre es lo fácil que pueda parecer.
De amor universitario a Princesa de Gales
Kate Middleton y Guillermo de Inglaterra, hoy ya príncipes de Gales, se conocieron en 2001 en la universidad de St. Andrews, donde ambos estudiaban. La buena marcha del negocio familiar de los Middleton, propietarios de una empresa de suministros para fiestas, permitía que Kate y sus hermanos Pippa y James pudieran estudiar en universidades tan elitistas que sus compañeros de aula eran príncipes, como el primogénito del hoy rey Carlos III y la malograda Diana de Gales. La pareja se enamoró y se casaron en 2011.

Sin llegar a levantar la pasión de Lady Di, su naturalidad, profesionalidad y cercanía le hicieron ganarse el respeto y el afecto de los británicos… y de la propia jefa de Estado. Middleton siempre mantuvo una cordial relación con la abuela de su esposo. Igual podía vérsela promoviendo causas sociales y labores filantrópicas como tirándose por un tobogán en un laboratorio de juegos de Lego o sacando un chute de pelota en algún evento. Sin perder su halo de modernidad y cercanía, pero cumpliendo a la perfección con lo que se espera de quien un día se convertirá en reina consorte de Inglaterra. Es decir, actuar con vocación de servicio. Este buen hacer se materializó en que Isabel II le otorgara la Orden de la Familia Real en 2018, lo que se tomó como un gesto de aceptación y cariño.
Ambas compartieron muchos compromisos oficiales a lo largo de los años y les unían muchas aficiones: su amor por el deporte, los animales, el aire libre y el campo, pero también su condición de no necesitar ser el centro de atención y las cámaras, aunque en realidad lo fueran. También su manera de relacionarse con la moda, con sus respectivos grupos de diseñadores británicos a los que recurrir fielmente y su gusto por el vestir de colores.

Todo lo anterior sería un cuento de hadas si no se contara que también había diferencias entre ellas, lógicas por los años que les separaban, y también por la cuna de cada cual. Al poco de casarse y ya convertida en duquesa de Cambridge, Middleton tenía serios problemas para encajar en el protocolo que se esperaba de ella, empeñándose en hacer por sí misma todo tipo de tareas en lugar de delegar. Al nacer los niños, se reveló con claridad que el estilo de Kate para tratar a sus hijos, familiar y cercano, como cualquier madre del siglo XXI, estaba a kilómetros de la distancia y protocolo que siempre se interpuso entre la reina de Inglaterra y sus vástagos.
La prensa sensacionalista británica tampoco fue precisamente indulgente con Kate Middleton y eso supuso algún que otro dolor de cabeza para la Corona: desde las acusaciones de ser una mera advenediza en los comienzos del noviazgo con Guillermo, a su foto robada en toples durante unas vacaciones en 2012. La hoy princesa de Gales (título que nunca ostentó Camilla, por respeto a Lady Di) siempre llevó con estoicidad estos excesos, muy en la línea de la propia Isabel II. Pero además de tener que encajar en los Windsor, Middleton acarreaba otra pesada carga: la larga estela de quien hubiera sido su suegra, Diana de Gales.
La estela de Lady Di
La prensa se ha empeñado sin cesar en buscar paralelismos entre ambas, pese a que en realidad eran bastante diferentes. No solo por el origen aristócrata de Lady Di (los Spencer son una de las familias más ilustres de Inglaterra) sino por su propia personalidad. La timidez patológica de la primera esposa de Carlos de Inglaterra nada tiene que ver con Kate. Y aunque la relación de la conocida como «princesa del pueblo» e Isabel II no se conoció con certeza desde fuera, parece que no era en absoluto tan cordial como la que la monarca tuvo con la duquesa de Cambridge.

Pero las diferencias son claras: Diana era la esposa de su hijo, no de su nieto. Y tuvo que lidiar con el escándalo de la infidelidad de Carlos con Camilla Parker Bowles. A Lady Di le costó encontrar el apoyo de la reina en este asunto, que era más partidaria de no airear los trapos sucios. Además, Isabel II tampoco toleraba demasiado bien algunos comportamientos de su nuera derivados de su inestabilidad emocional, ni le gustaba su exceso de popularidad.
Guapa, estilosa y de una timidez encantadora, la princesa de Gales despertaba por igual pena, ternura, cariño y admiración entre los británicos, y fue sometida por la prensa sensacionalista a muchísima más presión que Middleton. Su triste matrimonio, su falta de encaje en la familia, su insólito divorcio y su trágico final en un accidente de tráfico en París, del que acaban de cumplirse 25 años, la han convertido en un auténtico icono, a años luz de la admiración que despierta Middleton hoy día.
La actriz que renegó de la vida «real»
Después de años de tortuosos escándalos, para cuando se conoció la relación de Enrique de Inglaterra con Meghan Markle la monarquía británica había recuperado la admiración y el cariño de las masas, y en parte gracias al matrimonio de Guillermo y Kate. Actriz estadounidense, divorciada y birracial (su padre es blanco y su madre, negra), cuando se casaron en 2018 representaban una combinación perfecta de glamur y modernidad. Todo el mundo les quería, incluso la implacable prensa. Para la boda, la reina Isabel prestó a Meghan la tiara de filigranas de su abuela, la reina María. Y les entregaron el ducado de Sussex.

Pronto cambió todo. La duquesa comenzó a acaparar titulares negativos y casi siempre insidiosos, desde el color de su piel a su falta de sangre azul, sus maneras en palacio, su trato con el personal de servicio… La presión fue aumentando hasta que en 2020 la pareja anunció que abandonaban sus funciones como miembros activos de la familia real. Al estilo de Eduardo y Wallis, querían priorizar su vida privada sobre los privilegios y deberes reales. Se fueron a vivir a Estados Unidos, dejaron de recibir fondos públicos y perdieron sendos títulos de Su Alteza Real. Con mucho humor british, su marcha se bautizó popularmente como el «Megxit».
La historia tenía una vuelta de tuerca. Un año después, la pareja concedió una entrevista a la popular periodista Oprah Winfrey. Ante millones de espectadores, Meghan confesó haber llegado a pensar en el suicidio por la falta de libertad y apoyo que vivió al ser miembro de la familia real, asegurando haber sido víctima de racismo. Enrique, por su parte, estableció un paralelismo entre la historia de su madre y la de su mujer. «He visto lo que sucede cuando alguien a quien quiero se convierte en mercancía hasta el punto de que ya no es tratado o visto como una persona. Perdí a mi madre y ahora veo a mi esposa ser víctima de las mismas fuerzas poderosas».
Aquello sentó terriblemente mal en Buckingham Palace y supuso un punto y aparte. Muchos recordaron la polémica entrevista en la que Lady Di contó en la BBC que en su matrimonio eran tres personas («una multitud») y que tanto desagradó a la reina Isabel, obviamente, por haber visto expuestas las intimidades familiares a escala planetaria.
En realidad, las tensiones de los duques de Sussex parecían ser peores con el padre y el hermano de Enrique que con la abuela. Pese a lo devastador de sus declaraciones, en esa entrevista ninguno de los dos expresó una sola crítica hacia la persona de Isabel II y la realidad es que Megan Markle siempre sostuvo haber sido tratada con cariño y respeto por ella.

Desde fuera, en la duda siempre queda cuál es la postura de la familia y cuál es la de las personas que dirigen una institución como la Corona británica. De hecho, el deshielo comenzó a intuirse en el verano de 2022, a pocas semanas de la muerte de la reina de Inglaterra, cuando los duques de Sussex y sus dos hijos viajaron a Londres para celebrar el Jubileo de Platino de la monarca. El evento coincidió con el primer cumpleaños de su hija pequeña, que lleva por nombre Lilibet, el cariñoso apelativo por el que familiarmente se llamaba a Isabel II.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.