Durante siglos, la historia de la antigua Roma ha estado protagonizada por emperadores, senadores, generales y filósofos. En los márgenes, las mujeres parecían figurar tan solo como esposas, musas o víctimas. Pero algo está cambiando. La nueva exposición “Being a Woman in Ancient Pompeii”, que podrá visitarse hasta el 31 de enero de 2026 en la Palestra Grande del Parque Arqueológico de Pompeya, se propone justamente eso: mirar a través de los ojos de aquellas mujeres que caminaron por las calles adoquinadas de la ciudad poco antes de que el Vesubio la congelara en el tiempo en el año 79 d.C.
Con una puesta en escena ambiciosa, esta exposición —según indica la nota de prensa oficial— ha sido organizada en colaboración con las universidades de Padua, Salerno y Verona, y está comisariada por las arqueólogas Francesca Ghedini y Monica Salvadori. Gracias a la excepcional conservación de Pompeya, se exhiben objetos, inscripciones, retratos y estructuras que permiten reconstruir cómo era la vida de las mujeres en una ciudad romana del siglo I. Pero no solo la de las damas de la élite: también las de las libertas, las esclavas, las niñas, las viudas y las prostitutas.
Una ciudad conservada, una historia recuperada
Pompeya ofrece una oportunidad única para el estudio de la vida cotidiana romana. La erupción del Vesubio selló la ciudad bajo metros de ceniza, conservando no solo edificios, sino también pequeños detalles que en otros yacimientos raramente sobreviven: grafitis en las paredes, utensilios de cocina, joyas, juguetes infantiles, espejos de bronce, herramientas ginecológicas y hasta vestigios de cosméticos.
La exposición se estructura en ocho secciones temáticas, que recorren los diferentes momentos de la vida femenina: desde el nacimiento hasta la muerte, pasando por la educación, el matrimonio, la maternidad, el trabajo y la religiosidad. A través de frescos, estatuas y objetos cotidianos, se visibilizan las múltiples caras del universo femenino en la antigua ciudad: matronas, nodrizas, vendedoras, tejedoras, curanderas, taberneras y benefactoras.
Una de las piezas más impactantes es el retrato funerario de una mujer anónima con una llave colgando del cinturón. No era un detalle decorativo: simbolizaba el poder de gestión del hogar, la autoridad doméstica que tenían muchas mujeres, especialmente aquellas de clase alta. En el mundo romano, la casa no era un lugar de reclusión, sino un centro de poder familiar y económico.

Historias con nombre propio
La exposición no se limita a mostrar objetos: también rescata historias concretas de mujeres reales que vivieron en Pompeya. Un ejemplo es Asellina, dueña de un thermopolium —una taberna de comida caliente— donde trabajaban tres jóvenes esclavas. En la fachada de su local aún se lee un grafiti con propaganda electoral que muestra cómo estas mujeres, aunque no podían votar, influían en la vida política al respaldar candidatos.
Otra protagonista es Julia Felix, heredera de una vasta propiedad que transformó en un complejo residencial con baños, jardines y habitaciones en alquiler. Tras el terremoto de 62 d.C., cuando muchas infraestructuras públicas estaban inutilizadas, ofreció sus espacios privados como alternativa comercial. Julia, emprendedora nata, convertía las crisis en oportunidades, y su casa fue un centro de lujo, negocios y hospitalidad.
También destaca la figura de Eumachia, sacerdotisa, empresaria textil y patrocinadora de un edificio monumental en el foro. Gracias a la fortuna generada por su comercio de lana, erigió una estructura dedicada al culto del emperador, reforzando así su estatus social y político. Su ejemplo ilustra cómo algunas mujeres lograban ascender socialmente mediante la economía y la religión, ocupando espacios públicos reservados normalmente a los hombres.

Trabajo, maternidad y religión
En la sección dedicada al trabajo femenino, se exponen pesos de telar, ruecas, husos, bobinas y restos de tela, herramientas ligadas al hilado y tejido, actividades típicamente asociadas a la virtud doméstica. Pero la muestra también revela que muchas mujeres trabajaban fuera del hogar: como curanderas, comadronas, panaderas o taberneras. Se estima que unas cien mujeres ejercían la prostitución en Pompeya, muchas de ellas esclavas, aunque también había mujeres libres que elegían esta vía como forma de independencia económica.
La maternidad ocupa un lugar central en la exposición, con instrumental ginecológico, muñecas de marfil, sonajeros y objetos rituales. Las mujeres eran responsables de la educación infantil, la salud familiar y la organización del hogar, pero también participaban en cultos religiosos, a menudo como sacerdotisas o iniciadas en misterios. La religión era una vía de legitimación social que muchas supieron utilizar a su favor.
El recorrido termina con un homenaje a las mujeres que, siglos después, han contribuido a descubrir y conservar Pompeya. Desde Carolina Bonaparte, que impulsó las primeras excavaciones sistemáticas en el siglo XIX, hasta figuras como Olga Elia o Wilhelmina Jashemski, pioneras en arqueobotánica y conservación. Su legado es un recordatorio de que la historia de Pompeya también ha sido escrita por mujeres.

Un paseo por la Pompeya femenina
Gracias a la app MyPompeii, los visitantes pueden extender la experiencia más allá de las salas expositivas y seguir un itinerario temático por los lugares donde vivieron algunas de las mujeres destacadas de la ciudad. Desde el túmulo de Eumachia en Porta Nocera hasta la Casa de Julia Felix, pasando por el Thermopolium de Asellina o la Casa de la Venus en concha, donde se ha reconstruido un telar vertical, la exposición se convierte en una ruta viva por los espacios femeninos de la ciudad.
Este enfoque inmersivo, que combina tecnología, arqueología y narrativa histórica, permite reconstruir una experiencia emocional que va más allá de las vitrinas. El objetivo final, según los organizadores, no es solo enseñar el pasado, sino provocar una reflexión contemporánea sobre el papel de la mujer, su visibilidad, sus luchas y su legado.