Cuando la Inquisición persiguió a las “brujas” de las colonias portuguesas: una reciente investigación reconstruye los juicios por brujería a dos mujeres del siglo XVI

Exploramos la conexión entre la brujería y el colonialismo a través de la historia de estas dos mujeres indígenas del siglo XVI.
Brujería
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto - Mónica e Íria, la historia de dos mujeres acusadas de brujería

La historia de cómo se persiguió a las brujas en la Europa de la Edad moderna sigue generando estudios cada vez más reveladores sobre las motivaciones y circunstancias que propiciaron tal fenómeno. Ahora, una reciente investigación traspasa las fronteras del continente europeo para rescatar del olvido las historias de dos mujeres indígenas acusadas por la Inquisición portuguesa en el siglo XVI. Sus nombres cristianos —Mónica e Íria— se cuentan entre los pocos datos que nos ha legado el archivo inquisitorial, pero bastan para abrir una vía para comprender cómo las mujeres indígenas preservaban, practicaban y transmitían los saberes tradicionales en un mundo atravesado por el colonialismo, la esclavitud y el catolicismo imperial.

El estudio, publicado por la historiadora Jessica O’Leary en Women’s History Review, demuestra que la represión de las prácticas tradicionales no respondió tanto a una lucha contra la herejía como al miedo al poder social de los saberes femeninos indígenas.

Dos mujeres coloniales
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Dos mujeres, dos orillas del Atlántico, una misma represión

La primera de las dos acusadas, Mónica Fernandes, fue una mujer akan nacida entre los ríos Ankobra y Volta, en la actual Ghana. Los misioneros portugueses la esclavizaron y bautizaron en el enclave fortificado de São Jorge da Mina. Más tarde, se la manumitió.

Su caso llegó a la Inquisición de Lisboa en 1556, acusada de múltiples delitos. Entre ellos, emplear remedios curativos indígenas, maldecir a otras mujeres y hacer “hechizos” con yuca, gallinas y agua. Su única defensa se basó en afirmar que tales prácticas eran comunes en su tierra y no tenían nada de brujería: “todos los negros y negras de Mina lo hacían”, alegó.

Por otro lado, Íria Álvares fue una mujer tupinambá esclavizada en su infancia y trasladada a la región de Bahía, en Brasil. En 1593, ya manumitida y residente en Pernambuco, fue denunciada ante la Inquisición por su propio hijo, quien la acusó de haberlo llevado a participar en la Santidade de Jaguaripe, un movimiento espiritual y político indígena que recuperaba prácticas como el uso ritual del tabaco, la danza y la bebida ceremonial del cauim. Íria alegó que no había cometido herejía, ya que creía en el carácter sagrado de tales expresiones de fe.

Mujer fumando un puro en un ritual
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Más que superstición: saberes indígenas codificados como crimen

El análisis de O’Leary se aparta de las categorías tradicionales con las que la Inquisición etiquetaba sus delitos —hechicería, idolatría, herejía— para centrarse en lo que, en verdad, estaba en juego: el control sobre la transmisión de saberes culturales no europeos en un contexto colonial. En ambos casos, las prácticas por las que se juzgó a Mónica e Íria correspondían a saberes indígenas profundamente enraizados. Sus críemenes fueron practicar la medicina botánica, las ceremonias de sanación, la cosmología tupi o los rituales agrícolas akan.

Para los inquisidores, estas prácticas eran peligrosas tanto por su contenido espiritual como por su capacidad de seducción. Las mujeres indígenas, sobre todo las más ancianas o las madres, se percibían como vectores de transmisión cultural. Su influencia en las comunidades indígenas podía alentar la resistencia a los intentos de aculturación cristiana, sobre todo en contextos donde escaseaban las mujeres europeas y la maternidad recaía de forma mayoritaria en las indígenas o las mamelucas.

Dos mujeres del siglo XVI
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

Redes femeninas de conocimiento: una supuesta amenaza invisible

En el caso de Mónica, los testimonios recogidos en el fuerte de São Jorge da Mina muestran que la denunciaron varias mujeres africanas. Esto sugiere la existencia de una red social compleja de relaciones, rivalidades y temores. Mónica acudía a los curanderos locales para tratar las mordeduras de animales, por ejemplo, y también empleaba remedios caseros aprendidos en su comunidad akan. Negó rotundamente haber hablado con demonios o pactado con fuerzas malignas: insistió en que sus prácticas formaban parte de su cultura.

Por lo que respecta a Íria, la amenaza radicaba en la capacidad de transmitir a su hijo varón —un futuro hombre cristiano y colonizador— saberes indígenas considerados incompatibles con la ortodoxia. Aunque su primera acusación fue por bigamia, lo que preocupaba realmente al tribunal era su participación en el movimiento de la Santidade, algo que había despertado gran inquietud entre los jesuitas.

Saberes ancestrales en un mundo inquisitorial

Ambas mujeres se enfrentaron a los procesos inquisitoriales usando estrategias distintas. Mónica, que apenas conocía los rudimentos del catecismo, se negó una y otra vez a reconocer que sus prácticas fuesen actos de brujería. Incluso bajo presión, sostuvo que sus acciones no eran pecado, sino costumbre de su pueblo.

Íria, en cambio, dominaba el portugués y sabía cómo presentarse ante la justicia colonial. Declaró ser una mujer “simple” e “ignorante”, estrategia común entre las mujeres que buscaban mitigar su castigo.

Aun así, se las declaró culpables. Condenaron a Mónica a la reeducación doctrinal y a no tener contacto con otras personas indígenas. Íria, por su parte, tuvo que hacer penitencia pública en Olinda y pagar las costas judiciales. También se la estigmatizó por su implicación en prácticas consideradas bárbaras.

Recreación ficticia de ritual con tabaco
Recreación fantasiosa. Fuente: Midjourney/Erica Couto

La criminalización del conocimiento femenino

Según el estudio de O'Leary, los documentos inquisitoriales revelan que la represión no se dirigía tanto a los actos individuales cuanto a las redes de conocimiento colectivo. Estas mujeres eran peligrosas por lo que sabían, enseñaban y compartían en su entorno

Además, en un contexto donde los archivos apenas conservan voces femeninas indígenas, estos procesos permiten recuperar algo de su subjetividad. Estas mujeres actuaban con capacidad de agencia al decidir cuándo callar, cuándo negar, cuándo negociar y cuándo resistir.

Una historia de conocimiento, resistencia y género

Este estudio demuestra que, al mirar más allá de las categorías inquisitoriales, podemos reconstruir una historia conectada de saberes indígenas y resistencia femenina en los márgenes del imperio portugués. Las prácticas de Mónica y de Íria, aunque percibidas como herejía, eran formas de vivir y entender el mundo desde otros marcos culturales. En definitiva, lo que estas historias nos enseñan es que el conocimiento —sobre la salud, la espiritualidad, el cuerpo o la comunidad— fue una trinchera de resistencia sustentada, en gran parte, por el trabajo de las mujeres indígenas.

Referencias

  • O’Leary, Jessica. 2025. "Don’t call it magic: Indigenous knowledges in sixteenth-century Portuguese Inquisition trials of women in Brazil and West Africa." Women's History Review: 1-19. DOI: https://doi.org/10.1080/09612025.2025.2535052

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