La vida de Margarita Salas fue una sucesión de primeras veces. Hasta 2019, fue la primera y única mujer española en la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU.; en 2016, la primera mujer en recibir la Medalla Echegaray, otorgada por la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Y el 20 de junio de 2019, a sus 80 años –y cuatro meses y medio antes de su muerte el 7 de noviembre de ese año–, se convirtió en la primera española en ganar el Premio al Inventor Europeo (en la categoría Logro de Toda una Vida) y en la primera persona en obtener dos reconocimientos en la misma edición, puesto que también se alzó con el Premio Popular. Un doblete nunca antes visto en los 14 años de historia del galardón, debido a su labor encomiable durante toda una vida y por tener la patente más rentable de la historia del CSIC.

Pero su currículum no acaba ahí: en 1999, fue nombrada Investigadora Europea por la UNESCO; recibió el Premio Rey Jaime I de Investigación en 1994; fue directora del Instituto de España (organismo que agrupa a la totalidad de las Reales Academias españolas) entre 1995 y 2003; y, hasta su muerte, presidió la Fundación Severo Ochoa, dirigió anualmente el curso de la Escuela de Biología Molecular Eladio Viñuela y fue miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la Real Academia Española, de la Academia Europea de Ciencias y Artes, de la American Society for Microbiology, de la American Academy of Arts and Sciences... (y doctora honoris causa por la UNED, la Universidad Rey Juan Carlos y las de Oviedo, Extremadura, Murcia, Politécnica de Madrid, Jaén, Cádiz, Málaga, Carlos III y Burgos). Y, con ocho décadas de vida y semejante experiencia a sus espaldas, continuó yendo a trabajar, cada día, a su laboratorio.
Marquesa de Canero desde el 11 de julio de 2008 –por su “entrega a la investigación científica sobre la biología molecular”–, esta asturiana universal nace en el pueblo de dicho nombre en 1938. Hija de médico que alienta su interés por las ciencias, a los dieciséis años, en 1954, marcha a Madrid para realizar las pruebas de acceso de Química y Medicina en la Universidad Complutense. En el verano de 1958 conoce al eminente científico Severo Ochoa, que se convertirá en su mentor y tendrá una influencia determinante en su carrera, ya que es él quien la orienta hacia la bioquímica.
Después de su graduación en Ciencias Químicas, Margarita ingresa en el laboratorio de Alberto Sols, por entonces el más puntero en España, bajo cuya dirección realiza su tesis doctoral sobre la especificidad anomérica de la glucosa-6-fosfato isomerasa. En estos años, además, adquiere una excelente formación en biología molecular y conoce asimismo a su marido, Eladio Viñuela, con el que se casa en 1963 y comparte inquietudes científicas.
Etapa en Nueva York
En 1964, emigra junto a su marido a Estados Unidos para trabajar con Ochoa en el Departamento Científico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York. Margarita y Eladio permanecen allí hasta 1967. Es poco tiempo, apenas tres años, pero esa estancia en América marca de modo indeleble su manera de trabajar y de concebir la ciencia. Es, además, una de las mejores etapas de su vida desde el punto de vista personal, científico y cultural: “Al llegar sufrimos un verdadero impacto. Desde el punto de vista científico, aquí no había nada, y allí los medios eran enormes. Y en lo cultural... éramos como los paletos de pueblo que llegaban a Madrid. En Nueva York, los paletos éramos nosotros. Sentimos una emoción intensa viendo Viridiana, íbamos a exposiciones de arte y a conciertos, comprábamos discos...”.

Regresan a España en 1967 y, con la ayuda de financiación americana, fundan el primer grupo de investigación en genética molecular de nuestro país, dentro del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). En esa época empieza su investigación sobre el phi29, que la encumbrará a la primera línea de la bioquímica internacional.
En 1974, el matrimonio y los profesores Antonio García-Bellido, Federico Mayor Zaragoza y David Vázquez Martínez, con el respaldo de Severo Ochoa, fundan el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, una institución de excelencia en la investigación biológica. Eladio, que se centra en estudiar la peste porcina africana –que hace estragos en su Extremadura natal–, muere en 1999.
De la mano de Viñuela y Salas se formarán los mejores científicos españoles que hoy dirigen prestigiosos laboratorios, como Jesús Ávila de Grado, Luis Enjuanes, María Antonia Blasco Marhuenda, Manuel Serrano Marugán, Juan Ortín, Carlos López Otín o Luis Blanco.
Esfuerzo, paciencia e imaginación
Margarita Salas creía que una de las características de un buen científico, junto con el esfuerzo y la paciencia, era la imaginación, la creatividad. Aunque también la utilidad: “El hecho de que, a partir de una investigación básica, que es la que siempre he hecho, salga una aplicación biotecnológica de importancia es muy gratificante”.

Hasta casi el mismo día de su muerte, continuó acudiendo a diario a su laboratorio en el Centro de Biología Molecular. En su despacho de seis metros cuadrados, seguía estudiando el phi29. No entendía la vida fuera de aquellas paredes: “Creo que no debe haber jubilación para un científico. Si quiere, que se retire, pero si no quiere y está en buenas condiciones, ¿para qué? Tiene toda la experiencia que dan los años y puede producir mucho”.
Su modelo era la neuróloga italiana Rita Levi-Montalcini, fallecida en 2012. “Murió con 103 años y con 100 iba todos los días al laboratorio. Decía que lo importante no era no tener arrugas en la cara, sino no tenerlas en el cerebro. Yo a veces digo en broma que de mayor quiero ser como ella”.