Cuando uno hojea Plantas míticas: pociones y venenos de los jardines de los dioses, el libro de la horticultora y divulgadora Ellen Zachos, descubre que las historias de la mitología griega no solo están pobladas por héroes, monstruos y dioses caprichosos. También están llenas de plantas con poderes extraordinarios. Lejos de ser un mero fondo escénico en las leyendas clásicas, la flora desempeñaba un papel central en los rituales, los encantamientos, los castigos divinos y hasta en la salud sexual o mental de los antiguos griegos.
El laurel, la vid, el hinojo, la granada o la mandrágora formaban parte de un universo simbólico profundamente arraigado en la vida cotidiana. Eran parte del paisaje físico, sí, pero también del paisaje moral, espiritual y político. Como bien recoge Zachos, estas plantas tenían funciones prácticas, pero su presencia en los mitos revela un conocimiento ancestral: los antiguos sabían que la naturaleza tiene la capacidad de sanar, alterar la mente, propiciar la fertilidad o inducir visiones proféticas.
La botánica como lenguaje divino
En los templos, los jardines y los textos sagrados de Grecia, las plantas no se representaban como elementos decorativos. Se trataba de símbolos vivientes, cargados de sentido. Algunas eran consagradas a divinidades específicas. El laurel, por ejemplo, se asociaba a Apolo. Según la leyenda, tras ser rechazado por la ninfa Dafne, esta fue transformada en un laurel para escapar del dios. Desde entonces, Apolo la adoptó como planta sagrada. Los vencedores de los Juegos Píticos —precisamente en honor al dios— eran coronados con una rama de laurel, un gesto que no implicaba solo triunfo físico, sino también la consagración espiritual.
Esta relación no era fortuita. En la antigua Grecia se creía que el laurel tenía propiedades proféticas. Las sacerdotisas del oráculo de Delfos mascaban hojas de laurel antes de emitir sus enigmáticas visiones. El laurel no era solo símbolo de gloria, sino un canal entre el mundo humano y el divino.
Otro caso revelador es el del hinojo. Aparece en el mito de Prometeo, cuando roba el fuego del Olimpo para entregarlo a los hombres y lo oculta en el hueco de un tallo de hinojo. Esta elección no es casual: el hinojo era una planta hueca, resistente y cargada de significados medicinales. Pero más allá de su función práctica, el acto de esconder el fuego dentro de una planta sugiere que el conocimiento divino debía ser canalizado a través de la naturaleza. Era una forma de decir que lo vegetal, lo terrenal, tenía el potencial de contener lo sagrado.

Placer, embriaguez y locura: el reino de Dioniso
Pocas divinidades expresan mejor la conexión entre plantas y estados alterados que Dioniso. Dios del vino, del éxtasis y de la transgresión, su culto giraba en torno a la vid, pero también a otras plantas con efectos psicoactivos. Los seguidores del dios consumían vino, sí, pero a menudo lo mezclaban con sustancias como la mandrágora, el beleño o incluso el poleo. El objetivo era inducir un trance colectivo que permitiera la liberación de las convenciones sociales y una unión temporal con lo divino.
Los misterios dionisíacos no eran simples bacanales. Eran rituales cuidadosamente estructurados que usaban plantas como herramientas de transformación. La embriaguez no era una consecuencia, sino un medio. El vino mezclado —siempre con algo más— buscaba romper la conciencia ordinaria y acceder a otra realidad, una que permitiera la catarsis, la revelación o incluso la posesión divina.
El vino, por tanto, era algo más que una bebida. Era un vehículo sagrado. Su cultivo y fermentación estaban impregnados de rituales y creencias que hablaban de muerte y renacimiento, muy en la línea del ciclo agrícola que regía toda la cosmovisión griega. No es casual que Dioniso también fuera considerado una divinidad agraria.
Plantas que protegían, sanaban o mataban
Además de sus propiedades simbólicas o visionarias, muchas de las plantas del mundo griego tenían usos médicos o anticonceptivos. Las mujeres utilizaban el poleo o la artemisa para controlar su fertilidad, como bien recuerda Plantas míticas. También la milenrama, que Homero describe como remedio empleado por Aquiles para curar heridas, servía como hemostático y analgésico. De hecho, su nombre científico moderno —Achillea millefolium— es un homenaje directo al héroe aqueo.
Pero el uso medicinal no estaba exento de peligro. Muchas de estas plantas podían ser venenosas si se administraban en dosis incorrectas. La adormidera, por ejemplo, se empleaba para calmar dolores y facilitar el sueño, pero también tenía efectos narcóticos peligrosos. Se relacionaba con el dios Hipnos y su hermano Tánatos, el Sueño y la Muerte. Esta ambigüedad —capaz de curar o matar— reflejaba una idea profunda: que la línea entre la vida y la muerte es tan delgada como una hoja de amapola.
En el caso de la granada, símbolo de Perséfone y del inframundo, encontramos otro uso simbólico. Su jugo rojo como la sangre, su multiplicidad de semillas y su vinculación con los ciclos estacionales la convertían en una planta central en los ritos de paso. Comer una granada podía significar sellar un pacto con los muertos, como hizo Perséfone al aceptar los granos que le ofreció Hades. Desde entonces, su destino quedó ligado al mundo subterráneo.

Cuando las plantas hablaban con los dioses
Muchos ritos oraculares, funerarios o de iniciación se basaban en preparados vegetales. El caso más conocido es el del kykeon, una bebida empleada en los Misterios de Eleusis, vinculados a Deméter y Perséfone. Se trataba de una mezcla de cebada, agua y menta que algunos investigadores creen que podía contener un tipo de cornezuelo, un hongo con efectos alucinógenos. El objetivo era provocar visiones que permitieran a los iniciados experimentar el ciclo de muerte y renacimiento.
Estas plantas eran la materia prima de los mitos. No estaban ahí solo para dar color al paisaje. Eran portales. Herramientas de revelación. Vehículos de sanación, conocimiento o destrucción. Comprender su poder simbólico es asomarse a una concepción del mundo donde lo natural y lo espiritual no eran opuestos, sino partes de un mismo continuo.
Plantas míticas, de Ellen Zachos
Plantas míticas: pociones y venenos de los jardines de los dioses, publicado recientemente por la editorial Hestia, es una obra singular que mezcla botánica, historia y mitología con una mirada fresca y rigurosa. A través de dieciocho capítulos, Ellen Zachos nos introduce en el papel fundamental que las plantas desempeñaron en los mitos griegos y en la vida cotidiana de sus protagonistas.
Desde el laurel de Apolo hasta el cannabis de los rituales oraculares, Zachos combina conocimientos de horticultura, historia antigua y narrativa mítica para mostrar que la flora griega no era solo ornamental. Las plantas eran poderosas herramientas mágicas, médicas o espirituales. Algunas podían curar; otras inducían visiones o causaban la muerte. Con un estilo ameno y una investigación meticulosa, el libro recupera la figura de las plantas como intermediarias entre humanos y dioses.
La autora, con formación en Harvard y experiencia como comunicadora y horticultora, ofrece además detalles sobre cómo cultivar algunas de estas especies en casa, conectando la historia antigua con nuestras prácticas contemporáneas. Es un libro ideal tanto para amantes de la mitología como para jardineros curiosos o lectores que buscan una aproximación original al mundo clásico.
Si quieres saber más, no te pierdas en exclusiva el primer capítulo de este libro.
