Bajo la árida superficie de Tell el-Maschuta, en el noreste de Egipto, un hallazgo arqueológico ha revelado nuevos aspectos de la historia militar del antiguo Egipto. Una tumba de más de 3.000 años de antigüedad, construida en ladrillo de adobe y compuesta por una cámara funeraria central y tres salas adyacentes, ha sido identificada como el posible lugar de descanso de un comandante militar al servicio de Ramsés III, el último gran faraón guerrero de la dinastía XX. Pero este no es solo otro descubrimiento de la vasta necrópolis egipcia: los objetos hallados y la ubicación estratégica de la tumba abren nuevas preguntas sobre el papel de esta región en la defensa del país frente a las invasiones del Mediterráneo oriental.
De acuerdo a un comunicado realizado por el Ministerio de Turismo y Antigüedades de Egipto, los arqueólogos encontraron dentro del enterramiento una serie de objetos que sugieren con fuerza la importancia del individuo sepultado: un anillo de oro con el nombre de Ramsés III inscrito en un cartucho real, un conjunto de puntas de flecha de bronce, un pequeño cofre de marfil y una serie de vasijas decoradas con inscripciones, algunas de las cuales mencionan incluso a Horemheb, un faraón anterior y también militar de carrera. A pesar de la cautela que expresan algunos investigadores sobre la identidad exacta del difunto, la evidencia acumulada apunta a que se trató de una figura clave en el ejército egipcio durante un período de extrema tensión política y militar.
Una tumba en tierra de frontera
El lugar donde se ha encontrado esta tumba no es casual. Tell el-Maschuta, conocida en la Antigüedad como Tel Roud, fue una zona fortificada que protegía la frontera oriental de Egipto. Se trataba de un puesto avanzado frente a las incursiones que llegaban desde Asia y, más tarde, de un punto de contención durante los ataques de los llamados "Pueblos del Mar". Estas incursiones, aún envueltas en misterio, pusieron en jaque a varios imperios de la Edad del Bronce, y solo Egipto logró resistirlas, en parte gracias a comandantes como el que hoy vuelve a la luz a través del polvo y el tiempo.

Durante el reinado de Ramsés III, hacia el 1184-1153 a.C., Egipto enfrentó una de sus amenazas más existenciales. Tras el colapso de civilizaciones como la micénica o la hitita, los pueblos del mar avanzaron con violencia hacia el delta del Nilo. Ramsés III respondió con una doble estrategia: defensa terrestre en la frontera norte y emboscadas navales en el interior del delta.
No resulta descabellado pensar que este comandante ahora descubierto pudo haber desempeñado un rol esencial en la defensa de esa frontera terrestre, organizando las tropas en fortalezas como la de Tel Roud o dirigiendo maniobras en el desierto del Sinaí.
Lo más revelador del hallazgo no es solo la tumba en sí, sino su contenido. El anillo de oro, hallado junto a los restos del esqueleto, lleva el nombre de Ramsés III grabado en un cartucho. Esta joya no solo servía como signo de prestigio, sino también como marca directa de una conexión personal con la corte del faraón. Su presencia junto a las puntas de flecha y a lo que parece ser un bastón o cetro roto —símbolo de autoridad— refuerzan la hipótesis de que el enterrado fue un general o comandante de alto rango.

Además, se recuperaron vasijas con inscripciones que mencionan a Horemheb, faraón que reinó más de un siglo antes de Ramsés III y que había sido un militar de gran prestigio antes de convertirse en rey.
La inclusión de cerámica con su nombre podría indicar que se reutilizaron objetos de una tumba anterior, lo cual no era extraño en el Egipto antiguo, especialmente si se trataba de tumbas nobles en territorios de alto valor estratégico. Alternativamente, puede reflejar una voluntad simbólica de conectar al difunto con grandes líderes del pasado, legitimando así su estatus y su rol dentro del aparato militar del reino.
Otra pista clave sobre el uso continuado de esta tumba es la presencia de un esqueleto cubierto con una mezcla de lino y yeso —conocida como cartonnage— de una época posterior. Esto sugiere que la tumba fue reutilizada, como ocurrió con frecuencia durante el periodo grecorromano y la llamada Edad Tardía de Egipto, cuando los enterramientos monumentales eran escasos y muy codiciados.

El arte de defender un imperio
La historia de Ramsés III no puede entenderse sin sus campañas militares. La más célebre, la batalla del Delta en 1175 a.C., fue una de las primeras guerras anfibias registradas y un ejemplo de innovación táctica en la guerra antigua. Ramsés permitió que la flota enemiga entrara en las aguas del Nilo, donde las tropas egipcias, mejor adaptadas al entorno fluvial, las emboscaron con una combinación letal de arqueros y abordajes. Si el hombre enterrado en esta tumba participó en esta operación o en las defensas terrestres previas —como las del paso de Djahy, en la actual Líbano—, entonces no solo fue testigo de un momento clave de la historia egipcia, sino uno de sus protagonistas.
Por ello, el hallazgo en Tell el-Maschuta puede ofrecer nuevas perspectivas sobre cómo se estructuraba la cadena de mando, cómo se premiaba a los altos oficiales y cuál era el vínculo entre la élite militar y la figura del faraón. Además, revela el papel fundamental que jugaban los territorios periféricos del imperio, no solo como zonas de defensa, sino como espacios de memoria funeraria para quienes servían con distinción.

Un descubrimiento que plantea nuevas preguntas
Aunque los arqueólogos responsables de la excavación se inclinan por identificar al ocupante de la tumba como un comandante militar bajo Ramsés III, varios expertos han pedido cautela. Faltan inscripciones con títulos formales, y aún se desconoce si el esqueleto hallado corresponde al enterramiento original o a una reutilización posterior. No obstante, la acumulación de evidencias —desde el anillo real hasta las armas y objetos de prestigio— apunta con fuerza en esa dirección.
El descubrimiento no solo amplía el conocimiento sobre la dinastía XX, sino que también ofrece un retrato humano y tangible de aquellos que, más allá de los faraones y los templos colosales, defendieron Egipto cuando parecía estar al borde del colapso. En un mundo convulso, donde los imperios caían uno tras otro, fue gracias a figuras como este posible comandante anónimo que Egipto mantuvo su soberanía un tiempo más.