El 'faraón niño': cómo Tutankamón se convirtió en el último heredero de la Dinastía XVIII

Tutankamón es uno de los faraones más famosos del antiguo Egipto, pero también uno de los más enigmáticos. Su breve reinado, su temprana muerte y el hallazgo de su tumba intacta han generado numerosas leyendas y misterios.
El faraón niño: ¿quién era realmente Tutankamón?

El “faraón niño” fue el último descendiente por línea sanguínea de la poderosa Dinastía XVIII de reyes del Antiguo Egipto, los llamados tutmósidas, que gobernaron durante el período conocido como Reino Nuevo. Su coronación tuvo lugar en torno a 1334 a.C., cuando adoptó el nombre de reinado Nebkheperure. Dado que subió al trono cuando contaba con unos ochos años y vivió tan solo hasta los diecinueve, su reinado fue breve. Reconstruir su existencia sigue siendo un desafío para los historiadores, empezando desde su mismo nacimiento. Tutankhamon vino al mundo entre los años noveno y décimo segundo del reinado de Akhenaton. Su descendencia de una segunda esposa real, no de la famosa reina Nefertiti, con la que parece que Akhenaton solo tuvo hijas, explica por qué Tutankhamon no aparece representado junto al resto de la familia real en numerosas escenas en las que los monarcas sí se efigiaron junto a las princesas. 

De hecho, existen varias teorías sobre la identidad de los progenitores de nuestro faraón, aunque todas ellas defienden que era de sangre real. Durante décadas, la más plausible argumentaba que fue el hijo de Akhenaton y Kiya, quizás la princesa mitania Tadukhepa, quien se había convertido en una esposa menor del faraón y probablemente murió durante el parto. Por otro lado, un estudio forense que difundió sus resultados en 2010 encontró grandes coincidencias genéticas entre Tutankhamon y la momia de la conocida como “dama joven”, de la que se ha escrito que fue sepultada junto a Akhenaton, aunque no es definitivo. De este modo, también se ha recogido que Akhenaton y la todavía no identificada “dama joven” eran hermanos, ambos hijos de Amenhotep III y la reina Tiyi. Aunque ninguna de las dos hipótesis se considere todavía la única válida (todo está por demostrar), al menos ambas explican los altos niveles de consanguinidad que compartieron los progenitores de Tutankhamon y que están detrás de la frágil salud de nuestro joven monarca. 

El “faraón niño” fue el último descendiente por línea sanguínea de la poderosa Dinastía XVIII de reyes del Antiguo Egipto. Foto: Istock

Al nacer, fue llamado Tutankhatón, “imagen viva de Atón”, nombre con el que su padre honró al dios solar durante su reinado. Desde pequeño fueron detectables sus deformaciones físicas. Se dice que tenía labio leporino y el paladar hundido y que padecía síndrome de Köhler en el hueso escafoides del pie y una debilidad palpable en el resto de su estructura ósea, que le hizo sufrir durante toda su existencia. De hecho, parece que los bastones, como los que se encontraron en su tumba, fueron sus continuos compañeros.

Una infancia con mala salud

El niño se criaría en la guardería real, como sus seis hermanastras y su hermanastro mayor, heredero al trono, Semenkhkare. Algunos investigadores sostienen que Semenkhkare gobernó junto a su padre durante sus dos últimos años de mandato, mientras que otros defienden que sobrevivió a Akenhaton y reinó en solitario durante un bienio. Sea como fuere, puede confirmarse que, en un principio, Tutankhamon nunca esperaría reinar y en sus primeros años de vida recibió una formación cortesana para ser príncipe. Tras su paso por la guardería real, el joven Tutankhamon continuaría su formación en el Kap, escuela de la corte, con otros miembros de la familia real, la nobleza y los príncipes invitados de otros territorios bajo influencia egipcia, entre los que se encontraban los herederos de la oligarquía nubia. 

Podemos imaginar a nuestro príncipe aprendiendo a leer a la edad de cuatro años, reconociendo y pronunciando los numerosos jeroglíficos egipcios que componían un idioma formado a través de varios cientos de años. Dominada la gramática, también tuvo que asistir a lecciones de aritmética y aprendió la práctica retórica necesaria para el ejercicio político de una persona de su rango, e incluso a reconocer los caracteres asiáticos de las civilizaciones con las que Egipto mantenía relaciones comerciales y políticas. Además, aún niño, descubrió la escritura con su paleta sobre el caro y exclusivo papiro empleado en la documentación oficial, así como en ostraca, tablillas de piedra caliza o terracota más asequibles y utilizadas en la escritura convencional.

Una educación de élite

Esta preparación se completaba con ejercicios físicos, con momentos dedicados a la natación y a la lucha cuerpo a cuerpo. Como nos muestran los relieves y pinturas de escenas de caza, el alumno también se ejercitaba en el tiro con arco, una práctica muy apreciada por los reyes de la Dinastía XVIII. No sabemos si la frágil salud de Tutankhamon le permitió llevar a cabo íntegramente todas estas actividades, pero de algún modo debió participar en prácticas de este tipo. Algunas veces montaría a caballo sobre los ejemplares regalados a sus padres por los soberanos asiáticos, aunque esta era una costumbre inusual entre los egipcios, más habituados al uso del carro. 

Su tranquilo destino como miembro de la familia real, sin la responsabilidad política que suponía convertirse en líder de toda la sociedad egipcia, cambió con la muerte de su hermanastro. Fue entonces cuando Tutankhamon se convirtió en el heredero y soberano del país, colocando sobre su cabeza las coronas del Alto y el Bajo Egipto. A partir de ese momento, probablemente manipulado por los intereses cortesanos mediatizados por los sacerdotes de Amón –que vieron en el “faraón niño” una oportunidad para recuperar su poder–, estuvo llamado a protagonizar la primera reversión del período extraordinario amarniense hacia la vuelta al orden secular egipcio. 

Para favorecer su legitimidad al trono, el todavía Tutankhatón se había casado con su hermanastra Ankesenpaatón, hija de Akhenaton y Nefertiti, quien aportó al matrimonio su íntegra ascendencia real. Además, en el segundo año de su reinado, los reyes modificaron sus nombres de nacimiento. Así, Tutankhatón trocó el suyo por el de Tutankhamon, “imagen viva de Amón”, al igual que su esposa pasó a denominarse Ankhesenamón. Esto puede parecer meramente simbólico, pero, para los egipcios, el rey era la reencarnación del dios Horus, hijo de Isis y Osiris, por lo que cualquier cambio en su nomenclatura implicaba también una modificación de calado en las creencias de todo el país. Con esta estrategia, la administración de Tutankhamon estaba simplemente volviendo a primar el culto milenario egipcio para así sustentarse en la tradición. 

En su gobierno, Tutankhamon estuvo acompañado por el viejo servidor de la corte amarniense Ay, su sucesor en la corona. A su lado estuvo también el general Horemheb (es posible que sea el oficial mencionado en el reinado de Akhenaton llamado Remheb), quien reinó tras Ay, finiquitando así la Dinastía XVIII y dando paso a la XIX de los ramésidas. Horemheb había iniciado su carrera durante el nuevo reinado y fue el portavoz del rey en materia de política exterior, con destacadas acciones en Nubia y Palestina. Por su parte, Ay es nombrado en algunas inscripciones del reinado de Akhenaton como “el padre divino”, marido de la nodriza de Nefertiti, aunque algunas interpretaciones consideran que él mismo era el padre de la reina. Esto último explicaría su posición como comandante del caballo real, teniente general del carro del faraón y su escriba personal, así como detentador del privilegio de abanicarle. Con todos estos cargos, que le permitían la máxima cercanía a la persona real, en los primeros años del nuevo reinado gozó de gran influencia política, a través de la cual dirigió los cambios que restituyeron la primacía del culto a Amón y sacaron al faraón de Amarna.

Un reinado corto y menor

El espectacular descubrimiento de la tumba de Tutankhamon se ha convertido en un icono del mundo egipcio, pero su reinado fue ciertamente de escasa importancia respecto a otros grandes reyes de la Dinastía XVIII. Entre otras cuestiones, a pesar de los intentos de la administración de Tutankhamon por acabar con las prácticas corruptas del período anterior, su temprana muerte haría casi imposible culminar la tarea, por lo que la venalidad y arbitrariedad del funcionariado y sacerdocio egipcio no serían seriamente extirpadas hasta el gobierno del faraón Horemheb. Aun así, hay que reseñar logros importantes, como el fin del aislamiento que supuso la vuelta de la cancillería real a la intervención activa en política exterior, descuidada durante el reinado de Akhenaton cuando se perdió toda la influencia alcanzada en tiempos de Amenhotep III.

Consolidación de su reinado

Para romper con el período precedente, el “faraón niño” abandonó la efímera capitalidad de Amarna o Akhet-Atón, “el Horizonte del Disco Solar”, fundada por Akhenaton. Tras la muerte de este, el todavía Tutankhatón residió durante un tiempo en el barrio norte de Amarna, pero abandonó la capital de su padre por Menfis y el palacio de Malkata, convertido en residencia temporal durante sus estancias en Tebas. Además, para hacer más sólida la vuelta al Estado anterior, ordenó que le construyesen una sepultura cerca de la de su abuelo Amenhotep III (se vinculaba al linaje real). Frente al período de destrucción que supuso el cisma amarniense, el tiempo de Tutankhamon fue el de un intento de reconstrucción. Las intervenciones arquitectónicas llevadas a cabo en su nombre son más numerosas de lo que se había pensado hasta ahora, ya que, tras su breve reinado, sus sucesores usurparon muchas de sus iniciativas, desvirtuando su memoria. 

Como reinstauró el culto al resto de los dioses egipcios, privilegiando a Amón, las esculturas que ahora representaban a un faraón volvieron a aparecer en el Templo de Karnak, santuario tebano de Amón. Por ejemplo, Tutankhamon acompañado del dios y de su esposa, la diosa Mut. Incluso, conservamos otros ejemplos, como el de una estatua colosal de Amón tallada en Karnak con la cara de nuestro protagonista. Así, con él no solo finalizó el período monoteísta del reinado de Akhenaton, sino que también se hizo lo propio con los rasgos estilísticos del arte figurativo oficial. 

Si en el reinado de su padre se apostó por inéditas formas curvas y sensuales en la representación de las figuras humanas, con una gran cantidad de escenas familiares de la monarquía sorprendentemente íntimas, en las que los personajes presentan curiosas deformaciones físicas (alargamiento del cráneo o abultados abdómenes), en el reinado de Tutankhamon se vuelve a una representación del poder hierática y rígida. Se dan pocas concesiones al naturalismo y al retrato, y los faraones tornan a su apariencia de seres no pertenecientes a este mundo. Asimismo, la finalización de la Columnata Procesional de Amenhotep III en Luxor, con la inclusión de su efigie en la puerta del muro norte, también es una declaración explícita de la voluntad por superar el reinado de su padre y retomar la imagen dinástica de su abuelo a través de las artes plásticas.

El misterio de su final

De todos modos, aunque en la famosa Estela de restauración de los cultos se describe un estado miserable del país provocado por los errores de Akhenaton, es importante reseñar que Tutankhamon respetó la memoria de su padre, considerado solo posteriormente un enemigo del país. Podemos afirmarlo porque la momia de Akhenaton no fue ultrajada hasta unas décadas después de su muerte, con lo que se inició en ese momento la denigración oficial de su recuerdo. De hecho, en el Antiguo Egipto se notó esa pacífica transición política, porque ambos reinados se consideraron en su tiempo integrantes de la revolución amarniense, y también el de Ay, sucesor de Tutankhamon. Por tanto, cabe concluir que el cambio fue más gradual de lo que en un primer momento pudo suponerse.

 La sobrevenida muerte de Tutankhamon ha dado lugar a numerosas hipótesis sobre las causas de su deceso. Algunos investigadores han apostado por la vía del asesinato, ya que la momia presentaba un hueco en el cráneo interpretado como producto de un golpe con un objeto contundente. En los últimos años, también ha cobrado fuerza la hipótesis de un accidente de carro, que pudo ser provocado o no. Lo cierto es que la rapidez con la que se construyó su tumba indica que no fue una muerte esperada, sino quizás decidida por algún usurpador de poder. Además, reaprovecha otra anterior, con pinturas realizadas con excesiva premura y objetos no creados ex profeso para su sepultura. La pregunta que sigue en el aire es si fue el mismo Ay el encargado de provocar su muerte para poder acceder a la corona y al poder absoluto de Egipto, si se trató de un accidente de caza o si, por el contrario, Tutankhamon murió producto de sus innumerables achaques.

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