Cualquiera que disfrute de la legendaria saga de videojuegos de Pokémon o de las series y películas de la franquicia, sabe que estos ‘monstruos de bolsillo’ nacen con un aspecto pequeño e infantil y, llegados a cierto momento —en los videojuegos de Nintendo, a partir de cierto nivel— cambian y adquieren un aspecto más grande, de adulto y poderoso. La franquicia, a este proceso, lo denomina ‘evolución’; aunque en una analogía con los seres vivos del mundo real, el término no es correcto.
¿Evolución o desarrollo?
En castellano, el término «evolución» tiene muchas acepciones, la mayoría asociadas al concepto de «cambio»: desde el punto de vista sanitario hace referencia al proceso de avance de una enfermedad; desde una perspectiva más psicológica, se habla del cambio de conducta; para la tecnología, se refiere a los avances cualitativos sucesivos; en epistemología se emplea para el desarrollo o la transformación de teorías; etc. Pero la «evolución biológica», aquella que es definida a partir de la biología evolutiva, el concepto es muy específico e inequívoco.
La evolución biológica es el proceso por el cual las poblaciones, al estar sometidas a factores de variación y a presiones ambientales, cambian su acervo con el paso de las generaciones. La evolución biológica es, por lo tanto, algo que les sucede a las poblaciones, a las especies o a los grupos de seres vivos, pero no a los individuos. Un individuo concreto puede cambiar a lo largo de su vida, ya sea por su propio desarrollo o por aclimatación a eventos ambientales, pero esos cambios individuales no son evolución biológica.
En este sentido, lo que en Pokémon llaman «evolución» no es más que el desarrollo individual. En algunos casos, es simple crecimiento: que un vulpix pase a ser un ninetales o un taillow se transforme en un swellow es, en analogía, lo mismo que el paso a la adultez de un cachorro de zorro o un polluelo de golondrina. En otros casos, el cambio es más drástico, y se produce lo que en biología se llama metamorfosis: así, la secuencia de weedle, kakuna y beedrill representa las fases de larva, pupa y adulto de una avispa, y el tympole que termina transformado en un seismitoad no deja de ser un renacuajo que se transforma en sapo. De nuevo, sigue siendo un proceso de desarrollo de un individuo, en la transición de una forma infantil a una adulta, y no una verdadera evolución biológica.
Aún así, no significa que en Pokémon no se pueda observar la evolución tal y como la entienden los biólogos, esos cambios en el acervo de las poblaciones, que terminan formando nuevas especies, enredándose de generación en generación.

La adaptación al medio de las formas regionales
En el año 2016, con la llegada de la séptima generación de Pokémon, se daba a conocer una nueva región del mapa del universo ficticio, llamada Alola —que tiene su análogo en el archipiélago de Hawai—. En esta edición se lanzaron por primera vez las formas regionales, que estarían presentes en el resto de las ediciones siguientes.
Las formas regionales son, según el mismo videojuego, especies de Pokémon propias de una región que, por distintos motivos, se han adaptado a su entorno de un modo distinto a la población original. Por ejemplo, mientras que el vulpix de Kanto —el original— es de color rojo, el de Alola es blanco, una adaptación a entornos nevados similar a la que presenta el zorro ártico (Vulpes lagopus), si se compara con su pariente cercano, el zorro rojo (Vulpes vulpes).
Algunos casos son mucho más llamativos y muestran claramente la divergencia evolutiva a partir de un mismo grupo. El aspecto del wooper de Kanto —el original, basada en Japón— y el de Paldea —región ambientada en España— son muy similares; ambos recuerdan a un renacuajo con las branquias bien desarrolladas, aunque de color azul el primero, y marrón el segundo. Sin embargo, al desarrollarse, el regional de Kanto se transforma en quagsire, una versión azul de la salamandra gigante japonesa (Andrias japonicus), mientras su versión ibérica pasa a ser clodsire, una criatura muy distinta, capaz de expulsar sus costillas para emplearlas como sistema defensivo, exactamente como hace el gallipato (Pleurodeles waltl), anfibio nativo de España.
Este curioso efecto, en el que dos especies distintas aunque evolutivamente emparentadas tengan grandes semejanzas en su forma juvenil, pero al llegar a adulta presenten marcadas diferencias, ya fue observado por Ernst Haeckel en el siglo XIX, hoy es estudiado por la biología evolutiva del desarrollo, o evo-devo, y es el motivo por el que los embriones de los vertebrados se parecen tanto entre sí, en etapas muy tempranas de su desarrollo, aunque después, paulatinamente, se diferencien.

Los fósiles como ancestros evolutivos
Una de las primeras herramientas empleadas para el estudio de la evolución de los seres vivos fue el registro fósil. Los fósiles son testigos de tiempos remotos, que nos proporcionan información sobre las formas de vida del pasado y su ecología. A partir de la anatomía comparada, los fósiles nos permiten hacer inferencias sobre las relaciones evolutivas de distintos grupos.
En Pokémon, desde la primera generación y hasta la fecha, hay un total de 15 fósiles, de 15 criaturas distintas. Excluyendo los cuatro de la octava edición —ambientada en las islas Británicas, y en la que los fósiles tienen un funcionamiento un tanto extraño—, los otros once tienen claras referencias a animales prehistóricos reales.
En este sentido, la franquicia también puede darnos una idea de cómo funciona el proceso evolutivo, esta vez, desde una perspectiva filogenética. Algunas criaturas fósiles que presentan son análogas a criaturas extintas que no dejaron descendencia evolutiva, como el aterrador superpredador del Cámbrico Anomalocaris (anorith, en el juego) o dinosaurios como Chasmosaurus (shieldon/bastiodon).
Pero otros sí que invitan a pensar en un proceso evolutivo. Probablemente, el más interesante de todos es el llamado ‘fósil pluma’, del que se obtiene el Pokémon archen y su versión adulta, archeops.
Se trata, sin duda, de una versión Pokémon del ave prehistórica Archaeopteryx lithographica, una de las formas más ancestrales de aves que se puede encontrar en el registro fósil. Del mismo modo, y según algunas entradas de la Pokédex —la enciclopedia de criaturas del juego—, archeops está considerada una forma ancestral de todos los pokémon ave.

La convergencia evolutiva
Con la última edición de los videojuegos, Escarlata y Púrpura, ambientados en España, se presentó la novena generación, con 115 nuevas criaturas que pasaron a engrosar la ya descomunal lista de la Pokédex. De todas ellas, cuatro criaturas llamaron la atención y despertaron la curiosidad de los jugadores desde el principio: toedscool, toedscruel, wigglett y wugtrio. El motivo: guardan enormes semejanzas con cuatro Pokémon de la primera generación: tentacool, tentacruel, diglett y dugtrio.
Inicialmente, hubo quien pensó que podría tratarse de formas regionales, pero son seres completamente distintos.
El Pokémon de tipo tierra de primera generación diglett y su segunda fase, dugtrio, normalmente son asimilados como “topos”, aunque nunca se ha llegado a divulgar cuál es la forma de su cuerpo bajo tierra; mucho se ha llegado a especular sobre ello. En oposición, wiglett y wugtrio tienen un aspecto muy similar. Todos salen de un agujero, muestran solo su cabeza, su cara tiene rasgos casi idénticos y su versión adulta es una colonia de tres individuos juntos. Pero los Pokémon de la nueva edición son más alargados, cambian de color y viven en el agua. De hecho, diglett y dugtrio son topos, mientras wiglett y wugtrio son peces, semejantes a las anguilas jardineras (Heteroconger longissimus).
Algo parecido sucede con tentacool y su versión desarrollada, tentacruel, basados claramente en medusas, en oposición a toedscool y toedscruel, que son… ¡hongos! Estos Pokémon se basan en la oreja de Judas (Auricularia auricula-judae), una seta de aspecto gelatinoso y color marronáceo que crece con frecuencia en la madera muerta.

Estas semejanzas entre criaturas que, en principio, deberían ser tan distintas —en la ficción, un topo y una anguila, o una medusa y una seta— proporciona una lección más de biología evolutiva: la convergencia evolutiva. Este proceso sucede cuando dos linajes de seres vivos desarrollan estructuras o aspectos muy similares de forma independiente, a pesar de pertenecer a grupos muy distintos. El aspecto gelatinoso de una seta y de una medusa no tienen relación alguna, aunque se parezcan al tacto. Del mismo modo, en el mundo real, moscas, escarabajos y mariposas presentan el mismo aspecto que las avispas.
Aunque en esta novena edición del juego, esta convergencia evolutiva se hizo evidente, no es la primera vez que aparece. En la primera edición, el pokémon fósil kabutops, basado en una versión hiperdesarrollada de un invertebrado marino, tiene grandes similitudes con scyther, basado en una mantis religiosa, aunque, en principio, no tienen relación evolutiva uno con otro.
Un fenómeno parecido sucede con aerodactyl —un pterosaurio—, zubat —un murciélago— y cualquiera de las múltiples aves del videojuego, como articuno o corvisquire. Todos ellos pokemon alados, capaces de volar, pero pertenecen a grupos distintos. Una similitud que, de hecho, se extrapola también al mundo real. No es casual que los murciélagos estuvieran clasificados durante siglos dentro de las aves, o que mucha gente aún confunda a los delfines con peces.
Referencias:
- Hecht, M. K. et al. 1982. The paleobiology and phylogenetic position of Archaeopteryx. Geobios, 15, 141-149. DOI: 10.1016/S0016-6995(82)80108-3
- Shelomi, M. et al. 2012. A Phylogeny and Evolutionary History of the Pokémon. Annals of Improbable Research, 18(4), 15-16.
- Solomon, E. P. et al. 2013. Biología (9a). Cengage Learning Editores.
- Stayton, C. T. 2015. What does convergent evolution mean? The interpretation of convergence and its implications in the search for limits to evolution. Interface Focus, 5(6), 20150039. DOI: 10.1098/rsfs.2015.0039