En la costa sur de Inglaterra, concretamente en la Isla de Wight, un rincón conocido por sus ricos yacimientos fósiles, acaba de emerger un hallazgo que podría cambiar nuestra forma de ver a los dinosaurios... y también su vida amorosa. Una nueva especie de dinosaurio herbívoro, bautizada como Istiorachis macarthurae, ha salido a la luz gracias a la meticulosa revisión de unos huesos almacenados durante años en el museo Dinosaur Isle. Lo que parecía ser solo otro ejemplar más de los ya conocidos iguanodontianos locales, escondía en realidad un detalle llamativo: unas espinas neurales tan exageradamente alargadas que probablemente formaban una estructura parecida a una vela.
Este nuevo estudio, publicado en la revista científica Papers in Palaeontology y liderado por el investigador Jeremy Lockwood, no solo presenta una nueva especie, sino que reabre un debate fascinante que lleva décadas rondando en la paleontología: ¿por qué algunos dinosaurios desarrollaron estructuras tan espectaculares como crestas, cuernos... o velas?
Una vela en la espalda y un propósito oculto
Istiorachis macarthurae vivió durante el periodo Cretácico temprano, hace aproximadamente 125 millones de años, y sus restos fueron encontrados en el suroeste de la Isla de Wight. Lo que lo hace especial no es solo su antigüedad, sino la peculiaridad de su columna vertebral: varias de sus vértebras dorsales y caudales poseen espinas neurales que multiplican por más de cuatro la altura de sus cuerpos vertebrales, un rasgo que los científicos consideran una hiperelongación.
Estas espinas formaban, casi con toda certeza, una prominente estructura alargada a lo largo de su espalda, muy similar a una vela de barco. De hecho, su nombre —Istiorachis— proviene del griego “histion” (vela) y “rachis” (columna vertebral), y el epíteto macarthurae rinde homenaje a la navegante británica Dame Ellen MacArthur, que batió un récord mundial de navegación en solitario y nació en la misma isla que este dinosaurio de aspecto náutico.

Ahora bien, ¿para qué servía esta cresta? No parece que tuviera una función puramente práctica. Los científicos han propuesto desde hace tiempo varias hipótesis sobre este tipo de estructuras en dinosaurios y otros animales fósiles: termorregulación, almacenamiento de grasa, defensa o incluso flotación. Pero en este caso, y basándose en análisis filogenéticos y comparativos con otros iguanodontianos, la idea que gana más peso es la de una exhibición evolutiva para atraer parejas o intimidar rivales.
La evolución y su gusto por lo extravagante
Que un animal desarrolle un rasgo tan espectacularmente visible y poco funcional suele estar relacionado con la selección sexual. Esto ocurre cuando ciertas características se hacen más prominentes con el único objetivo de aumentar las probabilidades de reproducción. En la naturaleza actual lo vemos en las plumas del pavo real, los cuernos de ciertos antílopes o las crestas de algunas especies de lagartos. En todos los casos, estos elementos imponen un coste energético y hasta de supervivencia —hacerte más visible a los depredadores, por ejemplo—, pero a cambio ofrecen una ventaja en el éxito reproductivo.
Lo interesante es que en Istiorachis, este tipo de estructura aparece en un grupo de dinosaurios donde no era común. Los iguanodontianos eran, en su mayoría, animales robustos, bípedos o cuadrúpedos, sin demasiadas florituras. Sin embargo, durante el Cretácico temprano, algunos de ellos empezaron a experimentar con espinas neurales cada vez más altas. El estudio muestra que esta tendencia comenzó en el Jurásico tardío, pero la verdadera explosión de formas ocurrió en el Barremiense y el Aptiense —etapas geológicas en las que vivió Istiorachis.
Pero no todos los iguanodontianos desarrollaron velas. De hecho, solo unos pocos, como Ouranosaurus en África o Morelladon en España, exhiben estructuras similares, lo que sugiere que esta evolución no fue universal, sino posiblemente relacionada con entornos ecológicos particulares o presiones sociales específicas.
Un dinosaurio redescubierto en los estantes del museo
Lo que hace aún más fascinante el caso de Istiorachis macarthurae es que sus restos no son fruto de una expedición reciente. El esqueleto parcial se encontraba almacenado desde hacía años en el museo de la Isla de Wight, etiquetado de forma provisional como parte de una especie ya conocida. Solo la revisión paciente y detallada por parte de Lockwood —un doctor jubilado convertido en paleontólogo— permitió identificar diferencias morfológicas clave.
El descubrimiento no solo añade una nueva especie a la creciente lista de iguanodontianos británicos, sino que demuestra el valor de las colecciones de museo. Muchos fósiles están esperando ser reexaminados a la luz de nuevas tecnologías, metodologías o simplemente nuevas ideas. Istiorachis es prueba de que los descubrimientos paleontológicos no siempre ocurren en el campo, sino también en los archivos polvorientos y silenciosos de los museos.

Reescribiendo la historia evolutiva
Más allá de su vela dorsal, Istiorachis macarthurae contribuye a un entendimiento más amplio de cómo evolucionaron los ornitisquios —los dinosaurios de cadera de ave— en el Cretácico temprano. Su inclusión en un análisis filogenético más amplio sugiere que las espinas neurales largas no aparecieron de forma aislada, sino como parte de una tendencia evolutiva que podría haber estado impulsada tanto por cambios en la locomoción como por la necesidad de comunicación visual entre especies similares que convivían en los mismos territorios.
En un mundo donde los dinosaurios herbívoros compartían hábitats, competir por recursos o parejas implicaba desarrollar estrategias para diferenciarse. En este contexto, una vela alargada y llamativa podía marcar la diferencia entre dejar descendencia o pasar desapercibido.
Por ahora, no sabemos si Istiorachis era una especie con dimorfismo sexual marcado, ni si solo los machos poseían la vela. Pero en reptiles actuales como ciertos lagartos y camaleones, las crestas dorsales tienden a ser más pronunciadas en los machos, lo que fortalece la hipótesis de que estamos ante un rasgo sexual secundario.
El legado de un dinosaurio con nombre de navegante
En cierta forma, resulta poético que un dinosaurio con una “vela” haya sido nombrado en honor a una navegante famosa. Istiorachis macarthurae navega ahora por las aguas del conocimiento paleontológico, recordándonos que aún queda mucho por descubrir sobre cómo vivían —y quizá también cómo cortejaban— los gigantes del Mesozoico. Su historia, más que un simple añadido a la lista de especies extintas, es un recordatorio de cómo la evolución puede ser tanto funcional como estética, y de cómo los museos todavía tienen secretos por revelar.
El estudio ha sido publicado en Papers in Palaeontology.