El moderno Homo sapiens apareció en África hace casi 200.000 años y allí compartió con otros mamíferos algunos de los escenarios más espectaculares de la Tierra. Uno de ellos se encuentra a unos 180 kilómetros al norte de Arusha, el célebre cráter del Ngorongoro. En su interior es posible ver a los Big Five: elefante, león, leopardo, búfalo y rinoceronte.
Una de las mejores opciones para acceder al cráter es desde la ciudad de Karatu, atravesando para ello bosques tropicales donde habitan sociales babuinos. Tras pasar el centro de recepción el camino se torna empinado y el paisaje recuerda bastante la exuberancia de la selva centroafricana. Atrás ha quedado la falla del Rift –que significa simplemente “grieta”-, un descosido por el que África llegará a partirse en dos.

No hay jirafas
Pocos minutos después se accede a un mirador que corta la respiración. En la lejanía es posible adivinar una enorme extensión de agua (lago Magadi), una masa arbórea (bosque Lerai) y el cráter en toda su inmensidad.
Ngorongoro en lengua masai significa “cencerro”, un nombre que alude al sonido que producen estos instrumentos que cuelgan de sus animales. Desde el 2015 se ha prohibido a esta tribu tanzana pacer su ganado dentro del cráter.
Con apenas unos 20 kilómetros de diámetro y unos 260 kilómetros cuadrados, una extensión similar a la del municipio de Manacor, es uno de los paisajes más impactantes que podemos encontrar en nuestro planeta. Se formó hace unos 3-4 millones de años debido a una erupción volcánica que provocó la destrucción total del volcán. Sus paredes, de aspectos amurallado, se elevan de forma casi vertical hasta los 500 metros de altura.
En su interior viven ñus, cebras, gacelas de Grant, búfalos, facoceros, antílopes acuáticos, chacales, leones, pájaros secretarios, avestruces y muchos más animales. No es difícil encontrarse con el impresionante avestruz. Al viajero advertido no le será difícil distinguir los machos de las hembras, los primeros son de mayor tamaño y de coloración negra, mientas que ellas lucen tonalidades parduzcas.
También, aunque son difíciles de ver, habitan unos cincuenta ejemplares de rinocerontes negros, unos animales tímidos y solitarios. Eso sí, lo que no encontraremos serán jirafas, su ausencia se debe, al parecer, porque son incapaces de bajar por las empinadas laderas del cráter.
El descenso al cráter se realiza por uno de los tres caminos sinuosos y empedrados que cuenta el parque. El coche 4x4 baja de forma pausada, poniendo en práctica uno de los muchos proverbios suajili: Harak haraka, haina baraka (las prisas traen mala suerte). Al final se alcanza una imponente planicie en la que conviven en total armonía cebras, ñus, impalas y gacelas Thompson. Un espectáculo absoluto que nunca cansa y que se podría resumir en una sola palabra: silencio.
El lago Magadi –salado en el idioma de los masai- es el mejor lugar para contemplar bandadas de flamencos y la bella grulla coronada. Se trata de un ave majestuosa, dotada de grandes alas grisáceas en la que destaca una mancha de color blanco. Su cabeza está adornada por una “corona” dorada que le da nombre. Como curiosidad señalar que esta ave es el emblema de Uganda.
En el cráter hay diseminados pequeños manantiales que proporcionan el agua que los animales necesitan para subsistir, especialmente durante la época de sequía. En el bosque de Lerai hay abundantes acacias amarillas, también conocidas como el árbol de la fiebre debido a que los primeros colonos europeos advirtieron, erróneamente, que la malaria se daba en los mismos lugares en los que se encontraban estos árboles.
Si lo que queremos es contemplar hipopótamos el mejor lugar es el pequeño lago Ngoitotitok, presidido por una bella y majestuosa acacia.

Uno de los “cinco feos”
Sin duda alguna no tendría rival para optar al título del antílope africano más estrafalario. Su nombre proviene, al parecer, de un grito que emitieron los primeros viajeros que fueron de safari y lo contemplarlo. Si hubiera que definirlo en pocas palabras diríamos que es una mezcla desafortunada o bien entre un buey y un caballo, o bien entre un chivo y un saltamontes.
La leyenda cuenta que el ñu se hizo con piernas de repuesto, restos anatómicos de otros animales: las patas posteriores del antílope, los cuernos del búfalo, la melena de un caballo, la cola de un león y un rostro alargado. Al igual que la mayoría de los antílopes, estos animales no se pelean por las hembras, pero sí por una porción de parcela bien provista de hierba.
Otro de los “cinco feos” de la sabana africana es el facófero, el cerdo salvaje. Está desprovisto de pelo, con excepción de una larga cris, y entre sus características anatómicas destacan los dos pares de verrugas dibujados en su cara.
El único bóvido salvaje africano es el búfalo, el cual ostenta una cornamenta muy característica. Suelen acompañarse en sus desplazamientos de búfagos o picabueyes y de las gacillas bueyeras. Los primeros desparasitan a sus anfitriones mientras que las segundas no prestan ningún servicio simbiótico, simplemente devoran los insectos que los enormes herbívoros ponen a la fuga con su presencia. Algunas tribus africanas denominan al búfalo como nyati, que significa “la muerte negra”. Y es que es muy difícil sobrevivir ante la carga de un búfalo herido.
La cuna de la humanidad
No muy lejos de Ngorongoro se encuentra la Garganta de Olduvai, la cuna de la humanidad. Allí la antropóloga británica Mary Leaky encontró el cráneo de un homínido primitivo que vivió hace unos 1.8 millones de años. El topónimo hace alusión a una planta muy abundante en la zona cuya característica principal es retener agua en su interior, lo cual la hace muy atractiva para masai y elefantes cuando llega la estación seca.
Cuando el viajero abandona definitivamente el cráter de Ngorongoro tiene la sensación de haber estado, al menos durante unas horas, en el auténtico Jardín del Edén.