Así fueron los "locos años 20" en el París de entreguerras

Deslumbrantes, ingeniosos, insolentes, los años 20 son un momento mágico de la historia y del arte. La capital francesa se convirtió, durante esa década, en un torbellino de fiestas, en un auténtico laboratorio de vanguardias artísticas y en el centro de la revolución social que se gestaba en las animadas tertulias de los cafés. París era el ombligo del mundo
Así fueron los "locos años 20" en el París de entreguerras. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Había terminado la Primera Guerra Mundial y una juventud sacrificada pretendía saciar su apetito de esparcimiento tras los duros tiempos de la austeridad y la sangre. A la vez, se desató la imaginación de los artistas que escogieron para vivir la ciudad del Sena. Muchos norteamericanos acudieron hasta este foco cultural cegados por la vieja Europa liberal que lo aceptaba todo, lejos de las prohibiciones de su país; por ejemplo, la imposición de la Ley Seca. Además, los expatriados estadounidenses se aprovechaban del cambio de divisas, que les era muy favorable.

El epicentro de los locos años 20

Pocas ciudades han sido el centro de la creatividad mundial en una escala tan intensa como lo fue París en los años veinte. Para la posteridad quedaron las palabras del escritor Ernest Hemingway sobre la capital francesa: “Si tienes la suerte de haber vivido en París de joven, luego París te acompañará, vayas adonde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue”. Gracias a los cientos de novelas y películas dedicadas a este idílico período de la ciudad del Sena, ha quedado grabado en el inconsciente colectivo aquel París de intelectuales, escritores y artistas para los que las noches de juerga y diversión nunca terminaban: ¡París era una fiesta!

Las mujeres habían ocupado los trabajos de los hombres mientras estos habían estado en la guerra. El corsé dejó de llevarse: era un instrumento de esclavitud. Coco Chanel imponía una elegancia menos llamativa, más masculina. Se puso de moda el corte de pelo a lo garçon. Algunos llamaron a este período “los años locos”.

Bailarinas del Moulin Rouge posan en la Torre Eiffel
Tres bailarinas del famoso cabaré parisino Moulin Rouge posan en la Torre Eiffel, en septiembre de 1929. Foto: Getty.

En el ojo del huracán creativo

Para estar al día de lo que se cocía en los círculos intelectuales parisinos era ineludible acudir a dos centros de reunión, ambos bajo la batuta de dos mujeres estadounidenses: Gertrude Stein (1874-1946) y Sylvia Beach (1887-1962). Stein pertenecía a una rica familia judía y, junto a su hermano Leo, se dedicó a coleccionar arte. Fue una de las primeras promotoras de Picasso y a sus cuadros unió los de Matisse y Braque, entre otros. Junto a su compañera, Alice B. Toklas, abría las puertas del salón de su casa de la Rue de Fleurus cada sábado a Pablo Picasso, Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald, Sinclair Lewis, Ezra Pound y un largo etcétera.

Por otro lado, Sylvia Beach, que había llegado a Europa con la Cruz Roja americana durante la Primera Guerra Mundial, inauguró en 1919 la librería Shakespeare & Company con el propósito de acercar la literatura anglófona al público francés. Lo consiguió: acabó siendo un foco cultural frecuentado por escritores como André Gide, Paul Valéry, James Joyce, Jules Romains y Fitzgerald, entre otros. Vendía libros, pero la tienda también hacía las veces de biblioteca, porque los prestaba a quienes no podían pagarlos.

Su faceta como editora es recordada por elaborar en 1922 la primera edición del Ulises de James Joyce, que pagó de su propio bolsillo. La expatriada estadounidense cerró la librería en 1941, durante la ocupación nazi. Desde los años cincuenta, está reabierta y sigue asentada en el 37 de la Rue de la Bûcherie, cerca de la plaza de Saint Michel.

Sylvia Beach y Ernest Hemingway en París
Sylvia Beach y Ernest Hemingway (a la derecha) posan ante la fachada de Shakespeare & Company en 1928. Foto: Cordon/Alamy.

Podía ocurrir de todo...

El interludio eufórico que va desde 1919 hasta la caída de la Bolsa de Wall Street en 1929 encendió la capital gala con los primeros acordes de jazz y los bailes al ritmo del charlestón. La artista afroamericana Joséphine Baker reinaba cada noche desde que en 1925 puso los pies en Francia. La música negra empezaba a despertar y entusiasmó a los parisinos. Pero, si durante la noche París era un hervidero de espectáculos, la ciudad no dejaba de bullir a la luz del día en cafés como Maxim’s, La Rotonde, La Coupole o Le Dome.

En aquel París incombustible coincidieron los representantes de las vanguardias artísticas recién nacidas: Pablo Picasso, André Breton, Max Ernest, Man Ray, Marc Chagall, Tristan Tzara, etc. Se reunían en Monmartre y en Montparnasse, dos islotes de libertad que imponían su moral bohemia. Estaba de moda la excentricidad. Lo extravagante no daba miedo. La gente ligaba, se miraba, escribía, hablaba, con los camareros como testigos de todo ello. Toda una institución orgullosa de su profesión, que presumía de memoria de elefante, rapidez, sentido del equilibrio y nervios de acero ante una clientela siempre sedienta de nuevas experiencias.

Carrera de camareros subidos a los techos de taxis en París
Celebración de la carrera de camareros (Course de garçons de café) el 1 de enero de 1929 en París. Foto: Getty.

En la foto, del 1 de enero de 1929, celebración de la carrera de camareros (Course de garçons de café) subidos a los techos de taxis; el de la derecha fue el ganador. Hoy en día se sigue celebrando cada año en París y en otras ciudades europeas, como Berlín o Londres.

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