Al llegar a la entrada del Centro de Interpretación de la Cultura Argárica (CICA), uno se detiene. No solo por la arquitectura del edificio, sino por algo más íntimo, más emocional. Al cruzar la puerta, en ese umbral que separa el presente de nuestra historia más remota, me recibe una imagen que conmueve: un retrato de Siret, realizado a plumilla por mi propio padre, Ignacio Martín Cuadrado. Un dibujo que rinde homenaje al pionero de la arqueología en el sureste peninsular y que hoy da la bienvenida al visitante como un simbólico relevo generacional.
No es casualidad que esa obra ocupe un lugar destacado. Este centro no solo rinde homenaje a Siret, sino también a quienes contribuyeron a mantener vivo su legado. Entre ellos, Pedro Flores, su capataz, cuya pasión por la arqueología y el patrimonio dejó una huella profunda en este municipio. O mi bisabuelo, Juan Cuadrado Ruiz, otro de esos nombres discretos pero imprescindibles, cuyos hallazgos y labor divulgativa en torno al patrimonio almeriense fueron fundamentales. En cierto modo, el CICA es también su casa: una prolongación física y simbólica de aquel sueño colectivo por comprender quiénes fuimos.

Un espacio para mirar hacia atrás y comprender el ahora
Ubicado en el corazón de Antas (Almería), el CICA es mucho más que un centro de interpretación. Es un espacio vivo de más de 500 metros cuadrados, concebido como lugar de encuentro entre ciencia, memoria y emoción. Su promotor e impulsor, Pedro Luis Rodríguez García, tuvo la visión de construir no solo un edificio, sino una experiencia.
El recorrido comienza en la sala audiovisual “Gabriel Martínez Guerrero”, que incorpora gafas de realidad virtual para sumergirnos en paisajes prehistóricos. Es emocionante ver cómo la arqueología —tradicionalmente asociada a libros, piedras y polvo— se abre paso en el lenguaje de las nuevas tecnologías sin perder el rigor. La experiencia es inmersiva y, sobre todo, muy didáctica.
A continuación, la sala “Schubart” acoge exposiciones temporales que conectan la historia local con relatos globales, mientras que la sala “Siret”, espacio musealizado por excelencia, nos devuelve al origen. En ella encontramos piezas —del Paleolítico a la época emiral— cuidadosamente dispuestas para narrar una historia que entrelaza pasado y presente, acompañadas por paneles que no solo informan, sino que cuentan.

Detrás de cada vitrina, una historia
La museografía del CICA, realizada por Patrimonio Inteligente, no busca deslumbrar con efectos, sino emocionar con respeto. Los textos que acompañan las piezas han sido redactados por Borja Legarra Herrero, Antonio Luis Rodríguez Ridao, y, en lo referente al periodo paleolítico, por mí mismo. Éramos plenamente conscientes de la responsabilidad que implica poner palabras a estos objetos: no se trataba de simples etiquetas, sino de construir pequeños puentes que conectaran al visitante con nuestros orígenes más remotos.
También destaca la incorporación de una completa serie de réplicas arqueológicas de altísima calidad, realizadas por Juan Antonio Marín de Espinosa Sánchez de Silex. Arqueología y Difusión del Patrimonio. Sus piezas no solo reproducen con fidelidad técnica y estética los objetos originales, sino que permiten al visitante una experiencia más cercana del pasado. Gracias a su trabajo minucioso, materiales que en otros contextos quedarían alejados tras el cristal cobran aquí una dimensión pedagógica y emocional extraordinaria.
Las ilustraciones que decoran las salas tienen también su propia historia. José Ramón París Piñero las ha creado imitando el trazo de Siret, con una elegancia que no pretende sustituir lo antiguo, sino dialogar con él. Cada línea está pensada, cada detalle tiene intención.

Un mirador al tiempo
Pero si hay un rincón del CICA que me conmueve especialmente, ese es el mirador “Pedro Flores”. Desde allí, la vista se pierde entre el yacimiento de El Argar —cuna de una de las culturas más importantes de la Edad del Bronce— y otros enclaves como La Gerundia, La Pernera o El Gárcel. Es un balcón al tiempo, donde uno puede imaginar a aquellos grupos humanos desarrollando estrategias, rituales y formas de vida que aún hoy tratamos de descifrar.
El “río arqueológico” de Antas, visible desde el mirador, funciona como una metáfora del propio centro: fluye, conecta, arrastra sedimentos de memoria. Porque eso es lo que hace la arqueología cuando se practica con respeto y visión: rescatar lo enterrado no solo en la tierra, sino en nuestra forma de vernos como especie.
Una construcción colectiva
El CICA es también fruto de una colaboración institucional que merece ser reconocida. El Ayuntamiento de Antas, el Grupo de Desarrollo Rural del Levante Almeriense y del Almanzora, la Junta de Andalucía y Redeia —que ha contribuido a la adquisición de piezas— han hecho posible esta realidad. Es importante subrayarlo: la cultura no se construye sola. Requiere voluntad política, implicación ciudadana y una visión a largo plazo. Así lo entendieron desde el principio el presidente del CICA, Pedro Ridao Zamora, actual alcalde de Antas, y su director, Antonio Luis Rodríguez Ridao. Ambos comparten la firme convicción de que el patrimonio no solo es motor de identidad, sino también una herramienta de futuro.

Lo personal es también arqueológico
El CICA es, para mí, regresar a casa. Cada vez que cruce su puerta, sentiré la presencia de quienes me precedieron. Mi padre, con su dibujo; mi bisabuelo, con sus importantes aportaciones; y Siret, con esa obsesión por entender lo humano a través de lo material.
Quizá eso sea lo que más me emociona del CICA: que es un lugar donde lo profesional y lo íntimo se tocan. Donde la arqueología no es solo disciplina, sino también herencia. En este espacio, la arqueología cobra vida —como bien dice el título— y lo hace tendiendo puentes entre generaciones, rescatando voces del pasado y proyectándolas hacia el futuro. Porque aquí, en Antas, el conocimiento no se encierra en vitrinas: respira, emociona y nos recuerda quiénes fuimos para comprender mejor quiénes somos.