“Ha venido a la tienda una mujer a comprar Peta Zetas. Me ha contado que se los lleva a su madre, que sufre de alzhéimer, y cuando se los pone en la boca ríe como una niña. Que se los compra siempre que puede para verla reír mientras ella, a escondidas, llora. Y he llorado yo”. Esta emocionante historia la contaba en Twitter hace unos meses Ze Pequeño (@Pequenho_Ze), que regenta una tienda de golosinas y caramelos de Barcelona. “Yo a mi padre le compro Conguitos, es lo que comían mi madre y él cuando de novios iban al cine”, confesaba otro tuitero en los comentarios. Puede que ellos lo ignoren, pero poniendo en manos de sus padres seniles esas bolsas de Conguitos y Peta Zetas están aplicando lo que los médicos llaman terapia de reminiscencia. Que no es más que mejorar los procesos cognitivos de los afectados por el alzhéimer a través de la evocación de momentos de su infancia y su juventud por medio de cualquiera de sus cinco sentidos.
Porque otra cosa no, pero la memoria de tiempos pasados permanece viva durante mucho tiempo en estos pacientes. Resulta que las primeras alteraciones neuropatológicas del alzhéimer afectan al hipocampo, una estructura fundamental para la formación de nuevos recuerdos. Sin embargo, los consolidados mucho tiempo atrás se ubican en otras áreas cerebrales, y al menos en las primeras fases de la dolencia neurodegenerativa se salvan de la quema.
Por eso, los enfermos olvidan los nombres de sus hijos, pero no los de sus padres. Por eso desconocen dónde viven, pero recuerdan la dirección de la casa donde pasaron su niñez. Por eso olvidan qué cenaron ayer, pero no el aroma de aquel delicioso puchero que preparaba su madre hace más de medio siglo.

Terapia de reminiscencia: el valor de evocar
En las terapias de reminiscencia todo vale. Olores, sabores, fotografías antiguas y películas del año de la polca. Cualquier cosa que permita a los pacientes hablar de sus recuerdos pasados y sentirse menos extraños en un mundo en el que, admitámoslo, el 99 % de nuestras conversaciones se centran en cosas que hemos hecho o vivido hace apenas unos instantes.
Desde la prestigiosa Clínica Mayo de Estados Unidos recomiendan a los familiares de estos enfermos crear una caja de recuerdos con viejos recortes de periódico, fotos de familia, postales añejas y juguetes, como antiguos trompos o canicas, que puedan revisar a diario para ayudarlos a reavivar sus recuerdos. Que tengan un baúl de la memoria tangible que los ayude a rememorar sus batallitas.
Aunque hay que reconocer que sí existe algo con un poder evocador imparable son las canciones que forman la banda sonora de nuestra vida. “Cada vez que interiorizamos la música se activan muchas zonas de nuestro cerebro de forma simultánea, y posiblemente por eso las canciones ayudan a recordar bastante mejor que los olores o las fotografías”, explica el psicólogo y músico Pepe Olmedo.
Música para despertar al cerebro
Sobre todo si esas composiciones las escuchamos entre los quince y los treinta, los años de nuestras primeras veces en casi todo, de las emociones fuertes. Así lo ha constatado con sus propios ojos este hombre de origen granadino, que desde hace varios años se halla al frente de la Asociación Música para Despertar.
La idea de aprovechar el poder terapéutico de la música fraguó en él desde su más tierna infancia, mientras acompañaba a su madre a los centros de mayores que ella dirigía, repletos de abuelos que en muchos casos malvivían por el deterioro de su memoria. La música era ya a los ocho años una pasión para Pepe. Y fue en las residencias de ancianos cuando comprobó que algunos de aquellos mayores a los que apenas entendía, incapaces de responder a preguntas sencillas de forma coherente, tarareaban canciones de sus años mozos cuando él las tocaba en el piano. La mayoría de sus recuerdos se los había llevado el viento del alzhéimer. Pero su memoria musical había resistido el vendaval. Seguía allí, imperturbable.
Años después, concluidos sus estudios de Psicología Clínica, dedicó todo su empeño a testar los efectos de la música sobre el cerebro enfermo. Lo que encontró fue asombroso. “El 89 % de las personas con demencia sufren cuadros de agitación, que se manifiesta en algunos enfermos en forma de deambulación errática –caminan todo el día sin saber a dónde van–, mientras que otros se vuelven sumamente agresivos”.
Lo increíble es que, cuando la música suena, todos estos síntomas se atenúan sin necesidad de recurrir a fármacos tranquilizantes. Y sin efectos secundarios indeseados.

La ciencia lo comprueba
“Echando mano de canciones con un significado vital para cada paciente concreto conseguimos que quienes antes no paraban de moverse se sienten, se relajen e incluso sean capaces de socializar”, cuenta Olmedo. Por eso, desde que puso en marcha su asociación se ha dedicado a enseñar esta herramienta a centenares de profesionales que trabajan con mayores, y también a los familiares que los cuidan en casa.
No es solo una apuesta personal. Cada vez hay más estudios científicos sólidos que confirman lo que Olmedo y sus compañeros de Música para Despertar experimentan día a día con los pacientes. Uno de los más recientes, una investigación de principios de 2019 publicada en The Journal of Prevention of Alzheimer’s Disease. Explorando con resonancia magnética el cerebro de diecisiete pacientes, investigadores de la Universidad de Utah (EE. UU.) descubrieron por qué los enfermos conservan hasta el final la memoria musical, identifican las canciones que les son familiares e incluso reviven las razones por las cuáles algunas les erizan la piel y los conmueven.
Parece que se debe a que la música que escuchamos se almacena en un circuito neuronal, la red de relevancia, que constituye una especie de isla de los recuerdos que se mantiene a salvo de las garras del alzhéimer hasta el final. Cuando alguna pieza de la banda sonora de nuestra vida suena, las neuronas de esta red se activan.
Y como si fueran fichas de dominó que caen en cadena, también entran en ebullición la red visual, la red ejecutiva y las redes corticales. Por unos instantes, el cerebro se espabila y toda su conectividad mejora. En otras palabras, las canciones actúan como un ancla que devuelve temporalmente al paciente a la realidad y contrarresta su deterioro cognitivo.
Canciones que sanan más que los fármacos
Si aterrizamos de nuevo en los centros de mayores que Olmedo ha recorrido en los últimos años, es fácil observar una relación directa entre sus vivencias y estos descubrimientos neurocientíficos. “Es muy habitual encontrarnos con enfermos que se niegan a levantarse para ir al baño. Pero basta ponerles música (no cualquiera, sus canciones, las que sonaban en momentos importantes de su vida) para que se pongan en pie al instante —explica Olmedo esbozando una sonrisa—. A veces incluso van bailando hasta el baño con los profesionales que los atienden”. Insiste en que lograr algo así no es algo baladí, porque “si no conservan una autonomía mínima, su deterioro físico y mental se acelera”.
Los gerontólogos confían cada vez más en plantar cara al alzhéimer con este tipo de terapias, y cada vez menos en recurrir a los fármacos. Tiene una explicación neurológica. Estudiando los cerebros post mortem de ancianos con demencia se ha observado que, en la mitad de los casos, no hay signos suficientes de deterioro cerebral que justifiquen el deterioro cognitivo que sufrían.
Simultáneamente, otras autopsias muestran que hay personas con cerebros afectados por el alzhéimer que, sin embargo, viven hasta sus últimos días sin síntomas de demencia.
¿Cómo es posible? Sencillamente porque el cerebro puede conservar la memoria y las funciones cognitivas pese a sufrir algunos daños físicos, siempre y cuando se mantenga una reserva cognitiva, una despensa de recursos encefálicos que se alimenta del contacto social, de mantener la actividad mental (sudokus, crucigramas...) y de recibir estímulos musicales. Pero no de tomar pastillas.

Cuando Sinatra ayuda a ducharse
Cuando le preguntamos a Olmedo por su experiencia más impactante, titubea un momento antes de decantarse por una: un caso de alzhéimer precoz que siguió muy de cerca durante un lustro.
“La mujer tenía solo setenta y dos años cuando la enfermedad se cebó en ella, y era durísimo, porque físicamente se sentía muy bien, pero a nivel cognitivo estaba destrozada —rememora el psicólogo clínico. Y añade—: Se pasaba el día andando, cogía cosas y no las soltaba, se enfadaba y se agobiaba cada cinco minutos, apenas aguantaba sentada para comer y se ponía muy nerviosa en la ducha. Tuvimos la gran suerte de que su hija era pianista profesional, y nos ayudó a rescatar las canciones más importantes de la vida de su madre”.
Cuenta Olmedo cómo le conmovió presenciar el cambio que experimentaba aquella paciente cada vez que escuchaba a Frank Sinatra cantar su famosa Strangers in the Night. “Pasaba de refunfuñar e insultarnos a echarnos piropos y reírse; incluso conseguimos asociar el momento de la ducha a la música de Sinatra y convertir lo que antes era un auténtico drama familiar en el mejor momento del día para aquella mujer —rememora—. También sacaba lo mejor de sí misma con My Way, pero ¿quién no se emociona escuchando a la Voz [como apodaban a Sinatra] cantarla?”.
Así concluye mi entrevista con Olmedo. Nada más colgar el teléfono, abro iTunes en mi ordenador, pongo My Way a todo volumen y noto cómo se me pone la piel de gallina. En la banda sonora de mi propia vida, la canción quedará asociada para siempre a estas esperanzadoras historias sobre el alzhéimer.