No todos los días un asteroide se asoma a la Tierra después de más de tres siglos. Y menos aún uno que mide lo que dos campos de fútbol y cuya forma recuerda a un cacahuete flotante. Pero eso es exactamente lo que ocurrió el pasado 20 de agosto de 2025, cuando el asteroide 1997 QK1 realizó su mayor aproximación a nuestro planeta en más de 350 años.
Solo un día después, la NASA aprovechó la oportunidad para estudiar este objeto con su radar planetario en California, obteniendo una serie de imágenes que han revelado un hallazgo tan inesperado como intrigante: el asteroide no solo es enorme y alargado, sino que tiene dos lóbulos unidos, como si fueran dos masas de escombros espaciales que se abrazaran en el vacío.
La forma de un 'cacahuete cósmico'
Las imágenes, tomadas el 21 de agosto desde el Radar del Sistema Solar Goldstone (parte de la Red de Espacio Profundo de la NASA), han permitido ver a 1997 QK1 con una resolución de hasta 7,5 metros por píxel. Gracias a estos datos, los científicos han confirmado que se trata de un "binario de contacto": un asteroide compuesto por dos lóbulos que han terminado por tocarse y formar una sola entidad. Uno de estos lóbulos es el doble de grande que el otro y ambos presentan concavidades que alcanzan decenas de metros de profundidad.
Aunque parezca exótico, este tipo de estructura no es tan raro como podría pensarse. La propia NASA señala que al menos un 15 % de los asteroides cercanos a la Tierra con un tamaño similar o mayor (unos 200 metros) tienen este tipo de forma binaria. Son restos del pasado del sistema solar, residuos que no llegaron a formar planetas y que, tras miles de millones de años de colisiones y agregaciones suaves, terminan adquiriendo estas configuraciones extrañas.

Un visitante infrecuente… pero vigilado
El sobrevuelo de 1997 QK1 se produjo a una distancia de unos 3 millones de kilómetros —unas ocho veces la distancia entre la Tierra y la Luna—. Puede parecer mucho, pero en términos astronómicos, es un suspiro. Más aún si se considera que no se había acercado tanto a nuestro planeta desde hace más de tres siglos.
Antes de este encuentro, apenas se sabía nada sobre este asteroide descubierto a finales del siglo XX. Pero ahora, gracias a las nuevas observaciones, se ha podido determinar que mide aproximadamente 200 metros de largo y que rota sobre sí mismo cada 4,8 horas. No es un objeto cualquiera: forma parte del grupo de los asteroides clasificados como "potencialmente peligrosos", aunque —según la propia NASA— no representa una amenaza para la Tierra "en el futuro previsible".
Aun así, este tipo de cuerpos celestes están en el punto de mira de las agencias espaciales. La experiencia del meteorito que explotó sobre Chelyabinsk, en Rusia, en 2013 —con un tamaño de apenas 20 metros— sigue siendo un recordatorio de que incluso objetos pequeños pueden causar daños si impactan sobre zonas pobladas.
Por qué es importante estudiar estas “rocas espaciales”
A simple vista, 1997 QK1 no parece más que una roca que flota en el espacio. Pero estas rocas son piezas clave del puzle cósmico. Como explica la NASA, millones de asteroides orbitan alrededor del Sol, la mayoría en el cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter. Sin embargo, algunos de ellos, debido a perturbaciones gravitacionales, acaban cruzando órbitas cercanas a la de nuestro planeta.
Estudiar su tamaño, forma, composición y trayectoria es esencial para mejorar nuestras capacidades de defensa planetaria. Por ejemplo, saber si un asteroide es un cuerpo compacto o una masa de escombros sueltos cambia radicalmente la estrategia para desviarlo en caso de que alguna vez se identificara uno en rumbo de colisión con la Tierra.
La reciente misión DART de la NASA, que impactó intencionalmente contra un asteroide para modificar su órbita, fue un ejemplo exitoso de cómo podríamos prepararnos ante una eventual amenaza. Pero para que estas técnicas funcionen, necesitamos datos precisos como los que ahora ofrece el estudio de 1997 QK1.

Una mirada al futuro
Lo más interesante es que este no será el último encuentro con 1997 QK1. Según ha señalado la NASA, el asteroide volverá a pasar relativamente cerca de la Tierra en el año 2039, acercándose aún más que esta vez: hasta unos 2,4 millones de kilómetros. Eso permitirá a los científicos seguir estudiándolo y quizás incluso planificar una misión más ambiciosa para analizarlo de cerca.
Además, cada hallazgo como este aporta nuevas piezas al gigantesco rompecabezas del sistema solar. Saber cómo se forman y evolucionan estos cuerpos —y qué secretos esconden en sus superficies— puede decirnos mucho sobre los orígenes del propio planeta en el que vivimos.
Y, por supuesto, también alimenta nuestra imaginación. Porque, al final, ¿quién puede resistirse a la idea de un cacahuete flotando a millones de kilómetros, girando lentamente sobre sí mismo mientras recorre el espacio?