Toxicología: la ciencia contra los venenos

A lo largo de la historia, la ciencia ha desempeñado un papel crucial en la identificación y combate contra los envenenadores, en una lucha contra aquellos que han utilizado el veneno como arma.
Toxicología: la ciencia contra los venenos

Una de las formas más antiguas de asesinar ha sido utilizando venenos. Por tratarse de un tema tan poco "publicitable", no es de extrañar que casi todo el conocimiento sobre venenos acumulado durante siglos de intrigas palaciegas se haya perdido en las brumas de la historia. Sin embargo, sí podemos marcar la fecha de comienzo de su estudio científico: cuando el farmacéutico alemán Friedrich Wilhelm Adam Sertürner consiguió aislar la morfina del opio en 1804. Pero no fue hasta 1818, cuando se publicó el Traité des Poisons del menorquín naturalizado francés Mateu Orfila, el momento en que nació la toxicología moderna.

Los venenos fueron muy utilizados durante el Renacimiento. Foto: Istock

Arsénico por compasión

El problema fundamental con el que se enfrentaba (y todavía se enfrenta) la justicia era que para saber si alguien había sido envenenado había que encontrar algún rastro de esa sustancia en la víctima. Habida cuenta que el veneno más común por entonces era el arsénico, en 1836 el químico escocés James Marsh completó una técnica capaz de detectar la presencia de arsénico en el organismo de 1/15 parte de miligramo. Conocido como el test de Marsh, fue utilizado en un juicio en 1839, durante el famoso caso contra Marie-Fortunée Lafarge.

Casada con Charles Lafarge, su marido cayó enfermo y a pesar de los exquisitos cuidados de su esposa, fue enfermando hasta morir. Gracias a la declaración de un sirviente, que vio cómo Marie echaba unos polvos blancos en la bebida de su esposo, pudo ser acusada de asesinato. Un registro de la casa acabó encontrando arsénico, pero Marie dijo que era para las ratas. Pero fue Orfila, que había sido llamado como experto de la defensa, el que demostró que también había arsénico en el cuerpo de Charles Lafarge: los exquisitos cuidados de su esposa no lo habían sido tanto. Encontrada culpable, Marie Lafarge se convirtió en la primera persona condenada gracias a la ciencia toxicológica.

El arsénico es uno de los venenos más utilizados. Foto: Istock

Acónito en el pastel

Otro de las sustancias que se estudiaron con bastante profundidad en aquellos tiempos fue un viejo conocido, el acónito, ya usado en las guerras de la antigua Europa y Asia para emponzoñar las reservas de agua enemigas. Durante la Edad Media se le asoció a la brujería y los curanderos lo usaban en el tratamiento del dolor de manera tópica. Ahora bien, había un riesgo. Si se excedía en la dosis podía producirse una parada cardiaca y esto es lo que lo convertía en algo muy peligroso.

En diciembre de 1881 el médico norteamericano afincado en Inglaterra George Henry Lamson, con ayuda de su hermana, envenenó con esta sustancia un pastel de frutas destinado a su cuñado Percy John, hemipléjico, para así cobrar una herencia. Lo curioso es que Percy sintió un fuerte dolor de cabeza antes de darle un mordisco al pastel. No debía fiarse mucho de su cuñado porque rechazó las pastillas que éste le ofrecía y que eran en realidad un placebo: estaban rellenas de azúcar. Y entonces cometió el error que le llevaría a la tumba: decidió comer un trozo del pastel. Lamson, que ya se veía con los bolsillos llenos de dinero, también cometió otro que en este caso le llevaría a la horca: creía que el acónito era indetectable por cualquier análisis pues así lo había dicho un profesor de medicina en sus tiempos de estudiante. El pobre Lamson no imaginaba que, como dice la famosa zarzuela, "las ciencias adelantan que es una barbaridad" y para cuando envenenó a su cuñado la toxicología había avanzado lo suficiente para descubrirlo.

El cianuro ha sido protagonista de muchas películas de Hollywood. Foto: Istock

El problema de encontrar al culpable

Con la llegada del siglo XX, el desarrollo de los venenos sintéticos puso en un brete a los toxicólogos, que tenían más o menos bien controladas las pruebas de detección de los clásicos arsénico, estricnina y cianuro. Claro que aún con ellas las cosas no estaban del todo claras, porque aunque pudieran encontrar trazas de veneno lo difícil siempre sería saber quién lo había administrado. Un ejemplo de esto último fue el extraordinario caso de Marie Besnard de mediados del siglo XX: acusada de envenenar a 13 familiares -tanto de la propia como de la de su esposo- para quedarse con su fortuna, fue encausada en tres ocasiones pero no se la pudo encontrar culpable. Besnard murió en 1980 a los 86 años de edad. Si fue ella, se llevó su secreto a la tumba.

Un nuevo reto

En la actualidad la variedad de sustancias a disposición de los envenenadores es enorme: en el mundo natural pueden sacarlas de las plantas, como se hacia antiguamente, pero también de moluscos como el Conus Geographus. En 1935 en la isla Hayman, junto a las costas australianas, un joven que jugaba a introducir un cuchillo en uno de estos moluscos recibió una picadura en la palma de la mano. Ese diminuto pinchazo inmediatamente le provocó entumecimiento, labios agarrotados y visión borrosa; en 30 minutos sus piernas quedaron paralizadas, y pasada una hora perdió la conciencia, lo que le llevó a un coma fatal. Por la rapidez y fatalidad de este veneno, Michael Crichton lo usó para matar los dinosaurios de su Parque Jurásico.

Y en el estante de las farmacias hay una gran cantidad de sustancias capaces de mandarnos al otro barrio. Ejemplo de ello lo tenemos en España: Francisca Ballesteros, "la envenenadora de Melilla", asesinó entre 1990 y 2004 a sus hijos y esposo con sedantes comerciales, y Joan Vila Dilmé, el enfermero del geriátrico La Caritat de Olot (Gerona) confesó haber asesinado a 11 ancianos ya fuera pinchándoles una sobredosis de insulina o dándoles un cóctel de medicamentos, probablemente barbitúricos, entre agosto de 2009 y octubre de 2010. Estos últimos han sido el método preferido de los suicidas para acabar con su vida hasta mediados del siglo XX: en Estados Unidos, el número de suicidios con barbitúricos se multiplicó por 12 en menos de 20 años.

Eliminar rivales políticos

El uso de venenos para acabar con rivales políticos tampoco no se ha detenido en este siglo XX. En 1978 el disidente búlgaro Georgi Ivanov Markov murió envenenado cuando le inyectaron una microesfera en su pierna que contenía la semilla del Ricinus comunis o ricino, que posee una albúmina, la ricina, que produce un fuerte cuadro de gastroenteritis con deshidratación que puede dañar gravemente al hígado y al riñón y causar la muerte. Curiosamente, el famoso aceite de ricino también se extrae de esta semillas, convenientemente prensadas y calentadas para destruir la ricina.

En septiembre de 2004 el político Viktor Yúschenko, presidente de Ucrania entre 2005 y 2010, fue envenenado con 2,3,7,8-tetraclorodibenzodioxina (una dioxina presente en el famoso Agente Naranja de la guerra de Vietnam) administrada, seguramente, por agentes prorrusos que se oponían a su victoria electoral. Tan poco se fiaba de los propios hospitales de su país que marchó a Austria para que le examinaran. Aunque no murió, el envenenamiento ha aumentado la probabilidad de que sufra un ataque al corazón, cáncer o diabetes. El expresidente ucraniano ha pasado a ser la persona que ha tenido la segunda concentración más alta de dioxina hallada en una persona viva, y el seguimiento de su envenenamiento que realizaron en el hospital de la Universidad de Ginebra ha servido para conocer la toxicocinética de esta sustancia.

La Agente Naranja de la guerra de Vietnam contenía una poderosa toxina. Foto: Wikimedia Commons

Cleopatra

Como bien sabemos los venenos no solo se utilizan para asesinar, sino también para suicidarse. La famosa Cleopatra experimentó con sus esclavos y prisioneros para encontrar el veneno perfecto para suicidarse (privilegios de ser la reina de Egipto): probó con el beleño negro -con alto contenido de hiosciamina- y la belladona, pero los desestimó porque a pesar de su rapidez producían bastantes dolores y, claro, una cosa era suicidarse y otra sufrir mientras te mueres. 

La estricnina la eliminó de inmediato tanto por las convulsiones como por la mueca horrible que suele provocar en la cara del envenenado, con lo que es imposible hacer un bonito cadáver. Y aunque se cuenta que se decidió por el mordisco de la cobra egipcia, es posible que esta historia no sea totalmente cierto, pues no se trata de una muerte poco dolorosa. En 2010, el historiador alemán Christoph Schaefer planteó la hipótesis de que en realidad debió beber una mezcla de conium, acónito y opio.

La muerte de Cleopatra por la mordedura de un áspid puede ser una leyenda. Foto: Istock

En busca del veneno perfecto

Quizá se inspiró en Cleopatra el bioquímico soviético Grigori Moissevitch Mairanovski. Conocido como "el doctor veneno", trabajó durante el régimen de Stalin realizando experimentos en presos políticos y prisioneros alemanes y japoneses cautivos desde el final de la II Guerra Mundial. ¿Su objetivo? Encontrar un veneno incoloro que matara al instante y no apareciera en ninguna prueba toxicológica realizada en la sangre del cadáver. Probó con derivados del gas mostaza, digoxina, talio, ricina, colchicina... y distintas formas de administración: por la piel, en los alimentos, inyecciones, en el agua de beber... Cruel como pocos, si los "voluntarios" seguían vivos a los 15 días de administrarles el veneno, los mandaba ejecutar. Caído en desgracia en 1951, fue detenido y acusado de ser espía de los japoneses, nacionalista judío y robo e venenos, entre otros cargos. Fue liberado en 1961 y se le prohibió instalarse en cualquier ciudad soviética de importancia. Murió tres años más tarde en circunstancias misteriosas, lo que ha hecho pensar que fue eliminado por orden de Khrushchev en su empeño por borrar todo rastro de estalinismo en la antigua URSS.

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