Entre risas y suspiros el sorteo navideño despliega su magia. Las bolitas numeradas, danzando en un bombo, son portadoras de sueños y cada número que anuncian los niños de San Ildefonso alimenta nuestras ilusiones.
Cada 22 de diciembre la atmósfera de nuestros hogares se impregna de una emoción indescriptible en la que permanecemos expectantes deseando que la combinación transforme nuestra realidad.

Y es que la lotería de Navidad es un evento cargado de emoción y tradición, uno de los símbolos navideños por excelencia. A pesar de que sabemos que, desde el prisma de las matemáticas, las probabilidades de que seamos los afortunados son ínfimas: la probabilidad de que cada décimo sea premiado es del 0,001%. Esto no impide que millones de personas juegue todos los años, hasta el punto de que se calcula que cada español se gasta por término medio unos 70 euros en la lotería de Navidad.
Controlar el devenir de los acontecimientos
El elemento determinante para que esto ocurra reside en nuestro cerebro social y en la capacidad que tenemos para imaginar y activar emociones. Pero al mismo tiempo también somos capaces de anticiparnos al miedo de quedarnos sin un décimo y que toque en nuestro lugar de trabajo.
En este contexto la dopamina desempeña un papel esencial, bañando molecularmente estructuras anatómicas relacionadas con el sistema límbico.
Si nos ceñimos a una explicación antropológica y psicológica, la lotería parte del hecho de que el ser humano juega para divertirse y para demostrar su superioridad ante el azar. Es aquí en donde entran en funcionamiento el deseo de influir en el devenir de los acontecimientos a través de la superstición como una forma de poder ejercer ese control.
Además, en la ecuación de por qué jugamos a la lotería debemos introducir otras variables como la esperanza, las aspiraciones personales, un modo de aspirar a una vida con más comodidades y seguridad económica, al tiempo que alimentar la emoción que genera la incertidumbre.

Esto permite que se puedan establecer, al menos, cinco perfiles psicológicos diferentes de las personas que juegan a la lotería:
- Los soñadores optimistas: ven la lotería como una oportunidad para cambiar sus vidas radicalmente. Con el boleto millonario podrían ver sus sueños hechos realidad.
- Los jugadores habituales: tienen un hábito muy arraigado, compran boletos, en independencia de los premios, ya que forma parte de su rutina.
- Los optimistas realistas: mantienen una actitud positiva hacia la lotería, siendo conscientes de las bajas posibilidades de ganar. Disfrutan de la emoción del sorteo.
- Los altruistas: participan en loterías cuyos fondos van destinados a proyectos comunitarios o a obras de caridad.
- Los participantes ocasionales: para ellos la lotería es un entretenimiento esporádico, más que una inversión seria.
El dolor de la envidia
La lotería puede desencadenar una mezcla de sentimientos enfrentados, desde la decepción, por no ganar una gran suma de dinero, hasta la ansiedad, ya que se ha generado una expectativa que puede ser estresante, pasando por la envidia, especialmente al observar la alegría de aquellos que han ganado premios considerables.
Y es que la lotería, con su promesa de riqueza instantánea puede llegar a ser un caldo de cultivo para la envidia. Especialmente si los que han ganado son amigos o familiares, puesto que entonces la sensación se puede intensificar, al percibir la fortuna de otros como una injusticia.
Y es que la envidia duele, duele y mucho. A esa conclusión al menos han llegado un grupo de científicos japoneses del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas. Descubrieron que la envidia activa un área cerebral –la corteza cingulada anterior- que está involucrada en el registro del dolor físico, es decir, que una patada o un golpe activan la misma zona que la envidia.

La coacción social y la lotería
Precisamente para evitar ese dolor, como prevención, aparece otro tipo de jugador de lotería, aquel que compra el décimo de lotería pensando “a ver si les toca a los demás y a mí no”. Es lo que se conoce como envidia preventiva, un concepto que aborda la gestión emocional para evitar sentir envidia hacia los logros o bienes de las personas que nos rodean. De alguna forma equivale a ponerse la tirita antes de que aparezca la herida.
Un sociólogo de la Universidad Carlos III, el profesor José Antonio Gómez, señaló hace algún tiempo que hasta el 44% de los que compran lotería de Navidad preferirían no hacerlo, es decir, se mueven dentro de la escala de grises de la envidia preventiva.
La envidia preventiva actúa a modo de coacción social e implica no reconocer y valorar lo propio, ser incapaz de celebrar los éxitos ajenos y transformar la envidia en admiración. Un enfoque que impide la autoaceptación y el bienestar emocional.
Referencias:
- King, L, Perhalm B. Stevens, M. Loterías, superstición y aversión a la pérdida. Journal of Abnormal Psichology. 2019
- Loewenstein, G, Prelec, D. Anomalies in intertemporal choice: evidence and an interpretation. The Quarterly Journal of Economics. 1992.