Sentir miedo, alegría, sorpresa o tristeza no es solo una cuestión de “qué emoción” aparece, sino también de qué tan intensa se vive esa emoción. Esa dimensión, conocida como arousal afectivo, marca la diferencia entre un leve sobresalto y un pánico paralizante, o entre una ligera satisfacción y una euforia desbordante. Hasta ahora, la neurociencia había logrado describir bastante bien la valencia emocional —si algo nos resulta positivo o negativo—, pero medir de forma objetiva la intensidad seguía siendo un reto.
Los investigadores de la Universidad de Electronic Science and Technology of China y de otros centros internacionales se propusieron resolver esa pregunta. Usaron fMRI naturalista, un tipo de resonancia magnética que registra la actividad cerebral mientras las personas viven experiencias más cercanas a la vida real que simples imágenes estáticas. Los participantes observaron videos diseñados para provocar distintas emociones, desde miedo hasta alegría, y luego calificaron cuán intensas habían sido esas sensaciones.
El equipo empleó técnicas de aprendizaje automático para cruzar los datos de las respuestas subjetivas con los patrones de activación cerebral. Así lograron desarrollar lo que bautizaron como “Brain Affective Arousal Signature” (BAAS), una firma neuronal capaz de predecir con gran exactitud la intensidad de la experiencia emocional de una persona.

Una huella cerebral distribuida, no un único centro
Uno de los grandes hallazgos del estudio es que el arousal afectivo no depende de una sola región del cerebro. En lugar de encontrar un “botón” que regula la intensidad emocional, los científicos descubrieron que es un proceso distribuido en múltiples áreas, tanto corticales como subcorticales.
El sistema identificado involucra regiones clásicamente asociadas con las emociones, como la amígdala, clave en el procesamiento del miedo; la ínsula, que conecta las sensaciones corporales con la experiencia emocional; y la corteza prefrontal medial, vinculada a la conciencia de lo que sentimos. También aparece el cíngulo anterior, esencial en la toma de decisiones bajo presión, y estructuras del tronco cerebral, encargadas de mantener el estado de alerta.
Este mosaico neuronal explica por qué la intensidad de una emoción puede sentirse en todo el cuerpo: porque el cerebro integra información de múltiples redes a la vez.
La conclusión es clara: no existe un único “centro de la intensidad emocional”, sino un entramado dinámico que distribuye la experiencia a lo largo de varios sistemas interconectados.
Más allá de lo positivo y lo negativo
La mayoría de los estudios anteriores sobre emociones se centraban en diferenciar valencia positiva o negativa: si algo nos produce placer o disgusto. El nuevo trabajo demuestra que el arousal afectivo es una dimensión independiente de la valencia.
En la práctica, esto significa que tanto una situación muy agradable —como escuchar una canción que nos emociona— como una muy desagradable —como ver una escena de peligro— activan un mismo patrón de intensidad cerebral. El BAAS predice con gran precisión cuándo una emoción será fuerte, sin importar si es buena o mala.
Este hallazgo es relevante porque confirma la idea de un “espacio emocional” bidimensional, donde la valencia (positivo/negativo) y el arousal (bajo/alto) se combinan para dar forma a la experiencia consciente.
Así, la alegría tranquila y la euforia comparten valencia positiva, pero se distinguen por su intensidad; lo mismo ocurre con la tristeza leve frente al dolor insoportable.

La diferencia con la activación fisiológica
Otro de los aspectos más importantes del estudio es que el BAAS se distingue del llamado arousal autonómico, que es la respuesta fisiológica del cuerpo: sudoración, latidos acelerados o dilatación de las pupilas. Hasta ahora, muchos científicos habían equiparado ambas dimensiones, pero este trabajo demuestra que son procesos separados en el cerebro.
Los investigadores compararon el BAAS con patrones derivados de medidas fisiológicas, como la respuesta galvánica de la piel, que refleja cambios en la actividad del sistema nervioso autónomo. El resultado fue claro: aunque hay cierto solapamiento en regiones como la amígdala o el tálamo, la huella cerebral del arousal afectivo es distinta de la fisiológica.
En otras palabras, el hecho de que una persona sude o su corazón se acelere no siempre refleja con exactitud lo que está sintiendo. El estudio muestra que la experiencia consciente de “sentirse intensamente emocionado” tiene una representación propia en el cerebro, diferente de la activación corporal.
Validación en múltiples contextos
Para comprobar la robustez de su modelo, los científicos sometieron el BAAS a una batería de pruebas. No solo funcionó en el grupo inicial de participantes, sino que también se replicó en un segundo grupo independiente, con videos distintos y nuevas condiciones experimentales.
El BAAS fue capaz de predecir la intensidad emocional en situaciones muy diversas: desde ver imágenes de alimentos apetitosos hasta escuchar música, experimentar dolor físico o anticipar una descarga eléctrica. Incluso logró identificar la intensidad de emociones imaginadas, cuando los voluntarios pensaban en escenarios positivos o negativos sin estímulos externos.
La generalización de este patrón es lo que lo convierte en un avance clave. No se trata de un marcador aislado para una emoción concreta, como el miedo o el asco, sino de un modelo que captura la dimensión común de todas ellas: la intensidad.
Esto lo hace especialmente útil para el estudio de la vida emocional real, que rara vez se limita a estímulos simples y aislados.

Implicaciones para la salud mental y la neurociencia
Más allá del conocimiento básico, el BAAS tiene un enorme potencial en el terreno clínico. Muchos trastornos psicológicos, como la ansiedad, la depresión o el trastorno de estrés postraumático, se caracterizan por alteraciones en la intensidad emocional: desde sentir demasiado poco hasta sentir en exceso.
Al contar con una huella cerebral objetiva y validada, los médicos y científicos disponen de una herramienta que podría mejorar el diagnóstico y seguimiento de pacientes, evaluar la eficacia de terapias y distinguir entre distintos perfiles emocionales.
Además, puede ayudar a refinar otros biomarcadores neuronales ya existentes, eliminando la confusión generada por el componente de arousal.
En última instancia, este trabajo refuerza una idea cada vez más clara en la neurociencia: las emociones no son compartimentos aislados, sino procesos distribuidos en redes cerebrales que integran cuerpo, mente y experiencia consciente. Comprender cómo se representa la intensidad emocional es un paso esencial para acercarnos a una ciencia más precisa de los sentimientos humanos.
Referencias
- Zhang, R., Gan, X., Xu, T. et al. A neurofunctional signature of affective arousal generalizes across valence domains and distinguishes subjective experience from autonomic reactivity. Nat Commun. (2025). doi: 10.1038/s41467-025-61706-0