En ocasiones los científicos proponen teorías que no solo desafían la lógica, sino que también desafían nuestras percepciones convencionales. A veces las catalogamos de extravagantes, otras de inverosímiles y, en ocasiones, imposibles de creer. Estas son tres de ellas; el tiempo dirá si tienen algún soporte real.
La materia está hecha de cuerdas unidimensionales
Conocida como la teoría de cuerdas, su idea básica es muy simple. “Todo el universo, desde la partícula más diminuta a la estrella más distante, está hecho de un único tipo de ingrediente: hebras de energía inimaginablemente pequeñas llamadas cuerdas”, dice el físico teórico Brian Greene. Del mismo modo que las cuerdas de un violín proporcionan una sorprendente variedad de notas, cada partícula subatómica nace de uno de los modos de vibración de una única cuerda. “El universo –añade Greene– es como una gran sinfonía cósmica resonando con todas las diferentes notas que estas minúsculas cuerdas vibrantes pueden tocar”. Y no solo eso: la teoría nos dice que estamos viviendo en un universo de 10 dimensiones –9 espaciales y 1 temporal– del cual nuestro universo observable es una “hoja” –o brana en el lenguaje de cuerdas– de 4 dimensiones.

Se dijo de ella que era un pedazo de la ciencia del siglo XXI que se había colado en el siglo XX, era la Gran Esperanza Blanca de la física teórica, la gran estrella rutilante que unificaría de un plumazo el mundo de las galaxias y el de los átomos. Era la anhelada Teoría de Todo, el Grial de la física teórica.
Ahora bien, ya bien entrado el siglo XXI los físicos teóricos han tenido que abandonar aquellos horizontes de grandeza y reconocer, con gran dolor de corazón, que de Teoría de Todo no tiene nada. Los más optimistas se reconfortan pensando que no se trata de “la Teoría”, sino sólo de una aproximación. En la actualidad muchos de los teóricos de cuerdas han adoptado un enfoque utilitario. ¿Cómo? Aplicando las técnicas que han ido desarrollando a problemas de matemáticas puras, o acercándose a otros temas menos grandiosos, como comprender los agujeros negros, o ir en ayuda de la física de partículas y la búsqueda de estados exóticos de la materia. Y así, la teoría de cuerdas ha dejado de ser una teoría de todo para convertirse en una teoría de algo.

Vivimos en un universo de universos
Uno de los científicos que más ha pensado en el multiverso es el cosmólogo Mark Tegmark, y ha propuesto una clasificación de los universos que está más allá de nuestro universo visible, de forma que cada una de los niveles va incluyendo a los anteriores.
Nivel I
El universo que observamos con nuestros telescopios no es más que un pedazo insignificante de un pastel mucho mayor, el universo real. Como cualquier intercambio de información entre dos zonas del universo se verifica a la velocidad de la luz, si nuestro universo tiene una edad de casi 14.000 millones de años de vida, todo punto del cosmos que se encuentre a una distancia superior a 14.000 millones de años-luz estará desconectado de nosotros porque a la luz no le habrá dado tiempo a llegar a la Tierra.

La situación es similar a la aparición de las distintas etnias humanas: todas surgieron de un antepasado común en África, pero al emigrar y distribuirse por todo el globo sin mantener contacto físico entre ellas, cada una evolucionó siguiendo las mismas leyes naturales pero en función de las diferencias del entorno: no es lo mismo el norte de Europa que Australia. De este modo, el universo real se compone de diferentes regiones inconexas entre sí -y quizá con diferencias significativas entre ellas- llamadas “burbujas Hubble”, que contienen el universo observable de quienes allí habitan.
Nivel II
El universo está compuesto en realidad por diferentes universos, todos ellos nacidos de la Gran Explosión y cada uno con propiedades diferentes y en cada uno de ellos nos encontraremos con universos de Nivel I. Esto se deriva de la llamada inflación caótica o inflación eterna. Según ella, en el universo no hubo una única explosión creadora que involucró a todo el universo real sino que, en todo momento, tenemos una cascada de posibles universos desconectados unos de otros con características y valores de las constantes fundamentales (como la carga del electrón) totalmente diferentes. Dicho de otro modo: vivimos en un megauniverso compuesto de universos paralelos inflacionarios donde cada uno de ellos alberga su propia colección de universos paralelos en forma de burbujas de Hubble.

Nivel III
Esta vez tenemos que mirar al mundo subatómico y a una cuestión que aún aguarda solución: el problema de la medida en la mecánica cuántica. Para entenderlo, imaginemos una caja donde hemos metido un átomo radiactivo que tiene una probabilidad de desintegrarse del 50% si pasan 10 minutos. Pues bien, según el físico Hugh Everett cada vez que el universo se encuentra ante una "alternativa" cuántica, en este caso que el átomo se haya desintegrado o no-desintegrado, el cosmos entero se escinde en dos, y en una de las ramas del universo el átomo se ha desintegrado y en la otra no lo ha hecho. Evidentemente, nadie es consciente de esta multiplicación de universos ni nadie, salvo en la ciencia ficción, puede viajar de uno a otro.
Nivel IV
El siguiente y último nivel de multiverso es del propio Mark Tegmark. Es el no va más de universos paralelos: no solo difieren en la localización (nivel I), propiedades cosmológicas (nivel II) o estado cuántico (nivel III) sino también en las leyes de la naturaleza. Son universos con diferentes leyes naturales que existen fuera del entramado espacio-tiempo al contrario de lo que sucede en los casos anteriores, donde todos esos universos viven en la misma tela espaciotemporal. Por supuesto, son imposibles de visualizar; debemos pensar en ellos como entidades abstractas, “esculturas estáticas que representan la estructura matemática de las leyes físicas que las gobiernan”, comenta Tegmark. Y añade: “Los elementos de este multiverso no residen en el mismo espacio sino que existen fuera del espacio y el tiempo. La mayoría de ellos carecen probablemente de observadores”.

Y dentro de cada uno de estos universos surgidos de todas las posibilidades matemáticas autocoherentes existen las innumerables ramas de universo de Everett y dentro de cada una de ellas los universos inflacionarios, y dentro de cada uno de estos, las burbujas Hubble. Y nosotros vivimos en una de esas burbujas.
El agua tiene memoria
En 1796 el médico alemán Samuel C. Hahnemann enunció los dos principios básicos en los que se fundamenta la homeopatía. El primero es la ley de la similitud: si una sustancia provoca los mismos síntomas en un individuo sano que una enfermedad, entonces es el medicamento adecuado para ella. El segundo es la ley de los infinitésimos: cuanto más diluido esté el remedio mayor es su efecto curativo. La práctica homeopática es tan radical que en los preparados que vende no hay ni una molécula del remedio que supuestamente va a curarle. Si la disolución se hace en agua, lo que al final el enfermo se está tomando es eso, solo agua. ¿Cómo es posible que tenga un efecto medicinal?

Nadie es capaz de dar una explicación satisfactoria a la paradoja homeopática. Solo algunos teóricos de la homeopatía se atreven a decir que el agua es una sustancia tan extraordinaria que “recuerda” no solo haber chocado con las moléculas del principio activo homeopático, sino que en ese choque le transfiere las propiedades curativas. Dicho más sencillamente: el agua tiene memoria.
Tal explicación, además de contradecir todo lo se conoce sobre estructura molecular y los principios físico-químicos que han demostrado su validez en incontables experimentos y son la base de la industria química moderna, encuentra con muchos inconvenientes. El principal es que esa supuesta “memoria” es, además de misteriosa, selectiva: el agua únicamente “recuerda” la sustancia homeopática y a ninguna otra. Eso sin olvidar el hecho que ninguno de los excipientes utilizados son puros al 100%, sino que contienen trazas de otras sustancias que también son dinamizadas: ¿por qué no aportan sus también sus características al preparado homeopático?